Por Naizomi Getav

 

Después de tantas tazas de café,
aún esperé...
No llegó mi tren.
Estuve lista, a la hora,
vestida de gala para el viaje.
¡Despiste mío!
Quizá equivoqué horario,
la fecha, y hasta la estación.

Resignada volví a casa;
lavé mi cara...,
en el piso mis ropas de gala,
será otro día,
en alguna otra vida.
No se me dan los viajes.
¡Despiste mío!
suelo perder hasta el equipaje...

¡Despiste mío!
Por fortuna existe el café.

De: Los narcisos de Naizomi. (México, 18 de agosto de 2023).

 

 

 

Por Antonio Machado

               

              A Federico García Lorca

I

El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!…

Por Naizomi Getav

 

Me enamoré de un mirar,
de un par de hoyuelos,
del eco de una risa.

Me enamoré de una mano,
de una canción,
de una tristeza,
de una lágrima sin prisa.

Me enamoré de un enojo,
de una necedad
(¡hay mi madre, vaya necedad!),
de un buen humor,
de una pasión.

Me enamoré de un desorden,
de un andar,
de unos labios,
de un libro,
de un cabello,
de un lunar.

Por Erika Estrada (Luna)

 

            ¡Adiós! En la noche inmensa
            y en alas del viento blando
            veré la barca bogando,
            la vela impoluta y tensa.


                    Nicolás Guillén

 

Adiós a poder tenerte
Adiós a rozar tus labios
quitar en ti los resabios 
Miedo a no querer perderte
Miedo de querer, de hacerte
Y de sentirme indefensa
Adiós a la recompensa
De mirarme en tus ojazos
De tenerte entre mis brazos
Adiós a la noche inmensa

Por Maria Herrera 

 

Se agigantó el viento
de sus boreales sueños
de águila indómita
y fui ave ya crecida
enfrentando a los más increíbles desafíos
y mi alma creció
en el huracán de la locura.

 

 

Por Manuel Scorza


América,
a mí también debes oírme.
Yo soy el estudiante
que tiene un solo traje y muchas penas.
Yo soy el desterrado
que no encuentra la puerta en las pensiones.
Te digo que en las calles
y en las azoteas y en las cocinas,
y al fin de cada día y en mi pecho,
algo está muriendo.

Escúchame:
Yo soy el desterrado,
yo vagué por las calles
hasta que los perros
lamieron mi amor desesperados.
¡Acuérdate de mí!
Hay días que no tengo ganas
de ponerme los ojos,
días en que hasta los pájaros
se pudren a la mitad del vuelo.

Por Rafael Alberti

 

Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;

que yo saldré a esperarte, amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.

Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.

Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.

Por Alfonsina Storni

 

Quiero un amor feroz de garra y diente
que me asalte a traición en pleno día,
y que sofoque esta soberbia mía,
este orgullo de ser todo pudiente.

Quiero un amor feroz de garra y diente
que en carne viva inicie mi sangría,
a ver si acaba esta melancolía
que me corrompe el alma lentamente.

Quiero un amor que sea una tormenta,
que todo rompe y lo remueve todo
porque vigor profundo la alimenta.

Que pueda reanimarse allí mi lodo,
mi pobre lodo de animal cansado,
por viejas sendas, de rodar, hastiado.

Por Julio Cortázar


Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré, amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,

Por Oscar Wilde

 

Había una vez un hombre a quien todos querían porque contaba historias muy bonitas.
Diariamente salía por la mañana de su aldea, y cuando volvía al atardecer, los trabajadores, cansados de trajinar todo el día, se agrupaban junto a él y le decían:
      -¡Anda, cuéntanos lo que has visto hoy.
      Y él contestaba:
     -He visto en el bosque a un fauno que tocaba la flauta, y a su alrededor a muchos enanitos con sus gorras de colores, bailando alegremente.
   -¿Qué otra cosa viste? -le preguntaban los hombres, que no se cansaban de escucharlo.
     -Cuando llegué a la orilla del mar, ¡a que no se imaginan lo que vi!
     -No, no podemos imaginar nada.
     Dinos lo que pasó a la orilla del mar.
     -Pues vi tres sirenas, sí señores, a tres sirenas que con un peine de oro peinaban sus cabellos verdes.
     Y los hombres lo amaban, porque les contaba hermosas historias.
     Una mañana salió de su aldea como todas las mañanas, pero cuando llegó a la orilla del mar vio a tres sirenas, que al borde de las olas peinaban sus cabellos verdes con su peine de oro.