Por José Martí

De puntillas, de puntillas, para no despertar a Piedad, entran en el cuarto de dormir el padre y la madre. Vienen riéndose, como dos muchachones. Vienen de la mano, como dos muchachos. El padre viene detrás, como si fuera a tropezar con todo. La madre no tropieza; porque conoce el camino. ¡Trabaja mucho el padre, para comprar todo lo de la casa, y no puede ver a su hija cuando quiere! A veces, allá en el trabajo, se ríe solo, o se pone de repente como triste, o se le ve en la cara como una luz: y es que está pensando en su hija: se le cae la pluma de la mano cuando piensa así, pero enseguida empieza a escribir, y escribe tan de prisa, tan de prisa, que es como si la pluma fuera volando.

Por Yohana Machado Rodríguez

El papá de Joaquín no lo quiere, al menos eso piensa él. Busca una explicación que adorne la realidad pero no lo logra. Su mamá trata de convencerlo de que está equivocado, que es muy injusto, que si su padre pasa todo el día para darle todo lo quele hace falta, que la vida está muy cara.

—A ver, ¿de quién fue la idea de la alcancía, quién te da el dinero para ella?

Es verdad que tiene una alcancía enorme y bien pesada. Su papá se la hizo cuando él estaba en sexto grado y ya está en noveno.

—Para que te compres lo que más deseas —le dijo y cada mes le daba dinero para que lo guardara.

                De tu mirar de sombra
                 quiero llenar mi vaso…

                Antonio Machado

Por Arturo Sosa

Del vaso de mi vida
entran y salen angustias
saltan con garrocha su borde sinuoso
mi vaso contiene un líquido en calma aparente
burbujas de desamor
cosquillean el cardumen de mis alegrías
muñecos mínimos escalan el cristal
trepan por sus ornamentos y se disuelven
las manos que aprietan mi vaso
calientan el caldo de emociones
con el dedo acusador mezclan melancolía y esperanza
hurgan el fondo
ignorando que ese líquido
volátil y explosivo
horadó el continente
donde salen poemas
números bendiciones y ofensas
cuando esto pasa
mi vaso se recompone
llena el cuenco de vino tinto
y se evapora en la mirada del deseo

Por María L. Pérez


—Jigüe, ¿cómo es eso de que te gustan las naranjas y los dulces?

—Sí, sí, Jigüe —interrumpió Sonia—. ¿Por qué no nos dices de cuando te comiste las naranjas del tío y las trampas de cake que hizo la abuela?

El tío Onelio siempre asestaba contando de los ladrones. Los ladrones se habían llevado tantas cosas: el techo del corral de los lagartos, el piso de colores que cubría todo el fondo del pozo, el árbol de maní azucarado y hasta las flores que nacieron en las tejas del patio.

Por Eveyn Gutiérrez

Es blanco vestido de traje azul ancho como globo en las patas y cuadros tornasoles. Su nariz es roja, boca grande parecida a un mamey; pero viejo, muy viejo. No quiero llevarlo a la escuela, aunque me haga reír y los domingos prefiera su compañía. Hasta los pájaros se adueñan de la ventana para verlo actuar, tampoco lo subo a la azotea cuando todos llevan sus juguetes favoritos. Me avergüenza su ropa raída y el brazo ausente. Sé que le gustaría compartir con Sebastián, el conejo de Julio; o con Vivian, la locomotora de Javier; pero lo dejo, llevo la pelota azul y el avión: regalo de cumpleaños.

Por Elizabeth Álvarez

Niña Luna se aburría
de sola siempre jugar.
Ella soñaba invitar
a las estrellas un día.
Era tal la lejanía
que inmenso ruedo inventó.
La Luna se transformó
en un carrusel gigante,
hoy parece que un diamante
en anillo la cercó.

Tomado de Canción de primavera (Ediciones Mecenas, 2009). (N. del E.)

Por los hermanos Grimm

Había una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un día, la mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno de flores hermosas y de toda clase de plantas.

 Estaba rodeado por una muralla alta y nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja. Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas.

Su deseo crecía día a día, y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió realizar los deseos de la mujer.

Por Manuel Ramos

Érase una vez una princesa que siempre estaba triste. Por las noches, su llanto resonaba por todas las estancias del castillo.

Sus padres, los reyes, de aquel pequeño país, no hallaban la manera de ayudar a la hija.

Pero un día, mañana de primavera, un joven soldado que vigilaba la entrada a los aposentos de nuestra princesa, conmovido por su llanto llamó a la puerta:

—¿Quién sois?

—Soy Carmen, mi señora, el guardián de la puerta.

—¿Y qué desáis?

—Quisiera haceros feliz.

Por Wendy Ferrer González

Aquella mañana del 14 de abril desperté de vacaciones. Un montón de libros aguardaban en la mochila hasta el reinicio del curso escolar. La alegría fue inmensa; después de desayunar, arreglar la cama, peinarme y vestirme como es debido, salí a dar un paseo por el barrio.

Cuando caminaba por el jardín de la vecina, observé un papelito brillante que se movía entre los príncipes negros, desperdigando un halo de luz. “Quizás sea algo que la vecina haya olvidado”, pensé; así que lo tomé despacio por miedo a estropearlo con las espinas de las rosas. Era un gran pedazo de papel, casi tan alto como yo, ¡y tan raro! A simple vista me pareció un calendario con sus días, semanas y meses; pero a decir verdad, no encontré qué debiera devolver. Decidí leerlo por completo, por muy trabajoso que resultara, pues algunas letras estaban un poco borrosas. Quizás tenía suerte y encontraba algo atractivo en el mes de abril, digo, si lo encontraba por algún sitio entre aquel círculo loco donde el principal eje era el tiempo.

Por Olga L. Robaina

Las nubes altas pregonan
la fiesta de Chaparrón
y los bichos del tocón
en el umbral se amontonan
cuando Trueno los alerta;
aliados son a la puerta,
amigos de la ventana
irrumpen en caravana,
florece mi casa abierta.