Por Eliseo Francisco Abreu Hernández

I

Una parte de mí, tiene la rabia del que firma su acta de destierro, la otra, transcribe capitulaciones, falsas noticias y asesinatos selectivos en los juzgados. Desayuno una pizza ante el espejo más lejano de la casa, mi sosia se limpia la boca, platica con fantasmas calientes de hachís y coca cola. El moho y los recuerdos sobrepasan al hombre. Los ángeles no llegan a tiempo y el semejante se desangra en la avenida.  Alto costo al que vegetamos en esta jaula de cemento.

Plástico y acero VS carne y hueso. Entramado en el que la prensa matutina propone rostros para el neón y el maquillaje, para las salas de urgencias, mesas del forense,

alcantarillas donde navegan los nonatos y enfermeras listas para la eutanasia. Recurro al llanto de los niños, a cristales falseados por los asesinos. La ciudad se desdobla en un esfuerzo atroz de permanencia, fría y engañosa como la muerte. Una parte de mí firma su acta de destierro convencido de que mi sosia planea travestirse frente a la imagen de mis hijos más pequeños. Mi otra parte escapa por los techos, donde a pesar del ruego de sus ángeles y los altos campanarios no han vuelto las cigüeñas.

 

II

¿Has visto llorar a tu madre? Tus hijos te acusan de inaugurar la noche, de partirla húmeda y sola en el relente de aquel álbum familiar. Saben de tus acometidas rocambolescas, de tus manos a punto de secarse entre los pechos de la que recién llega al paraíso, de la que olvido subir al tren, porque la ropa no le cubría la pelvis. Saben del hospital, te acusan de horas de ocio, de las piedras para espantar al diablo, de la mala praxis y los barcos pintados en el aire. ¿Has visto llorar a tu madre? ¿Has visto llorar a tu madre? La oíste quejarse, viste sus ojos amarillos. Acaso la oíste preguntar a qué hora regresa tu padre de la muerte. Para  impugnar tu testamento necesitan tierra y agua, y tu imagen en aquel álbum familiar donde nunca estuviste.


III

La casa acogerá las cigüeñas que le falten al invierno. El pacífico desconcierto. Cuarenta y cinco grados de angustia en la techumbre. Queda un resquicio para los ángeles en la hondura de la lluvia. La casa no soportará el verano. Morir entre estas paredes tiene algo de romántico, algo de destierros, algo de sombra que trasmuta en el verdor de las cortinas, y paredes que aminoran el viento. El que está junto a la puerta no entrará, no tiene fecha de regreso, prepara su odisea en los charcos de la casa. No cambiará su libertad por la niebla cáustica del grito. No conoce el mundo tras la puerta, ni el cronograma de las fugas. No conoce más que un conjuro dentro del cuerpo de la casa. Puedo ser el que escucha, el perro arrimado a la pata de la mesa, el que finge el viaje, el que amortaja a los niños en las fotos de la habitación. El demente toca tres veces la aldaba cristalina a sus pies, el remolino trastoca la historia en hipotético simulacro. Otro es el inquilino, otro el rostro del demonio, otra la fidelidad de las vasijas en sus manos. El que está junto a la puerta es sombra coagulada, cuchillo, extensión de lo absurdo, polvo en el espejo que desmenuza y cura.

 

 

Con este texto, el autor, de Matanzas, obtuvo 1ra. Mención en Poesía para Adultos, en el Concurso Nacional Benigno Vázquez, Los Arabos, Matanzas, Cuba, febrero de 2022. (N. del E.)