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Por Miguel Hernández
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
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Derecha, inerme, altiva y a la vez misteriosa, se inclinaba en el barandal de su balcón la vieja mujer vestida de negro y el pelo recogido en un chongo, así pasaba las horas viendo hacia la calle donde transitaban pocos vehículos y algunos niños jugando. Su mirada era fría y dura, parecía de piedra frente a la algarabía infantil. Desde mi patio la miraba cuando salía a jugar con mis hermanos. Vivía en una vieja casona de comienzos del siglo XX, tenía dos pisos, sus numerosos cuartos servían de vivienda a ancianas que por alguna razón no poseían casas propias, o tal vez, sus parientes los llevaron a ese espacio pétreo cuya fachada estaba frente a mi casa.
A mi temprana edad, no alcanzaba a comprender su soledad, no solo de ella, sino de todas las ancianas que vivían en aquel edificio enigmático y a la vez bello. Solían salir de la casona caminando lentamente y la mayoría de las ocasiones solas. Eran toda una incógnita, las veía embozadas, con su paso lerdo y con algunas pequeñas bolsas de su mandado; pasaban por el frente de mi reja y no volteaban, parecían autómatas. Casi todas vestían de negro, como si la edad les prohibiera lucir otros colores que encendieran su alma y corazón e iluminaran su existencia. Ellas tenían algo que quizás no valoraban: vida.
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Por Silvia Long Ohni
Flor de durazno.
Calandria con su trino.
La luz contempla.
Canta la noche.
Una pluma de cisne
dibuja el aire.
En la retama
nace el canto de un grillo.
Todo verdea.
Bajo los pinos
danzan los caracoles.
Están de fiesta.
El agua canta
y el jilguero acompaña
su serenata.
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1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
Lucas Margarit: Cuando vi que se podía retorcer una palabra, habrá sido a eso de los trece o catorce años. El momento en que me volví un lector más ávido que antes y empezaba con lecturas de poesía. Se trataba de esos juegos que se aprendían luego de leer a los miembros del Dada o a los surrealistas: collage de palabras, escritura automática, lo uno en lo otro, etc.
2.- RR: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
LM: Muy bien, me gusta la lluvia en el desierto o en el mar. Es como un diálogo con un dios oscuro.
Con la sangre bien, aunque a veces me pregunto si no es mejor la savia.
Tengo vértigo, no hay velocidades ni alturas soportables.
Las contrariedades están para ser anuladas y seguir.
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Por Blas de Otero
Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.
Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos,
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro…
Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.
Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.
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Por Pablo Neruda
…se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su guía. Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando esta infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en si mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar. Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente, quien abandonando un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar. Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
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Por Charles Chaplin
Cuando me amé de verdad
comprendí que en cualquier circunstancia,
yo estaba en el lugar correcto, en la hora correcta,
y en el momento exacto, y entonces, pude relajarme.
Hoy sé que eso tiene un nombre… Autoestima.
Cuando me amé de verdad,
pude percibir que mi angustia,
y mi sufrimiento emocional, no es sino una señal
de que voy contra mis propias verdades.
Hoy sé que eso es… Autenticidad.
Cuando me amé de verdad,
dejé de desear que mi vida fuera diferente,
y comencé a aceptar todo lo que acontece,
y que contribuye a mi crecimiento.
Hoy sé que eso se llama… Madurez.
Cuando me amé de verdad,
comencé a percibir que es ofensivo
tratar de forzar alguna situación, o persona,
sólo para realizar aquello que deseo,
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Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Huye de toda forma y de todo lenguaje
que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda. . . y adora intensamente
la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno…
Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.
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Por Flavio Crescenzi
Hace algún tiempo leí un ensayo —que se presentaba como un diálogo entre dos eruditos contertulios— cuyo título, Nadie acabará con los libros, zanjaba, casi pendencieramente, un debate que durante décadas ocupó un lugar central en los ámbitos consagrados a eso que, con proverbial munificencia, hemos dado en llamar cultura. Los contertulios no eran otros que Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, y el tema sobre el cual se debatía (aunque sería más apropiado decir se conversaba), como podrá deducirse, no era otro que el futuro del libro impreso ante el avance de los soportes multimedia de lectura. Pero ¿qué tiene que ver esto con el poeta Rolando Revagliatti? En realidad, no demasiado. Sin embargo, la sutil conexión que puede vislumbrarse es de por sí reveladora.
No hace mucho, Revagliatti decidió llevar adelante una empresa, si se quiere, gigantesca: publicar en formato digital seis portentosos volúmenes de entrevistas a escritores argentinos.1 Anteriormente a esto, sus poemarios Ripio, Infamélica y Viene junto con, por mencionar solo aquellos que he tenido el gusto de leer, ya podían encontrarse en la Web como libros electrónicos. Estos dos hechos, a simple vista aislados, podrían sugerir que Revagliatti, en algún momento, y por razones al parecer circunstanciales, tomó la decisión de apostar por los «soportes multimedia de lectura» para materializar sus diversos proyectos literarios. Lo cierto es que, por fortuna, no fue así.
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Como un banco de arena
deteniendo el tiempo del río profundo
dejo que el agua
tonifique la sangre
(fascinación macabra)
Caminábamos
Tratabas de darme las voces
del viejo pueblo
Casa negra, decías
cuando buscaba el carretel
que me devolviera tu lengua
Esa casa negra
nosotras mismas
madera dura
donde mueren
las historias.
Madre, descansa tu mirada
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