Por Belizabeth C. Carrero Bernal

 

Me contaron que hace un tiempo...
     Llegaron las vacaciones. A los niños del barrio el calor los hace salir de las casas, se reúnen bajo la sombra de un alto árbol de almendras en el parque cercano, huyendo de los intensos rayos del sol a horas tan tempranas. Aprovechan los espacios de sombra para jugar ajedrez, leer, patinar, perseguir gorriones…
Solo Mariano queda en su casa tendiendo la cama, organizando libros, recogiendo los juguetes regados de su hermanita menor y tratando de ayudar a la mamá en cuanto necesitara.
     —Mamá ¿ya  puedo salir a jugar?
 —Sí, hijo, ya has trabajado bastante —sonrió con cara complaciente su madre.
     El niño coge sus juguetes y va a reunirse con sus amigos, pero cuando llega mira a todos y ellos ni lo ven, entonces va a sentarse solo en un banco.
Marcel, con sus patines bien  amarrados, recorre las aceras del parque; Diego, con un tiraflechas, trata de cazar algún gorrión; Miguel y Danilo, en silencio, intercambian peones, reyes y caballos en un tablero, mientras Brianna hojea las páginas de un libro de cuentos y Yanet, con audífonos puestos, inventa una coreografía al ritmo de la música en sus oídos.

     Al poco rato, Brianna levanta la vista y se da cuenta de la presencia de Mariano jugando solo en un banco.
     —Muchachos, Mariano llegó y ni le hemos prestado atención.
     —Es verdad, no lo habíamos visto —dijo Danilo.
     —Es que él siempre llega tarde —habló muy bajito Marcel.
     —Vamos a preguntarle por qué —propuso Diego.
     Juntos se fueron  acercando al amiguito, y con distintas preguntas averiguaron el motivo de su tardanza para salir a jugar.
     —Mi hermanita pequeña y yo vivimos solos con mi mamá, ella trabaja, por lo tanto debo ayudarla un poquito en la casa para que no se canse mucho.
     Todos se miraron con asombro, pues Mariano les hizo comprender que si no ayudaban a sus familias, entonces ellos casi no tendrían tiempo de atenderlos y llevarlos a pasear.
     En los días siguientes, los amigos no salían a jugar  hasta no haber hecho algo: recoger los juguetes, barrer, ordenar sus cuartos, y entonces sobre las diez de la mañana, un silbido de Diego los impulsaba a salir corriendo de sus casas para reunirse en el parque… Aún hoy los padres se preguntan cuál fue el motivo del cambio de actitud de sus hijos en aquellas vacaciones.
     Les digo que esto me lo contaron, porque ahora no, ahora todos estamos entretenidos con nuestros teléfonos y tablets, metidos en los cuartos, en las salas o portales, no tenemos tiempo de ir a jugar al parque con los amigos.


Con este cuento la autora obtuvo Mención en el Encuentro-Debate Provincial de Niños Escritores, Cienfuegos, Cuba, mayo de 2024. (N. del E.).