Por Georgina Herrera
En la habitación, de la que ha sido
dueña hasta ese día,
la instalan, como si fuese una extranjera.
Callada, como siempre,
está ahora
en la esquina más breve de su cuarto.
Con tanta luz como no tuvo nunca,
entre flores pobrísimas, entretiene
su obligatorio ocio, desde
una mañana hasta la otra
en que sin reverencias, sin adioses,
más callada que nunca
deja que la lleven a otro sitio,
distante del Planeta
que con los hijos y el marido hizo...
Y así empezó mi asunto con la muerte.
Seguro que hubo amor,
pero escaseaba el tiempo de mostrarlo
y hacer que lo entendiera.
Y, a partir de ese día
todo fue ya inútil. Se hizo tarde
para sentarnos a hablar y conocernos
cuando yo fuese mayor y ella más vieja.
Hija buscando la risa de su madre
Si la encontrara
conservaría la risa de mi madre. Paso
el tiempo buscándola y lo pierdo.
La risa tiene un ruido
como de fuego que no apaga nadie.
Por donde ando y busco está el silencio.
Orientada hacia el sol,
sobre su luz indago. Un resplandor siquiera…
Obligada regreso hacia las sombras.
Hice un espacio en mi aorta, como urna;
en él preservaría algún momento
en que mi madre haya sonreído:
¿Sobre el fogón tal vez? ¿Con su destreza,
blanqueando entre la espuma
las diarias suciedades?
¿En sus escasos sueños? Quién lo sabe.
Tal vez si hubiera fotos, encontrara
aunque sea, algo como una cruz
o una ironía
al centro o a un costado
de sus labios.
¿Beso, dibujo, testimonio?
Nacido hace muy poco,
no has aprendido aún a remontarte
hasta este sitio
de tibias ramas ahuecadas, donde
la gorriona reclama tu presencia.
Solo sabes caer,
dar con tus plumas húmedas en mi puerta.
A tumbos avanzas o te escurres,
haces lo que puedes;
es tan frágil tu cuerpo.
Me inclino, tú te escapas, te persigo
pretendiendo salvarte y no te dejas.
Con nuestros gestos, ¿a qué nos parecemos?
Somos, apenas,
tú, el breve proyecto húmedo de un ave,
y yo, una mujer que estará mañana, a esta hora
un poquitín más vieja.
¿Pero, juntos, qué somos?
¿Un mágico dibujo que se mueve,
beso de alguien a quien quise mucho
y ahora lo devuelve
desde su desolada lejanía?
¿Testimonio, constancia de la vida,
o la simple verdad? Un gorrioncito resbalado
Desde lo alto de su nido
y una mujer esperando que amanezca,
para sumir a los que tienen un tiempo más.