Por María Herrera


Murmurando espinas
dormita fatigado 
el gélido sol
que cubre la vida;
la mirada del destino
sangra
naturaleza muerta.
Soplan los pulmones, resignándose
al silencio que, fúnebre,
invade de horror los fantasmas
del futuro y
los caduca de pasado.
Yace insomne la cordura,
y es la locura, 
que habita
en un poema sin nombre.
Espectros del juicio
azotan realidades,

los párpados se rasgan
tartamudeando en silencio;
escupen lágrimas
ácidas y a medias.
Hay días y días,
hay muertes y muertes
y entre tantas muertes,
encandila el sol álgido
de los pasos perdidos,
y en esa luz,
un corazón Rimbaud palpita.
—Enraizarme en debilidad
agonizante —grita el amor,
recordando muertes
de las luchas perdidas
sin soltar batallas, pero…
calumniadas por las sombras.
Las risas son más fingidas,
más déspotas,
más caras  y cada vez más
asquerosas…