Por Irelia Pérez
(David Ernesto, para ti)
Transpiraba. Mi osamenta
era un copo de dolor.
Insoportable clamor
de jaurías en tormenta
por doquier.
(Ni Cenicienta
quiere contarme su historia.
Las doce. Vuelta a la noria.
Pasa un desfile de cunas.
Ruge algún lince en ayunas
sangre adentro)
Giratoria
sensación de ingravidez.
Vértigo y más espirales.
(Estallan. Rompe en cristales
el dolor su inmediatez.
¿Burbujas? Mi cuerpo es
una hilera de burbujas)
Mientras coreaban las Brujas
de Salem su bienvenida
mi carne se volvió herida,
sed fundiéndose en agujas
quemantes.
(Bifurcación
entre sed y abrevadero.
El rayo y el aguacero
sobre una sola oblación.
La pelvis y su armazón
naufragan. Adrenalina)
Del arco a mi coracina
las saetas sin retorno
pusieron mi barro al horno,
desnudo.
(Se arremolina
cada arruga al calendario)
Aedón, enferma de celos.
Pobre Salomé sin velos
perdida en el diccionario
de la ternura. Glosario
donde plantar yerba buena.
(Llueven lirios. Ya no truena.
Se trunca el dolor por fin
entre mis muslos.
Clarín...
Un geiser lunar me estrena)
Del poemario: La llave de los cisnes