Por Nélida Puerto

Puede que exista la muerte
con pétalos  de rubí
para provocarme allí
donde trasnocho a la suerte
pero si piensa tenerte
pongo fin a su locura.
La fragancia que fulgura
de tu piel y la provoca
sólo el panteón de mi boca
le dará la sepultura.

 

Por Pepe Sánchez

Las cosas toman la forma de sus dueños
este lápiz se parece a mi voz
solidaria en su libre albedrío
gastándose en cada metáfora

Creo haber estado escribiendo
el mismo poema desde siempre
la misma verdad sucesiva

Las manos y las palabras del poema
son gemelas en sus discordias
Unas levantan paredes
que mañana serán la casa
Con las otras sigo manchando papeles
por los que algún día seré juzgado

Por Marisol Velázquez

Las
nubes
dibujan
el patio
de mi casa.
Un rayo
de sol
vive
en los rincones.

 

Por María Milnne

No sabes, pero nací
en aquel pueblo que amaste,
y los versos que dejaste
los hice parte de mí.
Tus cuentos los aprendí;
me inspiraste con tu lira.
Es mi orgullo ser guajira
amante del gallo fino,
pero mi verso no es trino:
mi verso exilio transpira.

¿Qué será de una mujer
que habiendo nacido pobre,
guarda su Patria en un sobre:
desterrada de volver?
¿Qué tengo de anochecer

Por Orlando V. Pérez

La  india Maroya (la Luna) bajaba al monte  todas  las noches para bañarse en las aguas del río Hanabanilla, que  corre por  el lomerío del Guamuhaya.  Una vez  un  joven  guerrero llamado Arimao, cacique indio de Cumanayagua,  la vio bajándose  por  casualidad  y se quedó admirado de su  belleza;  sobre todo,  le gustaba  su larga cabellera, la cual le  corría  por  la  espalda  como la cola  de  un caballo  salvaje, hasta perderse a lo lejos,  sobre las aguas del río.
     Desde  ese  momento, el joven se enamoró  de  Maroya  y  juró luchar con todas sus fuerzas para conseguir su amor.
    Noche tras noche se dedicó Arimao a vigilarla desde lo alto de un montecito; pero la joven, al menor  ruido, escapaba al  cielo en  un rayo de luna. Sin embargo, en una de las ocasiones en  que el  guerrero se acercó  a ella  para contemplarla  en  su  baño nocturno,  no pudo soportar más el deseo de abrazarla, y como  un loco  se lanzó sobre ella, y  esta vez la joven no pudo  escapar. Ya  en  sus brazos, la india, por más que  forcejeaba,  no podía zafarse, y  muy asustada, le preguntó:

Por Magaly Ojeda

No voy a decir mañana
porque en el ayer quedamos
en el camino que vamos
cantando la misma nana.
No dejaré a la campana
tocar su tan tan de muerto
si hoy la marea a mi puerto
caracolas me ha traído,
destellos en el olvido
del cojo pirata tuerto.

Por Claudia Teresa Cabrera

Todo gris se me hace claro
de la décima al calor,
pues me regala su flor,
la caricia del amparo.
Me ilumina como faro
el ritmo de la tonada.
Es que soy la apasionada
de la calle donde vivo,
en donde feliz cultivo
un huerto en la madrugada.

 

 

Por Iruan Luis Cordero

Me conociste frío, inmóvil
como una fotografía.
Te me acercaste acompañada,
mas los vértigos de febrero
te despertaron bajo mis sábanas.
No dudaste,
yo, no lo pensé,
y hoy brotamos más fuego que un volcán en erupción;
aunque el humo de nuestro amor
pudiera molestarle a alguien,
no importa,
imprudentemente nos amamos.

 

Por Nachiely Sánchez

Sueño en mi casa de infancia
siento como si algo me llevara al abismo
y allí encontrara el río que me aguarda.
A veces pienso que él me llama
como una cueva que me lleva
a la profundidad de sí mismo
y ya en el horizonte ver el río
y correr sobre sus piedras
y sentir la arena que rodea la orilla.
Pero allá en entre esas arenas oscuras
se ven los peces cómo nadan y se salvan.
Yo soñando en mi casa de infancia
siento cómo me aguarda el río.
Tan cerca de mi casa
se oye el murmullo diario.

Por Nicolás Águila

La ancha pista del estrecho Paseo del Prado es la recta circular del ir y venir, del ser y el estar, del sufrir y el querer. Allí se pasearon los deseos, los temores, las promesas, las angustias y las esperanzas; se anudaron amistades, se echaron miraditas, se ocultaron sonrojos, se enlazaron corazones, se desnudaron pudores, se desbocaron pasiones y se me gastaron las suelas de los zapatos.

(*) El autor se refiere a Cumanayagua. (N. del E.)