By John Lennon

 

We live in a world where we have to hide to make love, while violence is practised in broad daylight.

Traducción:

Vivimos en un mundo donde tenemos que ocultarnos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día.

 

 

Por Lágrimas de una Condesa

 

Son mis esfinges doradas quienes buscan el camino,
la melancolía cubre como manto negro mi memoria
entre recuerdos que torturan como corona de espinas
mientras se exudan mis lágrimas ácidas en el lago del dolor.

Los ojos nebulosos se quedan buscando su nombre,
sorbida tristeza de mi ser,
cubriendo mi cadáver en mortajas de poesía,
en letras que se llenan de sangre
en la soledad de esta habitación.

Fúnebre ritmo acompaña mi inspiración,
en tópicos versos empalagosos,
elucubrando el nacimiento a un nuevo sentimiento
mientras los ojos lloran su nombre.

 

Por Federico Garcia Lorca 


Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío.

No me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.

 

Por José “Pepín” Bello

 

“(…) He dicho rito, y es que no cabe otro sustantivo; por partes seguía los siguientes pasos: en una habitación ordenadísima, limpia hasta relucir, tomaba asiento. Colocadas en su lugar, lápiz, siempre usaba lápiz, goma de borrar y un bloc impoluto de cuartillas blancas, lisas. Cuando comprobaba que todo estaba a su gusto tomaba asiento, nunca en postura indolente, siempre erguido. Y entonces empezaba a un ritmo lento de toda lentitud que ya no abandonaba; era premiosísimo escribiendo, muchas veces delante de mí y de otros amigos, que por lo que salió de aquellas veladas, no alterábamos para nada su concentración. Allí estaba la peña, tan tranquila en actitud contemplativa, admirando al artista y sin decir ni caramba.

Por Fernando Sánchez Zinny

 

Verdaderamente aislado y de siempre ajeno a los grupos que recorren el camino de la poesía, Rolando Revagliatti es, empero, una clásica referencia entre nosotros de la inquietud poética; recluido en su mundo ha tramado y continúa haciéndolo, una extensa obra centrada en las posibilidades expresivas que ofrecen las teorías y las prácticas psicoanalíticas, trasmutadas en experiencia agónica, en fuentes de poesía.
     Amigo de la reflexión, de la ironía y del desconsuelo, su labor viene siendo, desde hace mucho, un hito solitario contrapuesto a la sensibilidad y a las preocupaciones corrientes entre los poetas. Un ingenio áspero y la irrupción de imágenes revulsivas la signan y es natural que muchos rehúsen adherir a esa ardua música sincopada, pero nadie podrá negar la poderosa coherencia intelectual que la anima ni desconocer la honestidad de Revagliatti, quien, impertérrito, sigue anclado en esos temas, persistentemente atento al drama de la vida consciente, sobre todo cuando ella ha nacido de viajes por la inconsciencia.

Por Lágrimas de una Condesa

 

Eres la tentación de los pecados,
cruel sentimiento que recorre la imaginación.
Tenerte entre mis brazos sería mi salvación.
¡Ven!
Entrelacemos nuestras manos en el beso prohibido
en un juego de carreras —si me atrapas te beso —.
El roce de fuego hecho miel que se derrite con la saliva
mordiendo los labios como la primera vez
duele y a la vez gusta, sangra.
Exquisito dolor que me lleva a las nubes,
tentáculos que exploran en las vestiduras de un escote,
traviesas juegan debajo de un vestido ajustado.

Es contigo con quien quiero apagar este deseo,
el escogido para ser el agua de esta sed
de quitarse las ganas de sentirte fusionándote en mi piel;
en el beso está la clave.
La oscuridad, testigo mudo de nuestros instintos…
eres inspiración para estas letras rojas,
aquellas que encienden fuego en este hielo,
aquel que secó mis lágrimas con un beso
y con una caricia me elevó al cielo
recordándome que Lilith apareció para ese mortal, tú.

 

 

Por María Herrera

 

Los pétalos de la soledad
impregnan la belleza de su daga,
la respiración pausada…
el polen de la garganta brota.
Los almohadones agobiados
de ser profanados en tumbas
y un todo de vacío empuja
queriendo derrocar las trincheras
débiles del orden para plantar su bandera.
Un todo y la nada,
océanos de  cicuta en el aire
y la luz intermitente y la oscuridad tácita
vomitan sus razones para reinar.
Pequeño es mi mundo,
¿cómo fue que se redujo tanto?
El desatino del cántico del espejo
de mi centro
es la única utopía verdadera.

 

 

Por María T. Campechano

 

La memoria de tu piel se diluye en la distancia.
     Píntala con palabras para que permanezca aquí en estos lejanos años.
        Ha habido noches en que he prestado mis manos al anhelo de que las tuyas transiten por esta piel que lenta y suavemente va perdiendo tu huella.
         Pinta, píntala siempre de colores sucesivos.

 

 

Por Constantino Cavafis

 

En una esquina del café sonoro de murmullos confusos
un anciano sentado se inclina sobre la mesa,
leyendo un periódico, sin compañía.
Y en el ocaso de su miserable senectud
piensa cuán poco gozó en los años)
cuando tuvo la fuerza y el verbo y la belleza.
Sabe que está muy viejo, y lo siente, y lo ve.
Y, sin embargo, le parece que la juventud
fue ayer. ¡Corto intervalo, corto!
Y piensa en qué forma lo embaucó la prudencia,
cómo de ella se fio y qué locura
cuando la engañadora le decía: «Mañana.
Tienes todo tu tiempo».
Se acuerda de los impulsos que detuvo y cuántas
delicias sacrificó. Ocasiones perdidas
que burla ahora su prudencia insensata.
…A fuerza de rumiar pensamientos y recuerdos
el vértigo lo invade. Y se duerme
inclinado sobre la mesa del café.

Por Sor Juana Inés de la Cruz 

 

Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.

A mi misma memoria apenas creo 
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.

Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor poder negarlo; 
mas luego la razón justa me advierte

que sólo me remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte
sólo es bastante pena confesarlo.