Por Rolando Revagliatti

 

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Cristina Mendiry: Era 1966, casi septiembre. Estaba en tercer grado de la Escuela Primaria. Escribí una poesía de verso libre. Tenía nueve años. Quería homenajear a la primavera. Después ya no pude dejar de escribir.

  

2.- RR: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

CM: Los torbellinos me pintan. Me arrebatan. Me camuflan. Me corroen. Me destrozan. Me tiemblan. Me alientan. Me iluminan. Me inspiran. Me vuelcan. Me tardan. Me adelantan. Me sublevan. Me lloran. Me sonríen.

 

3.- RR: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?

A León Ostrov

Por Alejandra Pizarnik


Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Por Cristina Piña

(a la memoria de mi hermana)

Sin embargo,
no era eso lo que quise decirte
en tantos años
de escribir tu nombre.

Quise nombrar la alegría compartida,
las noches en que las manos juntas
nos ayudaron a cruzar el miedo,
la envidia y el amor,
sobre todo el amor,
tan poco dicho,
tan sabido.

Quise decir la adolescencia,
el viaje que fue el tesoro del pirata
porque estaban las cartas,
los secretos,

Por Maria Herrera


No era un simple sueño del amor en las ideas, 
alimento cual aire en la garganta; 
mi última morada es toda noche perfecta, 
la de luna, la de lluvia, 
la de los sueños sin eternidad. 
¿La vida continúa? ¿Cuál vida? 
Estableceré imperativamente que mi carne hastiada 
crepite cual vientos intensos 
las mentes de quienes a veces me quieren. 
No hay verdad en este, mi universo; 
solo lo que decido creer, 
pero… duran poco mis decisiones… 
y… la verdad yace en el mundo 
de los vanidosos que se creen “razón”. 
Y yo… 
yo uso cristales de arcoíris.

 

 

Por Naizomi Getav


Por aquellos días el corazón no sabía de dolor, se raspaban las rodillas y a seguir corriendo para aprovechar la magnífica luz del día.
¿Cuándo es que cambian las cosas?
Hoy hay días oscuros a pleno sol, corazones rotos al por mayor, las rodillas
ya no se raspan, ya no jugamos a ser grandes...
¡Hoy somos grandes! 
¿Y sabes?: mamá curaba mis rodillas con un beso;
¡tan mágico, tan fantástico...! El dolor huía despavorido.

Hoy me da un beso, ¡cuán profundo le queda mi corazón! 

 

 

Por Maria Herrera

Solo la sombra sabe de mis conversaciones con la oscuridad; 
la realidad es tan sugestiva como la verdad, 
pero en ella perecen ucrónicas las ruinas aferradas 
a mis vísceras gangrenadas. 
La margarita descarnada del anhelo, 
se lava en sonrisas desdibujadas con las penas, 
y entre tantas verdades 
que son mentiras en partes, 
florezco en la cornisa del salvaje 
espíritu que me yace.

Por Naizomi Getav


Lluvia en lunes por la noche,
lluvia fría de noviembre...
y te extraña el latido de un corazón,
te extraña mi ser
bajo esta luna
que apenas se ve.

 

Contradicción...

Estallan los colores en esta alma mía,
el luto y su vestido me persiguen todavía,
la muerte y la vida, ríe la algarabía
me mira una lágrima, vibra la agonía.

Estallan los colores en esta alma mía,
prenden cual pólvora a la venida de la llama.
¿Aún muero? ¿Acaso es de mañana?
¿acaso estos colores vienen de mi alma?

Por Edgar Allan Poe


Estoy muy lejos de considerar sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los participantes del mismo deseábamos mantener el asunto alejado del público –al menos por el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación–, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una versión tan espuria como exagerada, que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.
     El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos –en la medida en que me es posible comprenderlos. Helos aquí sucintamente.
    Durante los últimos años había atraído repetidamente mi atención el estudio del hipnotismo. Hace unos nueve meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos, pero estos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que podían tener sus consecuencias.

Por Rolando Revagliatti

1.- Rolando Revagliatti: Fue por teléfono que me adelantaste un perfil de tu procedencia familiar y de tus derivas por el teatro, por la música…

Cristina Piña: Vengo de una familia muy especial, sobre todo por el lado materno, que constituía una especie de matriarcado porque entre abuela, tías abuelas, tías y madre sumaban seis personajes singulares: uruguayas, liberales, divertidas y progresistas, pese a venir de una familia muy antigua del Uruguay, con siete generaciones en el país —yo soy octava generación y tengo la doble nacionalidad. Además, las mujeres de la familia eran amantes —al igual que mi padre— de la literatura, la música y la pintura. Gracias a ellos entré desde muy chica en el mundo del arte: además de los discos que se oían y las charlas sobre pintura, teatro, cine y ópera que se tenían en mi casa, mi padre me llevaba todos los fines de semana a museos, galerías de arte y conciertos y junto con mi madre al teatro y al cine. Además, por mi hermana —que era seis años mayor que yo—  empecé a ir al teatro independiente y pude conocer el Instituto Di Tella en su momento de esplendor, pese a tener catorce o quince años.

Por Sylvia Zárate Mancha


En el recuerdo está el olvido
y en el olvido habita el recuerdo.
Busco en mi memoria
tu rostro surcado por mil derrotas
que no supiste combatir.
Siglos de vientos
agolpados en los muros de mis caminos
me traen tu voz ahogada por lamentos,
desatinos vivenciales,
elegiste morir en vida
y en vida morir.
Recuerdo y olvido cohabitan,
uno está siempre al acecho del otro
como fiel compañero que obligado rememora
los caminos donde lucha nuestro existir.
Olvidando te recuerdo,
porque dando pasos en tu camino
he ido desasiendo tus huellas.