Por Laura Santiago

Tardé en descubrir que vivir
no era deslizarse por los días
ni ordenarle los cajones a cada jornada.
Era poder encontrarse alguna vez, en mitad del caos
manchada y descosida, con alguna herida abierta.
Para no rendirme a la impostura
tuve que inventarme, entrelíneas,
bebiéndome la elocuencia de todos mis silencios.
Tardé en descubrir que el futuro tenía prisa,
que cualquier hora es una hora marcada.

Por Ernest Hemingway

 

--Está bien –dijo el hombre--. ¿Qué decidiste?
--No --dijo la muchacha--. No puedo.
--Querrás decir que no quieres.
--No puedo. Eso es lo que quiero decir.
--No quieres.
--Bueno --dijo ella--. Arregla las cosas como quieras.
--No arreglo las cosas como quiero, pero, ¡por Dios que me gustaría hacerlo!
--Lo hiciste durante mucho tiempo.

Por Federico García Lorca

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!

Por Horacio Quiroga

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.

            Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.

            —Ten cuidado, chiquito —dice a su hijo abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente.

            —Sí, papá —responde la criatura, mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.

Por Lourdes Díaz Canto

Es mi bahía
quien me regala
caudal de olas,
caudal de nanas.

Es mi Cienfuegos
y su avalancha
de fantasías
quien me las canta.

Por eso el vuelo
se me agiganta
y sueño versos
y sueño nanas
y bendiciones
que me acompañan.

Por John Lennon

Las palabras vuelan como
lluvia interminable en un vaso de papel.
Se deslizan mientras pasan.
Se escabullen por el universo.

Charcos de tristeza, olas de alegría
están a la deriva a través de mi mente abierta
poseyéndome y acariciándome.

Jai guru deva om
Nada va a cambiar mi mundo.
Nada va a cambiar mi mundo.
Nada va a cambiar mi mundo.
Nada va a cambiar mi mundo.

Por Rolando Revagliatti

Pocos edificios concentrados en las manzanas que lindan con la plaza; el más alto llegará a quince pisos. Las casas tienden a la sencillez. Las más antiguas, con los jardines encerrados por muros de los que sobresalen enredaderas y estrellas federales. Las puertas, de hierro, pintadas de verde. De las que no están pintadas de verde... nadie atinaría a definir el color. Espaciosas estas casas, y cuidadas, con esmero incierto. Y casi todas las modernas, lo son por haber sido restauradas. Hay calles con apenas unos arbolitos, recién plantados. Otras ostentan muchos, y añosos.

Por Erika Estrada

Oscuras, pecaminosas,
Nuestras locas emociones,
Un cúmulo de pasiones,
Se vuelven apetitosas.
Las sensaciones fogosas
Entre tu piel y mi piel
Son de un latido el tropel,
Como yegua desbocada
Salvajemente excitada
En busca de su corcel.

 

Por Antón Chéjov

La sala del consejero civil Scharamikin está envuelta en una grata media luz. Una gran lámpara de bronce, de pantalla verde, imprime un tinte verdoso, de un tono noche ucraniana, a las paredes, a los muebles, a los rostros. En la chimenea, de cuando en cuando, se enciende súbitamente un leño a medio consumir, inundando por un instante los rostros con reflejos de incendio. Esto no perjudica, sin embargo, al conjunto armónico de luces. Se mantiene lo que llaman los pintores, el tono general...

            Ante la chimenea, en la postura del hombre que acaba de comer, hállase sentado el propio Scharamikin, señor de edad, grises patillas de funcionario y tímidos ojos azules.

Por Gustavo A. Bécquer

Una tarde de verano, y en un jardín de Toledo, me refirió esta singular historia una muchacha muy buena y muy bonita.

Mientras me explicaba el misterio de su forma especial, besaba las hojas y los pistilos que iba arrancando uno a uno de la flor que da a su nombre esta leyenda.

Si yo la pudiera referir con el suave encanto y la tierna sencillez que tenía en su boca, os conmovería como a mí me conmovió la historia de la infeliz Sara.