Por María Calcaño


Una gran desnudez:
mi cuerpo
y la noche…

¡Pero sueño en el alba!

Alba:
abertura de sangre
y de alas.

Y el pájaro
dueño del bosque
con un trino…

¡La vida
es este montón de tierra fértil!


El hombre
y yo
somos la quimera.

Por Alejandro Méndez

 

Como quien exhibe en una feria de atracciones un fenómeno extraordinario, Rolando Revagliatti abre la cortina, en este libro, a una realidad cruel y fascinante. Una posible conjetura se insinúa desde el principio: nada es más cruel y fascinante que la existencia.
     Mirada desde cualquier ángulo, la presencia, la proliferación, el comportamiento de los seres y las cosas, no resiste una prueba de justificación, de sentido suficiente. Por el contrario, es materia de perplejidad, estupor y consecuente sarcasmo. A partir de allí, todo será motivo de asombro. Pase y vea.
     Revagliatti monta un laboratorio en el que, con obsesiva minuciosidad, separa los elementos de este absurdo y vuelve a combinarlos, tomando como punto de partida elementos del habla cotidiana: lo obvio, la frase trillada, el adjetivo erosionado por el exceso de uso; apela a la anécdota trivial, al lugar común, a lo remanido y perogrullesco. Con prodigioso ingenio, transforma todos esos elementos en una rica cantera de significantes y significados. Esta materia prima le permite armar un artefacto poético increíblemente eficaz. De este rico inventario de elementos elegidos es, sin duda, la palabra, el vocablo en sí mismo, el principal recurso, el escalpelo con que secciona, extirpa, mutila y modela estos textos.

Por Joseph Berolo

 

Aún no he regresado del centro del mundo
porque allí se quedó mi corazón prendido
de un plácido quehacer de poeta vagabundo
que en Quito halló el eco de todo lo querido

Fueron los valles y colinas y la enorme curvatura
de la ciudad procera, testigos de su rica andanza
y en el Pichincha se repitió la libertad de altura
y en Panecillos la serena majestad de la esperanza.

Rica y pura la cosecha fue de todo lo sembrado
en los campos que riegan la paz y la confianza,
donde Dios es presencia y el amor es legado

y en hacer patria los sembradores bien se afianzan
y en una colina de la tierra ecuatoriana crecen
al amparo de la paz y la verdad que los enaltece.

Por Julio Cortázar

 

Todo lo que de vos quisiera/es tan poco en el fondo/porque en el fondo es todo como un perro que pasa, una colina,/esas cosas de nada, cotidianas,/espiga y cabellera y dos terrones,/el olor de tu cuerpo,/lo que decís de cualquier cosa,/conmigo o contra mía, todo eso es tan poco/yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,/que me ames con violenta prescindencia/del mañana, que el grito/de tu entrega se estrelle/en la cara de un jefe de oficina, y que el placer que juntos inventamos/sea otro signo de la libertad. 


Los amigos

En el tabaco, en el café, en el vino,/al borde de la noche se levantan/como esas voces que a lo lejos cantan/sin que se sepa qué, por el camino.

Livianamente hermanos del destino,/dioscuros, sombras pálidas, me espantan/las moscas de los hábitos, me aguantan/que siga a flote entre tanto remolino.

Por Naizomi Getav



Yo soy tantas cosas...
Yo haciendo tantas apuestas,
yo como olorosas hierbas
los sentimientos atados por manojos.

¡Ay, si de mí supiera;
inmensidad del mar soy!
¡Me encuentro insondable;
débil alter ego; aquí, no hay nada cierto!

Sé de mí; ¡ah, ni el hoy!
¿Qué llevo puesto?
el último grito de mi propia moda,
desde la alcoba del dolor el eco...

Ay si de mí supiera
sería agua clara, mar en calma.
Ah, tormenta, mujer bajo fuego...,
vuelo de colibrí, grito de águila.

Por Sylvia Zárate

 

En tus viejas calles de cantera he dejado mi aliento,
mis ojos saborean al caminar
el marco idílico que te protege, lugar de paseos,
peregrinaciones y amores,
que ocultos en sus bancas de piedra rosa
besan sus cuerpos y almas.
Recorrido monacal y estudiantil
cuyas antiguas casonas dan albergue a creencias religiosas,
leyendas, y proporcionan alimento al intelecto.
Hermosa la calzada de Fray Antonio de San Miguel
que desemboca en mi lejana Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Una alfombra verde te cubre Morelia.
En un pasado nostálgico
se reflejan los paseantes en el lago de San Pedro,
hoy los patos que habitan en su espejo
nos dan un bosquejo de lo que fue un paraíso.
El viento juega en las ramas de los árboles y hace volar
a los diferentes pájaros que pueblan el espacio de esmeralda,
en su viejo castillo resuenan los pasos de mi padre
y se escucha su voz colmada del saber universal.

Por Andrea Jerez

 

Sería fácil tener fe,
caminaría por estas calles
sintiéndome protegida
como una paloma que se esconde
entre el pelo hipster de Dios.
No correría por las noches
de camino a casa, al contrario,
entraría a esa disco under
donde se emborrachan los Ángeles
de camisas de flores y lentes oscuros.
Si creyera en ellos, dejaría que uno
se acercara y me agarrara
las caderas con respeto
para dejarme llevar.
Bailaría con la confianza
de que mi vida pende
de su música divina
cuyo final está escrito
y no hay nada
que pueda ofrecer
para cambiarlo.

Por Jon Fosse



Bajo sauces podados juegan niños cobrizos
y brotan hojas, suenan trompetas. Sombrío cementerio
Penachos escarlatas entre las penas de los arces
Jinetes por los centenales, molinos vacíos

O pastores que cantan en la noche y venados
que acuden a la hoguera. Viejas penas en la floresta
Bailaores ante una tapia negra
Penachos escarlatas, risas, locuras. Trompetas

Mis ojos azules se han apagado desde los ojos
El oro escarlata del corazón
Ay mis velas, ¡qué taciturnas arden!
Un abrigo azul me envuelve cuando me hundo. Tú
Tu boca encarnada que sostiene la noche.

Por Federico García Lorca

 

Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.

 

 

Por Emilio Toledo

 

Infierno


La ciudad incendiándose, las llamas resplandecen en la noche. Alrededor mío, una aglomeración de hombres y mujeres riendo, conversando sobre diversos tópicos. No hablan del fuego y llevan todos los ojos vendados. El calor de las llamas lo traducen como el cálido verano. Los gritos de agonía, el murmullo de los problemas cotidianos a los que se han acostumbrado. Nada los distraerá del placer que merecen. La ocasión es propicia para fantasear sobre el futuro ideal, intercambiar anécdotas y rumores y lamentarse de lo que no puede ser cambiado. Mejor admirar la belleza del mundo, dice uno a otro, y señala con su mano el horizonte frente a él que arde como un infierno.