Por Orlando V. Pérez

Como presa del autismo
(callado, sin maldecir),
¿qué hacer para digerir
este extraño cataclismo?
Es el borde del abismo,
es la maldita frontera,
y la sombra, como estera
interminable me acecha
como si estuviera hecha
de dolor, la carretera.

Por Airan Morales

Cuando encontré este lugar creí que esas malditas cosas no me hallarían; la tranquilidad no es eterna, tarde o temprano tendré que abandonarlo todo e ir en busca de seguridad. Pensé que este sería el lugar indicado para tener descendencia. Parece que fue ayer cuando mis crías correteaban por todos lados devorando el vital líquido que fluye por túneles subterráneos.

De hecho, así es. Pero de nuevo gigantescos seres con cuatro garras afiladas arrasaron lo que hace tres días llamé hogar. De manera que no me queda otra alternativa que saltar con mis seis patas y alejarme lo más posible a otro lugar, lo cual sería inevitable. Por suerte, para mi especie hay millones de sitios mejores nombrados perros.

Con este cuento el autor obtuvo Mención Especial en el Encuentro-Debate Municipal de Talleres Literarios (Cumanayagua, octubre de 2021). (N. del E.).

 

Por Melisa Arística

Salí más temprano de lo habitual; esa noche había sido una tortura y quería hacer la entrega de la guardia lo más rápido posible. Estaba agotado, pero antes debía buscar al chofer que recibiría la ambulancia. Tomé 4 sorbos de café, arranqué el motor y me encaminé hacia mi destino. No sé cuándo pasó: cuando solté el volante, cuando me dormí. Solo recuerdo que escuché ¡DETENTE!, y como una orden directa desde mi celebro a mis músculos, con mi pie derecho pise a más no poder el freno. Al parar, analicé la situación que me rodeaba, pero aún no comprendía lo que estaba sucediendo. Así que me bajé del vehículo y fue cuando lo vi: un niño pequeño de unos 5 años se encontraba de rodillas tembloso frente al capó con un balón entre sus pálidas manitas, las que sostuve para calmar su ansiedad. Luego de que el chico estuvo a salvo, regresé para continuar mi camino, pero el miedo me paralizó, mi cuerpo no reaccionaba y una pregunta invadió mi mente mientras el sudor frío recorría mi rostro: ¿quién grito ¡DETENTE!, si yo viajaba solo.

Por Nélida de la C. Puerto

Un destello de luz en la avenida

me ha llegado directo al corazón,

se me arruga la faz, no la emoción;

la angustia no se escapa con la huida,

es joya para el dedo de la vida

y el sendero confuso de otra Era.

Puede ser el otoño primavera

si el invierno florece de placer.

Bendigo ese lugar donde al caer

me seduce la fibra de la espera.

 

Con esta décima la autora obtuvo Premio en el Encuentro-Debate Municipal de Talleres Literarios (Cumanayagua, octubre 2021). (N. del E.).

Por Nélida de la C. Puerto

Hay quien piensa que el silencio es un infierno.
Yo creo en él,
gracias a su culto he conquistado el polvo,
las ruinas de mañana,
puedo remover con un sorbo la eternidad,
hago declinar la limosna de la inspiración
cuando el cielo subyuga la alcoba de los imposibles,
he conquistado el arco iris de tu presencia.
Náufraga de un sueño, busco chalupas de retorno
ante la tarde que ojerosa despliega su abanico
para contemplar despavorida
el chasquido de las horas,
el rugir de los meses,
la explosión de los años,
el sismo de la vida.

Con este poema la autora obtuvo Premio en el Encuentro-Debate Municipal de Talleres Literarios (Cumanayagua, octubre 2021). (N. del E.)

Por Nicolás Águila

Fue una noche de guarismos etílicos. Raúl Rivero anclado en El Floridita, poesía y añejo doble a la roca (o en straight, no lo recuerdo bien) en medio de la densa bruma de humo y un agujero negro, alejado de la repetitiva Feria del Libro a un paso de allí.

Raúl intentó recitarle el “Soneto de tus vísceras”, de Baldomero Fernández, a la chica estudiante de Medicina sentada en la barra con nosotros:

“Harto ya de alabar tu piel dorada,

tus externas y muchas perfecciones...”;

pero se le hizo un nudo en la garganta. Un nudo gordiano, más exactamente. Y lloró.

Le había venido de pronto a la memoria, tal vez por asociación de ideas o de situaciones, o por las copas de más, o por todo eso junto, quién sabe, el recuerdo de su amigo Wichy, el poeta Luis Rogelio Nogueras, a la sazón recién desaparecido.

Por Mayda Palazuelos 

Los amantes son los mismos; solo que ahora sienten que ese acto es más tierno; las caricias son más suaves, sentidas en ambos cuerpos.

Ella palpa su mano zurda como regodeándose cuando le acaricia suavemente la enrevesada melena. Mientras eso sucede, la leona une su cuerpo al de su amado y le lame todo el pecho con su lengua suave y tibia. Ambos, totalmente desnudos: sus ropas han rodado  por cualquier esquina del colchón, vestido con sábanas blancas.

El amante zurdo tiene la piel muy perfumada: un perfume masculino hecho de celos, distancia y espera; ardiente perfume, exquisitas hormonas. Ahora él se regodea en repasar las manos por la ondeada melena de su leona, aún soñolienta; pero, dulcemente enamorada, lo besa.

Los dos susurran y se aproximan tanto, de una forma tan cómoda, que los cuerpos se funden, cual si fueran uno, en el fiero y tierno acto de la cópula.

Por Alexey Ruiz

Ante Bruno se encontraba la reliquia más preciada de su infancia; esta rondaba cada rincón del antiguo estudio; fueron mucha las veces que huía de las criadas o hurgaba en la búsqueda de los libros que le gustaban en aquel entonces. La tupida barba, el monóculo y su volátil personalidad eran lo que más recordaba de su familiar. El tiempo no pudo corroer los estantes que se alzaban a los costados de la angosta habitación; su mano palpaba el lugar en busca de algo nostálgico. Guiado por sus recuerdos, buscó en el estante detrás del escritorio. Al hojear un antiguo, pero bien cuidado ejemplar, un terrible hedor se propagó por la habitación y un líquido espeso invadió en cuestiones de segundos el suelo, creciendo con gran rapidez, sin darle tiempo a reaccionar.

Por Clara Veitía

Yo a mi abuelo lo veía
como lo dulce y lo humano,
lo más tierno, justo y sano
que en la familia existía.
Por eso, lo que él decía
era una ley, un decreto;
hijo, yerno, nuera, nieto…
todo familiar notaba:
mi abuela era quien mandaba,
mas… mi abuelo era el respeto.

Así un día, un desalmado
pidió a mi abuelo, dijera
cuál de tantos nietos era
aquel menos agraciado.
Mi abuelo nos vio a su lado,
miró con cara de pena,
y con la pupila llena
de una lástima inconfesa,
rozándome la cabeza
murmuró: “¡Pero es tan buena!”

 

Por Yusbiel J. León

Aquí estoy hollín de etapas
Que no sé bien si he quemado;
De lo que fuera, mejor,
De lo que no he sido, algo;
Deshilándome estos días
Que de tejerme no acabo,
Pero que sin darme cuenta
Invariablemente gasto.
Toco con mis manos duras
Un corazón que está blando
(El tiempo de tantos sustos
Nos lo va poniendo manso).
Vuelvo a mis horas primeras:
Sin guante en el pelotazo,
El primero de la clase,
El último en el escándalo,
Las ganas de carpintero
En el abuelo del casco
(Se me fue antes de explicarle
Que a huérfano no me adapto)
Pero en fin la realidad
Me trae al pasar los años
A este mapa sin escalas
Que me duele en los zapatos
Y me anda hurgando en el pelo
Con cierto capricho blanco,
Para decir que el principio
Ya está mucho más lejano.