Por Laura Irene Hernández Samón

Lunes 23 de septiembre

Mi día empezó super bien: cielo nublado, aire frío y un poco de lluvia al llegar a la escuela. Me encantan los días grises, ya estoy acostumbrada a ellos. La mayoría de las veces me encuentro sola, ando conmigo misma y hablo lo necesario. No confío mucho en las personas; pienso que es una pérdida de tiempo estar ilusionándome de demasiado. Mientras más sueñas, más te elevas, pero cuando te percatas de la realidad, más duele la caída. Al final, es algo lógico: Newton descubrió la Ley de la gravedad hace bastante rato y nadie ha podido desafiarla.Es un criterio muy convincente que solo algunos idiotas se atreven a provocar, algunos idiotas como yo que ignoran lo obvio: todo lo que vuela y se eleva, algún día cae. Mi única distracción en la escuela es mirar al Cielo, ese Cielo tan hermoso que estudia en el segundo piso y que, cuando tropieza con mi mirada, me hace ver las nubes, al menos, por unos segundos. Se llama David pero prefiero llamarlo así: Cielo. ¡Lo siento tan lejano! Para una chica como yo cuyo único amigo es el iPod, es imposible imaginar una conversación con él.

Por Joan Carlos Harris Lescalle

Un día fui de paseo con mi gato Coquito al río, y descubrimos que hay una cueva oscura y tenebrosa. Mi mascota, curiosa, entró allí, mientras yo, asustado, corrí tras ella. En la cueva había un león ¡y era muy grande! También había piedras muy extrañas, pero a la vez, hermosas. Con miedo me quedé detrás de una de ellas, observando y temiendo que pasara lo peor con mi Coquito; pero para mi sorpresa, vi cómo mi felino, con las acrobacias que se puso a hacer alrededor del león y jugueteando con su cola, logró que el fiero animal lo mirara sonriente y de repente se pusiera a jugar con él, al tiempo que este le decía:

Por José A. Domínguez Jiménez

El extraño ruido la despertó. La niña vio unas sombras que se arrastraban hacia ella en la penumbra del cuarto. El miedo la atacó y la hizo sudar. Estaba totalmente paralizada y no podía gritar siquiera. Las extrañas sombras se lanzaron sobre ella. Unos peludos cuerpos se frotaron contra su piel. La pequeña encendió la luz.

       Sobre ella ronroneaban los gatos.

Con este cuento el autor participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres para Niños, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.)

Por Dianamary Cardín Suárez

La matemática no me gusta. Cuando tengo que estudiar, simplemente la dejo para el final.

Mañana hay examen; debo concentrarme hoy, pero primero voy a merendar; pienso mejor con el estómago lleno.

En mis manos tengo un pastel y un vaso lleno de refresco. Abro y cierro los ojos varias veces, pues comienzo a ver el vaso medio raro: el líquido se mueve y dentro de él observo figuras geométricas y números que me miran, hablan y hasta bailan.

—¡Vendo dulces acabaditos de hacer! —pregona de mal humor el triángulo equilátero.

—¿Hay helado? —pregunta el rectángulo sudoroso.

—¿Acaso traes caramelos de fresa? —se relame los labios el número 6.

Por Gabriela Rodríguez Osorio

Macorina es una yegüita alazana, alta y delgada, que aún no tiene dos años edad; simpática y buena, tiene ojos pícaros y alegres. Su mayor ansia es estar libre, y no le gusta —tampoco— ver a otros animales presos.

El campo a que su dueño la llevaba todas las mañanas, le parecía pequeño; trotando por aquí y por allá, dando vueltas sin cesar, inventa todo tipo de travesuras.

Un día quiso saltar una zanja y se embarró de fango podrido: anduvo sucia y apestosa; de modo que todos se apartaban de ella. Rápido olvidó esa travesura y quiso saber qué había del otro lado de la cerca y…

Por Alexandra Chao Chiú

Una vez, en el círculo infantil de una niña llamada Ana, una cocinera le echó picante a la comida de los niños y la de una tata llamada Deisy. Al probar la comida, los niños soltaron fuego por las orejas y por la boca. Eso fue lo mejor que les podía pasar porque la tata se convirtió en una bola de fuego. Alguien la tocó por casualidad y se quemó la mano. Entonces se armó tremendo alboroto, todos decían:

—¡Fuego, hay fuego!

Anna pensó en echarle agua de los vasitos que ponen en una bandeja para que los niños sacien la sed; así que le preguntó a la otra tata como forma de educación:

Por Antonio Velázquez

El framboyán es la planta
más bella de la floresta,
parece que está de fiesta
y en constante serenata.
Sus flores, rojo escarlata,
dan unas vainas sencillas
que parecen maravillas
en nuestros campos cubanos,
y como no tienen manos
aplauden con las semillas.

De El silencio mira

 

Por Lietty Pérez Arias

Había una vez un niño que era muy mentiroso. Cada vez que alguno de sus compañeros hacía un cuento, él también hacía uno, pero muy exagerado.

Un día estaban todos en el patio de la escuela, hablando de las carreras que querían estudiar cuando sean grandes, y siempre que uno decía “quisiera ser”… él también decía lo mismo. En fin, iba a estudiar casi todas las carreras que existían en este mundo. No le iba a quedar tiempo ni para peinarse.

Otras veces decía que su padre era astronauta, que su casa estaba bajo el agua, que su mamá era una reina, y él, un príncipe, y muchas cosas más.

Por José A. Domínguez Jiménez

El extraño ruido la despertó. La niña vio unas sombras que se arrastraban hacia ella en la penumbra del cuarto. El miedo la atacó y la hizo sudar. Estaba totalmente paralizada y no podía gritar siquiera. Las extrañas sombras se lanzaron sobre ella. Unos peludos cuerpos se frotaron contra su piel. La pequeña encendió la luz.

Sobre ella ronroneaban los gatos.

Con este cuento el autor participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres para Niños, Ciego de Ávila, 2018. (N. del E.)

Por Benigno Horta

Un golpe de abanico frente al espejo, la mano en la cintura, carmín en los labios, y… con el ruido de unos pasos tras la puerta de su cuarto… Carlitos volvía a ser el mismo de siempre en un santiamén. Ya no podía controlar aquel espíritu que se le metía en el cuerpo sin poderlo evitar.

Desde muy pequeño, Carlitos compartía su vida con un fantasma. Al principio, todo el mundo los encontraba graciosos. Después los chistes fueron creciendo con ellos hasta convertirse en el tema de comentarios que hicieron del muchacho un chico introvertido. Entonces, comenzó a odiar al fantasma, pero este seguía haciendo de las suyas sin importarle nada.

Así los años fueron convirtiendo el temor en osadía, la novedad en costumbre y la preocupación en olvido; de forma tal, que Carlitos  y su fantasma aún comparten el mismo cuerpo sin que ninguno de los dos se acordase del otro.

De: Mariposas en el estómago. Editorial Gente Nueva, 2018. (N. del E.)