Por Ana Teresa Guillemí


Yo descubrí unos enterramientos en el Castillo; una era la Dama Azul, pero otra muerta, mucho más reciente, estaba vestida de verde, a lo mejor era una miliciana. Urra sabe de qué estoy hablando. (Se refiere a Urra Maqueira, escritor y crítico de arte).
     La leyenda de la Dama Azul, que aparece en el Castillo y se pasea por las almenas antes del amanecer, con su velo y un pájaro blanco, es muy linda y la Dama seguramente que era también.

Por Olga L. Martínez

El ángel sigue solo. Acurrucado entre los árboles, en el bosque casi azul, casi mustio. Inmóvil. De espaldas. Sus alas, presas. El cielo, lejos. Y no hay ramas que se estiren para salvarlo. Los gigantes siguen rodeando su pequeño cuerpo desnudo. Duele la mirada. El miedo no consigue ver el susto. No sabe distinguir entre un bosque azul y uno auténtico, donde pueda posarse un pajarillo.

Por Manuel A. García

Me acosté dos horas antes de lo normal con la esperanza de conseguirlo, sin embargo, todo parecía interferir una vez más; el chirriar del oxidado ventilador; el perturbante sonido de los muelles de la cama; incluso hasta el placentero dormir de Ana que parecía tener la más bella evocación. Todo me molestaba, era una clara señal del principio de otra noche de desespero, de insomnio. Así comenzaban. Primero, la molestia en todo sonido cercano, como si cada objeto que lo emitiese gritara en mis oídos su particular discurso. Luego la incomodidad en los ojos; arden y dejan de hacerlo; pesan y no se cierran; vuelven a arder. Una continua procesión cíclica que acaba siendo una terrible agonía.
     Antes de que pudiese empeorar la situación apagué el ventilador y me quedé fuera de la cama. El plácido respirar de mi mujer (reconocible por su ronroneo nasal), más el deambular de los vehículos fuera, hacían del silencio una meta inalcanzable. Pero ya tenía mis mañas y costumbres. En noches similares el cansancio es una buena carta a mi favor, un par de tandas de cuarenta cuclillas y otra de cincuenta planchas me hacía sordo y me tumbaba. Claro, el resultado de estos ejercicios no se verían al momento, sino luego, después de un baño refrescante, doblando el número de posibilidades de caer noqueado si hago el amor con cierto salvajismo.

Por Isnoel Yanes


Esperar es oficio, una suerte de vapor
que nos hace enmudecer, ser un silencio
      que presume.
Esperar descalza la mente
y deja su tiempo en una terraza
donde dormitan las horas, como ríos que rehúsan
extender su cauce a los océanos.
La espera tiene una tradición propia
y algún día, seguramente,
podré arremeter contra su pereza.

Por Anisley Fernández

ya usual:
sentarme en pórticos de noche
con un cuchillo entre las manos
fingir que el hambre es gloria

el cazador que robará tu piel también escurrirá su hambre
contra la fantasía de las muchachas que salen a cazar su pan
embarazadas de una quietud un hambre céntrica
como punzón al seno
son estampillas de purpurina
materia de una restauración irreductible
están echadas a la suerte del zoombie
y llegan lejos muy lejos
a pie

Por Fabiola García

Sé que no estás,
pero te busco.
Te busco en el calor
de nuestro lecho,
en el lugar que ocupabas
en la mesa,
en las multitudes,
en las calles,
en el timón del ómnibus
en que viajo.
Te busco en la mente
para ver tu imagen.
Extraño el beso tras la puerta
al despedirte.
Te busco,
sé dónde estás,

Por Raiza Olivera 


¡Ay, la margarita!
No teman la amenaza, el deshoje.
Yo desvarío.
Dudo.
No es fortuito cada pétalo
O la decisión errante.
Es el amor
Un punto de partida,
Ya pasaron los años del deshoje,
Ya cambió la estación.
Y yo, para conservar los pétalos
miro, pienso en cada música
cada sonrisa
cada voz.
Jamás arrancaría el pétalo.
Mis sentimientos yacerían junto a él
Y ya no son otros ojos
Que los de los amigos muertos
Que andan por las luces,

Por Ricardo Riverón

Crecer en la suavidad
del aire, del aire alumbra los sueños,
aunque con ojos pequeños
nos mire la claridad.
Ya que ser niño es la edad
donde nos vamos quedando,
sin saber cómo ni cuándo,
aunque la luz esté muerta,
siempre que se abre una puerta
sale la noche volando.

 

 

Por Raiza Olivera

Tengo el verso cansado,
se recostó a meditar
porque no ha vuelto a soñar
desde el silencio estallado

Mira sin cesar la cumbre
Busca la razón perdida
Desdice el número, partida
Tantas hojas como herrumbre

Sobre los ojos de un viejo
Que cuenta las cicatrices,
Las sangrantes, hondas, grises,
Y no contesta el ovillejo

Por Raiza K. Olivera

El Gong!
El crujir de hielo.
Otras razones cual avalancha
que salgan de la caverna
arrastrándose, golpeándose,
por ojos, venas y dedos de los pies,
a embestir al mamut hasta la muerte,
a devolver la bestia a las paredes,
al relieve anunciante del ciclo.

¿Cuándo comienza el nuevo tiempo,
cuál es la señal,
dónde,
quién,
qué signo le identifica?
¿Qué pintó el hombre?
¿A sí mismo lanzado contra el mamut?