Por Olga L. Martínez

 

La triste soledad de tu mirada
ve caer una flor en tus arrugas,
y se me va el color, y te me fugas
por la grieta del día, acorralada.


Mas… se me vuelve la distancia espada
cuando no hay mariposas, solo orugas.
Entre tanto, tus lágrimas enjugas,
y esperas el milagro de algún hada.

¿No escuchas, madre, cómo canta el río?
¿Cómo las aves trinan con más brío
y la orquídea del patio reverdece?

A tus recuerdos, madre, dales alas,
regálate la infancia. Pon bengalas,
y verás que el dolor desaparece.

 

 

Por Irelia Pérez 
                     

(David Ernesto, para ti)

Transpiraba. Mi osamenta
era un copo de dolor.
Insoportable clamor
de jaurías en tormenta
por doquier.
            (Ni Cenicienta
            quiere contarme su historia.
            Las doce.    Vuelta a la noria.
            Pasa un desfile de cunas.
            Ruge algún lince en ayunas
            sangre adentro)
                             Giratoria
sensación de ingravidez.
Vértigo y más espirales.
            (Estallan.    Rompe en cristales
            el dolor su inmediatez.
            ¿Burbujas?   Mi cuerpo es
            una hilera de burbujas)

Por Katia D. Borges

 

Se quedó sin tu risa mi regazo,
y el pañal que bordé de madrugada
lo dejaste sin ti. No tengo nada,
pues nos negó la vida un fuerte abrazo.
Me perdí en las notas de una nana.
Preparé un biberón, solo, sin dueño.
No logré ser la luz de ti, pequeño,
ni enseñarte el Sol por la mañana.
Mi vientre pudo ser cuna y abrigo.
Sería multitud solo contigo,
pero no ha sido así, es lo contrario.
En mi sombra se esconde la tristeza.
Mi corazón se esconde en la maleza.
¿Dónde estás, David imaginario?

Por Lucio Pérez


              …cuando se encienden mis luciérnagas:
           

              ...y aquí se quedan llenándome de amor con sus arterias.
                       

                         Carilda Oliver Labra


               “Uds., que siempre fueron, que siempre están”.
       

...Y hoy encenderé mis cirios
para descubrir los rostros
que una vez me mostraron las estrellas.
Sembraron amapolas
con el polen esparcido
en la alquimia y validez de mis huellas.
Y puesto que habitamos
múltiples dimensiones
descubro:
la placidez de un robado beso
el abrazo sobre el banco de aquel parque
un orgasmo que baña  todos mis silencios
la fantasía de un viaje
que recuerda siempre
que el tiempo no carcome los recuerdos. 

 

 

Por Sira de la C. Sarría

Un galopar
de nubes grises
lamento de las olas,
beso de un naufragio,
titiritar de pájaros mudo
en medio de la tormenta,
invierno en el alarido
de los árboles.
Frialdad que quiebra
cada fibra; cada intento
es dolor.
Ausencia de un mañana,
seguir amando lo que no existe.

Por Ulices Trujillo 

 

En horrible pesadilla
canta mi cansada voz
y se multiplican los
versos de cada cuartilla.
¿Cómo exiliamos la astilla
Afilada que nos hiere?
¿Cómo soñar, si difiere
cada tarde la ilusión?
Al latir, el corazón,
es un pájaro que muere.

 

Por Víctor Jesús Díaz

 

Corrían las postrimerías del año de l962 y durante una entrevista con la Dra. Nieves Valmaña Mujica en Ciudad Libertad para ubicarme, esta me propone la opción de incorporarme como profesor al Centro de Formación de Maestros Primarios de Minas de Frío en el corazón de la Sierra Maestra. En esta escuela tendría la oportunidad única de compartir experiencias con un nutrido grupo de profesores en la enseñanza de nuevo tipo que se gestaba en ese enclave situado a 1 200 metros de altura en lo más alto de la Loma de la Vela. Me explicó además que ya se habían realizado dos cursos anteriores y que todos los que por allí pasaron, habían quedado prendados del lugar y del maravilloso trabajo docente que se realizaba. Además, cuando me dijo que mi querida amiga Cheíta (así llamábamos cariñosamente a la Dra. Mercedes de Varona) era la directora del centro, sin pensarlo dos veces, acepté enseguida. Como ya conocía la vida en campaña, para mí no fue nada difícil prepararme para el largo viaje, concebido en varias etapas. La primera desde La Habana hasta Bayamo en ómnibus; la segunda, desde Bayamo hasta Estrada Palma por medios propios, es decir, “en botella”, porque a partir de allí no existía transporte regular. La otra etapa era desde Estrada Palma a Las Mercedes y la última, unos diecisiete kilómetros, desde este pequeño poblado hasta Minas de Frío, sólo podía hacerlo a pie en una fatigosa jornada que incluía el difícil ascenso de la Loma de la Vela, en cuya cima estaba enclavada la escuela.

Por Nelson de la C. Sánchez


        Con sus manos de nieve
        me abraza el agua,
        con el pelo encrespado
        bailan las olas.

En besos de sal y espuma
la mar se ofrece:
Yemaya me seduce.

Estoy solo en la playa;
la egoísta, implacable,
ahuyenta a todo el mundo:
me quiere para ella.
Me deleito en sus brazos.

Por Marcos Rodríguez

 

Ahora sólo queda el viento
el viento que sopla sobre la ausencia de colores
sobre los grises y negros que se clavan
como estacas frías en el tiempo.
Y se oye el susurro de lo que ya no existe,
de las ideas macabras de otras épocas
de la burla fría y persistente.
Se escucha el chasquido
de los cerebros que cavilan,
se huele la carne quemada de los dedos
que se aprietan sobre el hierro candente.
La madre de la serpiente y la serpiente,
y el engendro que late en el seno de la serpiente,
un cuello que se quiebra
y el quejido que nunca brotó,
se conjugan para insinuar
la sombra de la muerte y el olvido.
Duros sonidos de caras
que se caen rojas de vergüenza,
y se rompen derramando el líquido prohibido.

Por Anisley Fernández

 

Yo no iba a caer de rodillas
como la muchacha
que se rindió
en todos los escenarios,
ni dejé promesas
apuntando al cielo
ni disfracé el torrente
que atraparon mis ojos en tu infinitud.
Yo siempre me detuve
con esmero
en la palabra más difícil de pronunciar
en el silencio cruel detrás de tus palabras
sin temor a sorprenderme
o la avaricia de sorprender,
como la primitiva muchacha
que desconoce los pactos
las fases lunares
el simple humo.