Por Lidia C. Hernández

Ellas llegan como palomas. Es difícil imaginar alguien tan feliz a esta hora de la madrugada. Aletean a pasos cortos. Puedo sentir las endorfinas en el aire, el amor quizás. Imagino que durmieron juntas. La del pelo corto con la cabeza apoyada en el pecho de la otra, la que siempre ríe, la que definitivamente marca el paso. Traen en sus cuerpos el sabor, el olor del pasto húmedo, recién cortado, estoy segura de que beben una de la otra…, polillas encandiladas de su propia luz, cuellos frágiles, frágiles y sonoros, lirios quizás…, no necesito las emanaciones del sílice para ver el cáñamo balanceándose sobre sus cabezas, cáñamo púrpura. El tiempo es otro, las gentes…

Retener cada trazo cincelado, cada punta de estrella. Ella, la del pelo derramado sobre los hombros, trae en su espalda la constelación virgo. Lunares, rutas, pasajes inexplorados. La lengua de su amante boceta los pequeños túmulos, ignora que los túmulos no tienen por qué ser precisamente polvo de estrellas.

La sangre puede ser definitivamente dulce si la saboreas de las piernas de tu amante. Hendir la punta escofina… marcar sobre la piel los días. El cuerpo amado en otros brazos puede ser la señal, caminar en la cornisa, observar el vuelo de las aves, los paseantes como abalorios, la ciudad desparramada en la espuma. Cada ola grita tu nombre, no hay pedazo de piel donde marcar los días.

Es difícil imaginar alguien tan feliz a esta hora. Una de la mano de la otra, cuellos frágiles, sonoros, cuellos como…. La estación del autobús está repleta, los tiempos son otros, las gentes… Ellas sonríen, traen en la piel el inconfundible aroma de los lirios.