Por Evangelina González

 

Llega demorado
mi duende viajero,
y qué silencioso
es su paso lento.

Trae en su mirada
humedad de inviernos,
polvo de caminos,
también sus misterios.

Tranquilo se acerca,
y dice en secretos:
—Para que no escapen
ata bien los sueños.

Al abrir sus manos
con gesto discreto,
me entrega su bolsa
traída del tiempo.

Y antes de alejarse
murmura muy serio:
—¡Cuidado al abrirla,
hay versos adentro!