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Por Jon Fosse
Bajo sauces podados juegan niños cobrizos
y brotan hojas, suenan trompetas. Sombrío cementerio
Penachos escarlatas entre las penas de los arces
Jinetes por los centenales, molinos vacíos
O pastores que cantan en la noche y venados
que acuden a la hoguera. Viejas penas en la floresta
Bailaores ante una tapia negra
Penachos escarlatas, risas, locuras. Trompetas
Mis ojos azules se han apagado desde los ojos
El oro escarlata del corazón
Ay mis velas, ¡qué taciturnas arden!
Un abrigo azul me envuelve cuando me hundo. Tú
Tu boca encarnada que sostiene la noche.
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Por Liana Friedrich
I
Poesía... magia sin filtros.
Para llorar el alma.
Para alejarme de la herida.
Para endulzar las madrugadas
e interrogar al ave y a la flor.
Apacentar el tiempo con mis versos.
Hasta que la piel se derrumbe sin dolor.
Para ser sólo sutil polvo de estrellas.
II
Intifada de recuerdos
me atormenta el alma
y me subleva el sueño.
Ampos macilentos
tapizan el campo yerto:
resabios de nieve tardía.
Pléyade de pájaros agoreros
cubre de plañideros gemidos
el profundo añil del piélago.
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Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Una vestida de verde,
otra de malva, y la otra,
un corselete escocés
con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas;
la que va detrás, paloma;
abren por las alamedas
muselinas misteriosas.
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!
¿Adónde irán las manolas
mientras sufren en la umbría
el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan?
¿Bajo qué mirto reposan?
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Por Joseph Berolo
Aún no he regresado del centro del mundo
porque allí se quedó mi corazón prendido
de un plácido quehacer de poeta vagabundo
que en Quito halló el eco de todo lo querido
Fueron los valles y colinas y la enorme curvatura
de la ciudad procera, testigos de su rica andanza
y en el Pichincha se repitió la libertad de altura
y en Panecillos la serena majestad de la esperanza.
Rica y pura la cosecha fue de todo lo sembrado
en los campos que riegan la paz y la confianza,
donde Dios es presencia y el amor es legado
y en hacer patria los sembradores bien se afianzan
y en una colina de la tierra ecuatoriana crecen
al amparo de la paz y la verdad que los enaltece.
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1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
Laura Calvo: Si hablamos de creación literaria, fue algo que escribí después de ver una proyección de diapositivas del sur argentino, montañas, lagos, bosques, campos de margaritas. Yo vivía en un pueblo de la provincia de Buenos Aires sin relieves de ningún tipo. Tendría unos diez años y gané una medalla. Lo que más me impactó fue el centelleo del Lago Nahuel Huapi. Creo que eso me trajo hasta aquí y aquí me quedé.
2.- RR: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
LC: Con la lluvia me llevo mal y bien. Me gusta cuando llueve de noche y la escucho al dormirme. Nunca me gustó “mucho” la lluvia de día. De chicos nos mantenía encerrados. Te podías enfermar. Y te enfermabas. De aburrimiento. La lluvia de verano siempre fue la mejor, el olor a la tierra mojada; tediosa la de otoño; la de invierno, promesa de nieve, y luego todo empieza a florecer con la lluvia de primavera. ¿Las tormentas…? Son fabulosas, aquí en la montaña o en la pampa húmeda, pero que sigan de largo, todo ese viento huracanado, el agua contra los vidrios, el techo que cruje...
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Si te atrae una mujer
por la talla de su pecho,
por su cintura o por sus caderas,
te estás equivocando.
Si lo que más valoras en ellas son los rasgos de su cara,
el color de sus ojos, la longitud de sus piernas
o como se le ve con minifalda,
te sigues equivocando.
Una mujer es su actitud,
su forma de ser, la forma en que te trata y te mira,
su risa y sus silencios.
Una mujer es su inteligencia, su rebeldía,
su entrega, su generosidad, su capacidad de hacer varias
cosas simultáneamente, sus manías.
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Por Sylvia Zárate
En tus viejas calles de cantera he dejado mi aliento,
mis ojos saborean al caminar
el marco idílico que te protege, lugar de paseos,
peregrinaciones y amores,
que ocultos en sus bancas de piedra rosa
besan sus cuerpos y almas.
Recorrido monacal y estudiantil
cuyas antiguas casonas dan albergue a creencias religiosas,
leyendas, y proporcionan alimento al intelecto.
Hermosa la calzada de Fray Antonio de San Miguel
que desemboca en mi lejana Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Una alfombra verde te cubre Morelia.
En un pasado nostálgico
se reflejan los paseantes en el lago de San Pedro,
hoy los patos que habitan en su espejo
nos dan un bosquejo de lo que fue un paraíso.
El viento juega en las ramas de los árboles y hace volar
a los diferentes pájaros que pueblan el espacio de esmeralda,
en su viejo castillo resuenan los pasos de mi padre
y se escucha su voz colmada del saber universal.
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Por Liubov Popova
En realidad su verdadero nombre era Alize Espiridiona Cenda del Castillo, aunque más tarde sería conocida en el escenario, simplemente, como “La Gran Chiquita”. Esta peculiar artista desde muy niña adoro el ballet clásico; por esa razón, apoyándose en la enseñanza rudimentaria de la época, junto a la de su familia, que siempre la protegió sobremanera, decidió estudiarlo, incluso utilizando las zapatillas de puntas con las cuales al principio de su carrera siempre se presentó, obviamente, con una técnica poco depurada. Pocos años después, al no conseguir ser contratada por ninguna compañía de ballet, se transformó en una connotada vedette, incluyendo en sus actuaciones el canto, aunque jamás abandonó su gran pasión: el baile a puntas.
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Por Miguel Hernández
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
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Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.
La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.
¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada.
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