Por Rolando Revagliatti

 

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Laura Calvo: Si hablamos de creación literaria, fue algo que escribí después de ver una proyección de diapositivas del sur argentino, montañas, lagos, bosques, campos de margaritas. Yo vivía en un pueblo de la provincia de Buenos Aires sin relieves de ningún tipo. Tendría unos diez años y gané una medalla. Lo que más me impactó fue el centelleo del Lago Nahuel Huapi. Creo que eso me trajo hasta aquí y aquí me quedé.


2.- RR:
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

LC: Con la lluvia me llevo mal y bien. Me gusta cuando llueve de noche y la escucho al dormirme. Nunca me gustó “mucho” la lluvia de día. De chicos nos mantenía encerrados. Te podías enfermar. Y te enfermabas. De aburrimiento. La lluvia de verano siempre fue la mejor, el olor a la tierra mojada; tediosa la de otoño; la de invierno, promesa de nieve, y luego todo empieza a florecer con la lluvia de primavera.  ¿Las tormentas…? Son fabulosas, aquí en la montaña o en la pampa húmeda, pero que sigan de largo, todo ese viento huracanado, el agua contra los vidrios, el techo que cruje...

Por Miguel Hernández

 

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Por Delfina Goldaracena

 

Como un banco de arena
deteniendo el tiempo del río profundo
dejo que el agua
tonifique la sangre
(fascinación macabra)
Caminábamos
Tratabas de darme las voces
del viejo pueblo
Casa negra, decías
cuando buscaba el carretel
que me devolviera tu lengua
Esa casa negra
nosotras mismas
madera dura
donde mueren
las historias.
Madre, descansa tu mirada

Por Liubov Popova

 

En realidad su verdadero nombre era Alize Espiridiona Cenda del Castillo, aunque más tarde sería conocida en el escenario, simplemente, como “La Gran Chiquita”. Esta peculiar artista desde muy niña adoro el ballet clásico; por esa razón, apoyándose en la enseñanza rudimentaria de la época, junto a la de su familia, que siempre la protegió sobremanera, decidió estudiarlo, incluso utilizando las zapatillas de puntas con las cuales al principio de su carrera siempre se presentó, obviamente, con una técnica poco depurada. Pocos años después, al no conseguir ser contratada por ninguna compañía de ballet, se transformó en una connotada vedette, incluyendo en sus actuaciones el canto, aunque jamás abandonó su gran pasión: el baile a puntas.

Por Rolando Revagliatti

 

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Lucas Margarit: Cuando vi que se podía retorcer una palabra, habrá sido a eso de los trece o catorce años. El momento en que me volví un lector más ávido que antes y empezaba con lecturas de poesía. Se trataba de esos juegos que se aprendían luego de leer a los miembros del Dada o a los surrealistas: collage de palabras, escritura automática, lo uno en lo otro, etc.


2.- RR:
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

LM: Muy bien, me gusta la lluvia en el desierto o en el mar. Es como un diálogo con un dios oscuro.

Con la sangre bien, aunque a veces me pregunto si no es mejor la savia.
         Tengo vértigo, no hay velocidades ni alturas soportables.
         Las contrariedades están para ser anuladas y seguir.

Por Sylvia Zárate Mancha

 

Derecha, inerme, altiva y a la vez misteriosa, se inclinaba en el barandal de su balcón la vieja mujer vestida de negro y el pelo recogido en un chongo, así pasaba las horas viendo hacia la calle donde transitaban pocos vehículos y algunos niños jugando. Su mirada era fría y dura, parecía de piedra frente a la algarabía infantil. Desde mi patio la miraba cuando salía a jugar con mis hermanos. Vivía en una vieja casona de comienzos del siglo XX, tenía dos pisos, sus numerosos cuartos servían de vivienda a ancianas que por alguna razón no poseían casas propias, o tal vez, sus parientes los llevaron a ese espacio pétreo cuya fachada estaba frente a mi casa.
     A mi temprana edad, no alcanzaba a comprender su soledad, no solo de ella, sino de todas las ancianas que vivían en aquel edificio enigmático y a la vez bello. Solían salir de la casona caminando lentamente y la mayoría de las ocasiones solas. Eran toda una incógnita, las veía embozadas, con su paso lerdo y con algunas pequeñas bolsas de su mandado; pasaban por el frente de mi reja y no volteaban, parecían autómatas. Casi todas vestían de negro, como si la edad les prohibiera lucir otros colores que encendieran su alma y corazón e iluminaran su existencia. Ellas tenían algo que quizás no valoraban: vida.

Por Federico García Lorca

 

Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas;
la que va detrás, paloma;
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?

Por Charles Chaplin

 

Cuando me amé de verdad
comprendí que en cualquier circunstancia,
yo estaba en el lugar correcto, en la hora correcta,
y en el momento exacto, y entonces, pude relajarme.
Hoy sé que eso tiene un nombre… Autoestima.
Cuando me amé de verdad,
pude percibir que mi angustia,
y mi sufrimiento emocional, no es sino una señal
de que voy contra mis propias verdades.
Hoy sé que eso es… Autenticidad.
Cuando me amé de verdad,
dejé de desear que mi vida fuera diferente,
y comencé a aceptar todo lo que acontece,
y que contribuye a mi crecimiento.
Hoy sé que eso se llama… Madurez.
Cuando me amé de verdad,
comencé a percibir que es ofensivo
tratar de forzar alguna situación, o persona,
sólo para realizar aquello que deseo,

Por Blas de Otero

 

Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.
Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos,
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro…
Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.
Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.

 

 

Por Gabriel García Márquez

 

Si te atrae una mujer
por la talla de su pecho, 
por su cintura o por sus caderas,
te  estás equivocando.

Si lo que  más valoras en ellas son los rasgos de su cara,
el color de sus ojos, la longitud de sus piernas
o como se le ve con minifalda,
te sigues equivocando.

Una mujer es su actitud,
su forma de ser, la forma en que te trata y te mira,
su risa y sus silencios.

Una mujer es su inteligencia, su rebeldía,
su entrega, su generosidad, su capacidad de hacer varias
cosas simultáneamente, sus manías.