Por Emilio Toledo

 

Infierno


La ciudad incendiándose, las llamas resplandecen en la noche. Alrededor mío, una aglomeración de hombres y mujeres riendo, conversando sobre diversos tópicos. No hablan del fuego y llevan todos los ojos vendados. El calor de las llamas lo traducen como el cálido verano. Los gritos de agonía, el murmullo de los problemas cotidianos a los que se han acostumbrado. Nada los distraerá del placer que merecen. La ocasión es propicia para fantasear sobre el futuro ideal, intercambiar anécdotas y rumores y lamentarse de lo que no puede ser cambiado. Mejor admirar la belleza del mundo, dice uno a otro, y señala con su mano el horizonte frente a él que arde como un infierno.

Por Joseph Berolo

 

Aún no he regresado del centro del mundo
porque allí se quedó mi corazón prendido
de un plácido quehacer de poeta vagabundo
que en Quito halló el eco de todo lo querido

Fueron los valles y colinas y la enorme curvatura
de la ciudad procera, testigos de su rica andanza
y en el Pichincha se repitió la libertad de altura
y en Panecillos la serena majestad de la esperanza.

Rica y pura la cosecha fue de todo lo sembrado
en los campos que riegan la paz y la confianza,
donde Dios es presencia y el amor es legado

y en hacer patria los sembradores bien se afianzan
y en una colina de la tierra ecuatoriana crecen
al amparo de la paz y la verdad que los enaltece.

Por Liana Friedrich 

 

I

Poesía... magia sin filtros.
Para llorar el alma.
Para alejarme de la herida.
Para endulzar las madrugadas
e interrogar al ave y a la flor.
Apacentar el tiempo con mis versos.
Hasta que la piel se derrumbe sin dolor.
Para ser sólo sutil polvo de estrellas.


II

Intifada de recuerdos
me atormenta el alma
y me subleva el sueño.
Ampos macilentos
tapizan el campo yerto:
resabios de nieve tardía.
Pléyade de pájaros agoreros
cubre de plañideros gemidos
el profundo añil del piélago.

Por Alejandro Méndez

 

Como quien exhibe en una feria de atracciones un fenómeno extraordinario, Rolando Revagliatti abre la cortina, en este libro, a una realidad cruel y fascinante. Una posible conjetura se insinúa desde el principio: nada es más cruel y fascinante que la existencia.
     Mirada desde cualquier ángulo, la presencia, la proliferación, el comportamiento de los seres y las cosas, no resiste una prueba de justificación, de sentido suficiente. Por el contrario, es materia de perplejidad, estupor y consecuente sarcasmo. A partir de allí, todo será motivo de asombro. Pase y vea.
     Revagliatti monta un laboratorio en el que, con obsesiva minuciosidad, separa los elementos de este absurdo y vuelve a combinarlos, tomando como punto de partida elementos del habla cotidiana: lo obvio, la frase trillada, el adjetivo erosionado por el exceso de uso; apela a la anécdota trivial, al lugar común, a lo remanido y perogrullesco. Con prodigioso ingenio, transforma todos esos elementos en una rica cantera de significantes y significados. Esta materia prima le permite armar un artefacto poético increíblemente eficaz. De este rico inventario de elementos elegidos es, sin duda, la palabra, el vocablo en sí mismo, el principal recurso, el escalpelo con que secciona, extirpa, mutila y modela estos textos.

Por Sylvia Zárate

 

En tus viejas calles de cantera he dejado mi aliento,
mis ojos saborean al caminar
el marco idílico que te protege, lugar de paseos,
peregrinaciones y amores,
que ocultos en sus bancas de piedra rosa
besan sus cuerpos y almas.
Recorrido monacal y estudiantil
cuyas antiguas casonas dan albergue a creencias religiosas,
leyendas, y proporcionan alimento al intelecto.
Hermosa la calzada de Fray Antonio de San Miguel
que desemboca en mi lejana Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Una alfombra verde te cubre Morelia.
En un pasado nostálgico
se reflejan los paseantes en el lago de San Pedro,
hoy los patos que habitan en su espejo
nos dan un bosquejo de lo que fue un paraíso.
El viento juega en las ramas de los árboles y hace volar
a los diferentes pájaros que pueblan el espacio de esmeralda,
en su viejo castillo resuenan los pasos de mi padre
y se escucha su voz colmada del saber universal.

Por Rolando Revagliatti

 

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Laura Calvo: Si hablamos de creación literaria, fue algo que escribí después de ver una proyección de diapositivas del sur argentino, montañas, lagos, bosques, campos de margaritas. Yo vivía en un pueblo de la provincia de Buenos Aires sin relieves de ningún tipo. Tendría unos diez años y gané una medalla. Lo que más me impactó fue el centelleo del Lago Nahuel Huapi. Creo que eso me trajo hasta aquí y aquí me quedé.


2.- RR:
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

LC: Con la lluvia me llevo mal y bien. Me gusta cuando llueve de noche y la escucho al dormirme. Nunca me gustó “mucho” la lluvia de día. De chicos nos mantenía encerrados. Te podías enfermar. Y te enfermabas. De aburrimiento. La lluvia de verano siempre fue la mejor, el olor a la tierra mojada; tediosa la de otoño; la de invierno, promesa de nieve, y luego todo empieza a florecer con la lluvia de primavera.  ¿Las tormentas…? Son fabulosas, aquí en la montaña o en la pampa húmeda, pero que sigan de largo, todo ese viento huracanado, el agua contra los vidrios, el techo que cruje...

Por Naizomi Getav



Yo soy tantas cosas...
Yo haciendo tantas apuestas,
yo como olorosas hierbas
los sentimientos atados por manojos.

¡Ay, si de mí supiera;
inmensidad del mar soy!
¡Me encuentro insondable;
débil alter ego; aquí, no hay nada cierto!

Sé de mí; ¡ah, ni el hoy!
¿Qué llevo puesto?
el último grito de mi propia moda,
desde la alcoba del dolor el eco...

Ay si de mí supiera
sería agua clara, mar en calma.
Ah, tormenta, mujer bajo fuego...,
vuelo de colibrí, grito de águila.

Por Federico García Lorca

 

Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.

 

 

Por Liubov Popova

 

En realidad su verdadero nombre era Alize Espiridiona Cenda del Castillo, aunque más tarde sería conocida en el escenario, simplemente, como “La Gran Chiquita”. Esta peculiar artista desde muy niña adoro el ballet clásico; por esa razón, apoyándose en la enseñanza rudimentaria de la época, junto a la de su familia, que siempre la protegió sobremanera, decidió estudiarlo, incluso utilizando las zapatillas de puntas con las cuales al principio de su carrera siempre se presentó, obviamente, con una técnica poco depurada. Pocos años después, al no conseguir ser contratada por ninguna compañía de ballet, se transformó en una connotada vedette, incluyendo en sus actuaciones el canto, aunque jamás abandonó su gran pasión: el baile a puntas.

Por Jon Fosse



Bajo sauces podados juegan niños cobrizos
y brotan hojas, suenan trompetas. Sombrío cementerio
Penachos escarlatas entre las penas de los arces
Jinetes por los centenales, molinos vacíos

O pastores que cantan en la noche y venados
que acuden a la hoguera. Viejas penas en la floresta
Bailaores ante una tapia negra
Penachos escarlatas, risas, locuras. Trompetas

Mis ojos azules se han apagado desde los ojos
El oro escarlata del corazón
Ay mis velas, ¡qué taciturnas arden!
Un abrigo azul me envuelve cuando me hundo. Tú
Tu boca encarnada que sostiene la noche.