- Detalles
Por Eliane Acosta
Ella
lleva un puñado de surcos entre las manos,
una pandilla de sueños equilibristas
que troquela su pecho.
Ella seca el sudor de la tierra
y se maquilla el rostro
sin saberlo.
Florece
como espuma de ola.
Salta
para besar la luz.
Ella tiene mirada de poeta
y muerde la vida
con ojos de esperanza.
(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).
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Por Eliane Acosta
Ella
lleva un puñado de surcos entre las manos,
una pandilla de sueños equilibristas
que troquela su pecho.
Ella seca el sudor de la tierra
y se maquilla el rostro
sin saberlo.
Florece
como espuma de ola.
Salta
para besar la luz.
Ella tiene mirada de poeta
y muerde la vida
con ojos de esperanza.
(*) Este poema está dedicado a la escritora y narradora oral Olga Lidia Martínez Robaina. (N. del E.).
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Por Raiza K. Olivera
De este tiempo solo quedará una algarabía silenciada por ciertas alucinaciones. Un montón de luces superpuestas, dimensiones reducidas a un designio, al deseo infinito de poseer los mundos. No habrá señales claras de este tiempo, no habrá ídolos supervivientes, no quedará nada. Algo así como lo que se ve tras el telescopio invertido, un montón de caras deformes, el universo en la odisea de tomar la figura de dioses, un rumor que pudiera llegar a ser un sonido alentador. Este tiempo dejará el legado insólito del más profundo olvido.
Posible ocupación
Soles desando, busco trabajo,
no hallo nada,
no soy zapatera
hay menos zapatos.
Qué tristeza me consume,
tantos zapateros idos
a buscar pieles finas de Alaska
a soñar moldes
Para amar las plantas que pisan
el sendero ciego
por donde se esfuman las almas
sin retorno.
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Por Ariel Fernández
No me pidas salir, que estoy sujeto
a esta suerte sin par de laberinto,
ni detengas el pulso del instinto,
a este insomnio feliz algo indiscreto.
Nueva letra sembraste en mi alfabeto,
y muda, que no suena mencionada...
llegaste a mí sin ser, ni pedir nada,
pero aquí te me quedas de algún modo,
después del día en que nos dimos TODO
lo que hubo de nacer de una mirada.
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A Rosamary
Busca en la inmersión del verde ese rostro
lejos de la cruz
de la avidez del párpado.
Búrlate de la fiera que alimentó
tu condición doméstica.
Con el eco de la placidez clareando
sin la cicatriz del regreso
a la familia, ese adorno de la sangre
que hala indiferente.
Más allá de los juramentos
existe una cara.
Emprende con valentía la soledad
la mordedura del viento.
Prolóngate dentro del verde lino.
Abre los ojos en toda la proporción de lo inhóspito
y búrlate de la fiera.
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Por José Martí
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...
…Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...
…Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
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Por Olga L. Robaina
Queriéndolo o no, es el final.
Un juicio puede convertir el mar en espinas.
Soy Náyade,
y encerrarme dentro de una lata de sardinas,
puede ser contraproducente.
Me descuartizan.
Desconocen el color del pecho
y tienen
poco dominio del crepúsculo.
No todos pueden mirar al Sol.
Arremeten...
Sola yo
y la silla.
Sola yo
y mis sueños.
Sola yo
y mi llanto.
Sola yo
y esas malditas voces en mi cabeza.
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Por Ana L. López
Desde los tres años
mi padre me enseñó a llorar
sin tener culpa
a los diez me hizo jugar una prima
sin juguetes
a los dieciséis la vida me mostró
que debía vaciar mis silencios
en una libreta de apuntes
al cumplir veinte supe comparar
el amor de un hombre y una mujer
sin querer a ninguno
a los treinta compartí mis silencios
no jugué con ella
ni con él
igual me culparon
a los treinta y cinco dejé de llorar.
Una niña que se orina sintiendo golpes a los tres
y es marioneta a los diez
se convierte en una mujer que no perdona
en un dulce monstruo que cría versos.
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Por Nicolás Guillén
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco.
África de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos…
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro…
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Mi sombra me sigue a todas partes
creo que perdió su brújula y su mapa,
y trata de convertirme en el guía
marginal del laberinto.
Tiempos de reencarnación cotidiana
Están a mi espera
para que mi sombra realice un trueque
con el guía marginal del laberinto.
Para intercambiar un corazón de latidos
por un palpitar de sombras.
La pobreza espiritual
se volvió la cárcel del gorrión común.
El desamparo se convirtió en un barco anclado a la superficie,
pero con la tripulación sumergida en la profundidad.
La jungla cada vez es más frondosa
para ese cazador que ve el mundo entre barrotes.
No pertenece a esa porción
del hombre civilizado.
Es como una simple nave a deriva
que busca una isla desierta
de rostros y calumnias,
pero repleta de libros y personajes chiflados.
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