Por Ana L. López
Una mujer que es una fierecilla
hasta que la tocas con la punta de la lengua
hablar o lamer
escojo por donde menos me conozca.
Me otorgaron el placer de aniquilar mujeres
una mujer que es dulce como la miel hasta que te vuelves mar
mojar su orilla o arrastrarla hasta el fondo
elijo mojarle la punta de sus senos.
Una tocó mi puerta
era de esas difíciles de matar
de las que no se domestica
de las que hablan con los ojos
ojos negrísimos como el océano en la noche
una abeja reina con su lanza dispuesta a morir
la miré y mis piernas se aflojaron
en el cuello del abrigo traía huellas de nieve y alpiste
en los bajos del abrigo restos de barro y flor
pero sus botas limpias mostraban su paso
entonces figuró una sonrisa
¿puede darme un poco de agua?
Su aliento a selva recordó mi instinto
y sin hablar o lamer
o mojar la punta de sus senos
fui agua
fui veneno
su espejo retrovisor.