Por Anisley Fernández

 

Yo no iba a caer de rodillas
como la muchacha
que se rindió
en todos los escenarios,
ni dejé promesas
apuntando al cielo
ni disfracé el torrente
que atraparon mis ojos en tu infinitud.
Yo siempre me detuve
con esmero
en la palabra más difícil de pronunciar
en el silencio cruel detrás de tus palabras
sin temor a sorprenderme
o la avaricia de sorprender,
como la primitiva muchacha
que desconoce los pactos
las fases lunares
el simple humo.

Por Katia D. Borges

 

Se quedó sin tu risa mi regazo,
y el pañal que bordé de madrugada
lo dejaste sin ti. No tengo nada,
pues nos negó la vida un fuerte abrazo.
Me perdí en las notas de una nana.
Preparé un biberón, solo, sin dueño.
No logré ser la luz de ti, pequeño,
ni enseñarte el Sol por la mañana.
Mi vientre pudo ser cuna y abrigo.
Sería multitud solo contigo,
pero no ha sido así, es lo contrario.
En mi sombra se esconde la tristeza.
Mi corazón se esconde en la maleza.
¿Dónde estás, David imaginario?

Por Irelia Pérez

I

Padre de azúcar,
                             te nombra
con nostalgia la campiña
y en tus manos una niña
que juega se ha vuelto sombra
del ayer.     Sobre la alfombra
verde regresa porqué
huele a otredad con café,
a despertar de caminos
y a una lluvia de molinos
derrotados, en su pie.

II

Dueño del verdor,
                               te canta
mi verso prado y rocío
con mariposas.     Un río
de auroras va en mi garganta.
Sueño de niñez imanta
cada recuerdo en tu huella

Por Irelia Pérez 
                     

(David Ernesto, para ti)

Transpiraba. Mi osamenta
era un copo de dolor.
Insoportable clamor
de jaurías en tormenta
por doquier.
            (Ni Cenicienta
            quiere contarme su historia.
            Las doce.    Vuelta a la noria.
            Pasa un desfile de cunas.
            Ruge algún lince en ayunas
            sangre adentro)
                             Giratoria
sensación de ingravidez.
Vértigo y más espirales.
            (Estallan.    Rompe en cristales
            el dolor su inmediatez.
            ¿Burbujas?   Mi cuerpo es
            una hilera de burbujas)

Por Ulices Trujillo 

 

En horrible pesadilla
canta mi cansada voz
y se multiplican los
versos de cada cuartilla.
¿Cómo exiliamos la astilla
Afilada que nos hiere?
¿Cómo soñar, si difiere
cada tarde la ilusión?
Al latir, el corazón,
es un pájaro que muere.

 

Por Anisley Fernández

 

Para esta conversación
la vida no conviene
y viceversa.
La circunstancia
es mi cabello al viento
y la tapa del cráneo
queriendo volar.
Tiene que haber otro espacio
para tantas palabras,
otros espejos
otros guiones.
Tiene que haber un espacio
para este grito
donde pueda olvidar.
El dolor del poder
y el del alma
se acorralan.
Sus partes son esenciales
en esta conversación.
Pero no será aquí.
No en esta fetidez de voces.

Por Sira de la C. Sarría

Un galopar
de nubes grises
lamento de las olas,
beso de un naufragio,
titiritar de pájaros mudo
en medio de la tormenta,
invierno en el alarido
de los árboles.
Frialdad que quiebra
cada fibra; cada intento
es dolor.
Ausencia de un mañana,
seguir amando lo que no existe.

Por Marcos Rodríguez

 

Ahora sólo queda el viento
el viento que sopla sobre la ausencia de colores
sobre los grises y negros que se clavan
como estacas frías en el tiempo.
Y se oye el susurro de lo que ya no existe,
de las ideas macabras de otras épocas
de la burla fría y persistente.
Se escucha el chasquido
de los cerebros que cavilan,
se huele la carne quemada de los dedos
que se aprietan sobre el hierro candente.
La madre de la serpiente y la serpiente,
y el engendro que late en el seno de la serpiente,
un cuello que se quiebra
y el quejido que nunca brotó,
se conjugan para insinuar
la sombra de la muerte y el olvido.
Duros sonidos de caras
que se caen rojas de vergüenza,
y se rompen derramando el líquido prohibido.

Por José R. Calatayud

 

Soy un madero flotando en alta mar.
Necesito un naufragio, una explosión, una catástrofe,
algún sobreviviente que se agarre de mí
para encontrar el puerto.

De Ciudad de cámara

 

 

Por Nelson de la C. Sánchez


        Con sus manos de nieve
        me abraza el agua,
        con el pelo encrespado
        bailan las olas.

En besos de sal y espuma
la mar se ofrece:
Yemaya me seduce.

Estoy solo en la playa;
la egoísta, implacable,
ahuyenta a todo el mundo:
me quiere para ella.
Me deleito en sus brazos.