Por Maritza González

“A mi chiva Beba se la llevó la noche”, decía Romelia con gran tristeza. Se la llevó sin previo aviso; por eso no tuve tiempo para abrigarla ni decirle que no creyera en aquel zunzún pretencioso, siempre revoleteando sobre el jardín haciendo alarde de su plumaje tornasol. No le pude hablar del encanto que tienen los gallos en la madrugada, cantando a los cuatro vientos para despertar el sol. ¡Ay, Beba!, si pudieras escuchar el rumor del viento en el pinar, te darías cuenta de que sus ramas tocadas por el aire son como melodía de violines. Si alguien me pregunta si te has ido, diré que solo los tontos creen que lo amado puede marcharse; ahora, para encontrarte solo tengo que levantar los ojos al  cielo y allí te veo detrás de las nubes; ahora posada sobre las charcas de los ríos por el Este. Es por eso que te lanzo puñados de cocuyos para que  juegues. Cuando te observo sobre la luna llena, quieta, la veo como una abuela que te cuenta historias de estrellas, pero la noche es fugaz y no le alcanza el tiempo para decirte que algunas son vanidosas. Ten mucho cuidado y te dejes deslumbrar por sus luces. No te olvides de preguntarle dónde encontrarás la Osa Mayor, con su carro de estrellas. Así, cuando llegue la primavera te podré divisar en el mismo centro del firmamento, viajando con el collar de luceros que siempre soñaste. 

Tomado de Cuentos para despertar a Romelia

 

Por Monserrat Escobio Llano


Desde la oscuridad observo el cortejo del pájaro jardinero que limpia cuidadoso un espacio en el bosque. Luego, lo adorna de conchas, flores y hasta vidrios en tonos llamativos: así logra su conquista. Cuánto daría por tener alas, envolverme con él por el aire; mas, espero la primavera, que desatará mis colores, mi fragancia. Entonces, quizás, interrumpa sus exhibiciones y desplace que vienen para beber mi néctar. Moriré feliz.

Por Mariam Aguilar

Había una vez una niña que tenía un piano donde interpretaba bonitas piezas de muchos autores de fama mundial. Pero un niño pesado del barrio, jugando con ella, le fue arriba al piano, y empezó a tocar con tanta fuerza, que le rompió algunas teclas. Entonces el abuelo de ella, que era muy curioso y paciente, le dijo:
     —No te pongas triste, Mariam, que eso va a tener solución.
     —¡Ay sí, abuelito! Mira que esta noche tengo actuación delante de todos mis muñecos.
     Y el abuelo, con mucha paciencia, arregló todas las teclas rotas, y tan bien lo hizo, que el  piano, agradecido, tocó todavía mejor. 

 

Por Elizabeth Álvarez


Él siempre me dijo lo que tenía que hacer; a la hora del desayuno, me señalaba la leche y el pan, y ya yo estaba listo antes de que mamá acabara de servirlo en la mesa.
     Si se trataba de hacer las tareas, tiraba de mi pantalón y sonreía con aquel pequeño rostro de de pecas en colores, luego con voz melodiosa hablaba de hacerlas; lo mismo a la hora del baño.
     Mi madre siempre hablaba del orgullo que sentía por lo juicioso y puntual que yo era.
     El gran problema empezó cuando la tía se enamoró de la malaguilla. Es que mi madre nunca le negó nada a su hermana (la menor) como ella decía.
     —Esa planta es mía, no se la lleva nadie —grité.
     —No seas egoísta, no entiendo tu comportamiento; esa es tu tía, pondré otra acá —ella me respondió.
     —No me da la gana —le manifesté.
     —¡Vas a ver! —gritó mi mamá.
     Corrí hacia el cuarto, mi perreta duró toda la tarde y toda la noche y no atendí cuando el Duende halaba mi ropa con desesperación.

Por Claudia T. Cabrera


Como cabra deportista
me la juego con cualquiera.
Al que tenga larga vista
dará fama mi carrera.

Desde el pico de una loma
pienso hacer la innovación
y aquel que su rostro asoma
disfrutará mi actuación.

Desorientando al fracaso,
barranca abajo y confiada,
a la yagua yo la engraso
¡y que no me digan nada!

Porque en una yagua voy
con los cascos hacia arriba,
pues longeva atleta soy
con una gracia exclusiva.

Por Hilda A. Mas

Todos  tenemos un ángel… no hay  que desesperarse; ellos, sin nosotros buscarlos, llegan de pronto a nuestra vidas como un obsequio.
Hace poco desde mi estrella lejana te miraba y te veía un poco más animada y feliz.
Al fin  mi  regalo llegó a tu vida desde casi el final de enero. 
¡Que alegría! ¡Al fin! Lo pedí tantas veces, para alegrar  tu tristeza y tu soledad, y ahí está.
Lo pedí tantas veces a mi Cielo, a nuestro Creador, que de tanto pedirlo escucho mi ruego.
Al fin encontré el ángel para obsequiarte un poco de felicidad.
Es un poco loco… enfermizo, eso sí, pero con un gran corazón y unas alas  enormes que pueden cubrir el alma de quien comprenda sus acciones.

Por Hilda A. Mas


¿No me ven?
     Estoy en medio de este verde campo que una vez fue mío. Soy el hada de este gran sendero del Escambray. Siempre soñé tener una falda verde azul … y aquí está.
     Tengo la falda verde azul de nuestro campo y cielo. Estoy en medio de este Coliseo, bajo este gran cielo que es el corazón del Jobero y que sirve de teatro a todos esos actores que en cada obra regalan amor y alegría.
     En medio del escenario, que es enorme, mucho más grande de lo que yo creía, me  ajusto  la falda y me siento: escurridiza, esperando la función. Una nube se abre de mil colores, espero impaciente...
     Comienza la función todos aplauden. ¡Ese es mi hijo!
     Siento un cosquilleo de alegría, quisiera gritar y brincar de  de emoción, pero no se me es permitido; magníficos actores representan una obra dirigida por mi hijo José Oriol; mi alegría no me cabe en el pecho.
     Un fresco suave con olor a árboles y flores silvestres inunda el aire; cuando de pronto, la suave voz de una de las actrices dice:

Por Silvia C. Valdés


Alí Babá y los ladrones
(que ya son más de cuarenta)
los zapatos de cristal
robaron a Cenicienta.

Asaltaron a Pomposo
y, desandando el camino,
su maravillosa lámpara
le llevaron a Aladino.

A la madrastra malvada
le arrebataron su espejo.
Y a Alicia la conquistaron
para quitarle el conejo.

Alí Babá, y sus ladrones,
por fantasear tropelías
tuvieron como castigo:
mil noches sin fantasías.

Por Ángela de la C. Santana

Hay un güije retozón
que en mi sueño se ha colado
y pregunta, preguntón,
mis secretos bien guardados.

¡Ay, qué niño tan travieso
que me quiere confundir!
Custodiando mi embeleso
me acompaña hasta dormir. 

Cuando las luces se apagan
y yo mis ojitos cierro
son sus trenzas las que amarran
mis temores y mis miedos.

Por Mariam Aguilar


Había una vez una niña que se encontró un bebé jaguar al cual le tomó mucho cariño, y le daba leche en un pomito y todo. Un día la niña salió, y al regresar el pequeño jaguar no estaba. Lo buscó por todas partes con desespero, hasta que lo encontró junto a su mamá jaguar en el jardín de la casa. La mamá de la niña dijo que tanto el jaguar bebé como su madre podían quedarse a vivir en el jardín.