Por María Fernanda Terry Pérez

No hay mejor mosaico
que aquel que sale de mi rostro
¡que sale de mi rostro!
Mi boca, mi nariz,
mi piel, mi lunar, mis ojos.
No hay mejor mosaico
que el que forma
mi cuerpo todo:
cariño, amor, felicidad.
El mejor mosaico:
el que brota de mis manos,
de mi pensamiento y mi memoria.
Todo eso, todo eso y mucho más
para ti, papá.

Por Mariam Aguilar

Había una vez una niña que vio un animal extraño pero lindo y unos niños lo querían cazar, pero una niña se lo impidió. Ellos seguían con muchos deseos de cazarlo; el animal corría mucho y cambiaba de color fácilmente, y por eso no lo podían atrapar. Entonces a uno de los niños se le ocurrió robarle a su padre, que era científico inventor, los planos de una máquina voladora de una gran velocidad. Una vez que hicieron la máquina, cuando llegó la madrugada que acordaron para salir, el hijo del científico inventor dijo: ¡Ahora sí que lo vamos a atrapar! Cuando todos se montaron él apretó el botón de arranque, pero la máquina no funcionaba. Nadie vio cómo unas horas antes una niña se había metido dentro de la máquina con una caja de herramientas muy pesada.

Por Jorge L. Machado

Hace unos meses, en uno de mis paseos por el borde de la charca, vi una ranita, pequeña aún, a la que le faltaban las puntas de sus patas traseras. Me dio pena con ella, pues no tenía silla de ruedas, ni padres ni abuelos que se pudieran ocupar de su alimento, o de llevarla a pasear.

Me miró y vi en sus ojos una enorme tristeza. Entonces, la tomé en las manos, acaricié su cabecita y pude comprobar que, al igual que a mí, algún accidente o enfermedad había terminado con sus patas traseras y sólo le quedaban los huesitos del muslo.

Por Keily León Gómez

¡Cuánto anhelo contemplar
el campo por la mañana,
al rocío en la sabana
como las perlas del mar!
La montaña es el altar
de los llanos que rodean,
las aves revolotean,
la nube pasa, se pierde
profundamente en el verde
de luces que centellean.

Con esta décima la autora participó en el Encuentro-Debate Nacional de Talleres Literarios Infantiles (Ciego de Ávila, 2018). (N. del E.)

Por Orlando V. Pérez

—¿Existen los dragones?

—Depende…

—¿Depende de qué…?

—De qué tipo de dragones. 

—Yo te hablo de esos que hace muchos, pero muchíiiiiisimos años… cuidaban la entrada de los castillos.

—¡Ah, de los que echaban fuego por la boca!

—De esos mismos, y tenían una cola muy larga y poderosa. Tan poderosa, que podían derribar todo un ejército.

Por Alexander Pushkin

Érase una vez un pescador anciano que vivía con su también anciana esposa en una triste y pobre cabaña junto al mar. Durante treinta y tres años el anciano se dedicó a pescar con una red y su mujer hilaba y tejía. Eran muy pero que muy pobres.

Un día, se fue a pescar y volvió con la red llena de barro y algas.

La siguiente vez, su red se llenó de hierbas del mar. Pero la tercera vez pescó un pequeño pececito.

Pero no era un pececito normal, era dorado. De repente, el pez le dijo con voz humana:

Por Abel Guerrero

Papá es un niño
que peina canas:
papá juega
a que trabaja.

Un día me dio la llave
de la mañana
para encerrar la noche
en un vaso de agua.

Por Elizabeth Álvarez

El papalote volaba señorial compitiendo con las nubes, sintiéndose orgulloso de alcanzar aquella altura. Los pájaros al pasar por su lado comentaban:
—¡Qué gran papalote! Con esos colores parece un arcoíris.
Y al oír aquellos elogios, zigzagueaba, hacía cabriolas como un chivito alegre.  
Más abajo, la chiringa culebreaba constantemente, realizaba sus maniobras como una locuela...
El niño que empinaba el Papalote decía al de la chiringa:

Por Elizabeth Álvarez

Pues sí, el Cucharón y la Espumadera no vivieron siempre juntos en la cocina. Resulta que en muchos países acostumbraban a cocinar sus caldos, sopas o potajes, por eso inventaron el Cucharón; este vivió mucho tiempo sin casarse sumergiéndose constantemente como un buzo en ollas hirvientes en lujosos palacios o en chozas humildes. Trabajaba y trabajaba, se aburría. Tenía una vida de rutina.

Un día los hombres conocieron el arroz. Usaban el Cucharón para removerlo, este con su cabeza bola se atacaba y subía lleno de tortas.

Por Claudia Fernández

 —Eso no es verdad.

—Sí es verdad. No pienses que porque no lo hayas visto, no es cierto. Mi abuela sí lo vio, bueno, me lo contó, y yo sí le creo, porque lo vi cuando ella lo sacó, no me acuerdo de qué gaveta.

—Pues habla, sigue contando.

Pillo volvió a tomar la palabra, ahora más calmado: