Por Orlando V. Pérez

La  india Maroya (la Luna) bajaba al monte  todas  las noches para bañarse en las aguas del río Hanabanilla, que  corre por  el lomerío del Guamuhaya.  Una vez  un  joven  guerrero llamado Arimao, cacique indio de Cumanayagua,  la vio bajándose  por  casualidad  y se quedó admirado de su  belleza;  sobre todo,  le gustaba  su larga cabellera, la cual le  corría  por  la  espalda  como la cola  de  un caballo  salvaje, hasta perderse a lo lejos,  sobre las aguas del río.
     Desde  ese  momento, el joven se enamoró  de  Maroya  y  juró luchar con todas sus fuerzas para conseguir su amor.
    Noche tras noche se dedicó Arimao a vigilarla desde lo alto de un montecito; pero la joven, al menor  ruido, escapaba al  cielo en  un rayo de luna. Sin embargo, en una de las ocasiones en  que el  guerrero se acercó  a ella  para contemplarla  en  su  baño nocturno,  no pudo soportar más el deseo de abrazarla, y como  un loco  se lanzó sobre ella, y  esta vez la joven no pudo  escapar. Ya  en  sus brazos, la india, por más que  forcejeaba,  no podía zafarse, y  muy asustada, le preguntó:

     —Quién eres tú, hombre malo o bueno?
     Y el cacique le respondió:
     —Soy Arimao, jefe guerrero de esta región.
     —No me hagas daño, por favor —le suplicó ella.
     —No te haré  daño, pero  tampoco te dejaré ir.
     La  india  siguió forcejeando para escapar;  y mientras  más  lo hacía, mucho  más fuerte el guerrero la apretaba contra su pecho. Y  así, como no podían despegarse, los dos empezaron a  subir  al cielo, envueltos en un rayo de luna. Mientras subían, Maroya  fue soltando su larga cabellera.
     Y  aquella cabellera, que llegaba hasta el nacimiento mismo  del río, quedó  ondulando  sobre sus aguas, que  corrían  entre  las montañas,  y se precipitó desde unas altas rocas,  formando  así una impresionante cascada que desde entonces se  empezó a  llamar Salto del Hanabanilla.

Informante: Juan Ferrán Suárez.

De: Guamuhaya Verde. Editorial Mecenas, 2022.