Por Miguel Pérez Valdés

 

Mi abuelo no nos quiere en su casa. Estas vacaciones serán diferentes. No habrá ríos, ni deslizamientos en yaguas, ni juegos en el fango, acabado de arar. Todos mis primos estarán allá. De seguro mi mamá irá cada mañana a llevarle un tabaco a su viejo y nosotros la esperaremos aquí. La idea mía es ir y pedirle perdón. Aunque mi abuela está de acuerdo conmigo... mi hermano Papito me grita:
     —Tú le arrancaste dos surcos y medio de la siembra de arroz y yo le dije, frente a sus clientes, que él le echaba agua a la leche.
     Eso no lo hemos podido olvidar, y mi abuelo, mucho menos.