A Carlos HeitorCony

Por Thiago de Melo

ARTÍCULO I. Queda decretado que ahora vale la verdad,
                        que ahora vale la vida,
                        y que, tomándonos las manos,
                        todos trabajaremos por la vida verdadera.

ARTÍCULO II. Queda decretado que todos los días de la semana,
                        incluso los martes más cenicientos,
                        tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

ARTÍCULO III. Queda decretado que, a partir de este momento,
                        habrá girasoles en todas las ventanas,
                        que los girasoles tendrán derecho
                        a abrirse dentro de la sombra,
                        y que las ventanas deberán permanecer, todo el día,
                        abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.

Por Oliverio Girondo

¿Me extravié en la fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
En la duda?
¿En el rezo?
¿En medio de la herrumbre?
¿Asomado a la angustia,
al engaño,
a lo verde?…
No estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la ausencia,
mezclado a la ceniza,

Por Gabriel García Márquez

Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y solo entonces descubrieron que era un ahogado.

Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos.

Por Gabriela Quintana Ayala

Se encontraba triste, meditando sobre su próximo aniversario de bodas. Cuatro años habían pasado desde que el prematuro fallecimiento de su mujer convirtiera aquellas celebraciones en un desgarro doloroso y puntual. Abandonado a sus pensamientos, descansaba tendido sobre un diván descolorido y viejo, pero confortable, en el que solía recostarse para el leer el periódico todas las mañanas. Para esa hora ya había recorrido el olivar y revisado sus frutos, de un verde precoz ese verano. Se dejó caer en un profundo sueño sin percatarse del humo que, de manera incipiente, se colaba por las ventanas.

Por Vinicius de Moraes

De repente la risa se hizo llanto,
silencioso y blanco como la bruma;
de las bocas unidas se hizo espuma,
y de las manos dadas se hizo espanto.

De repente la calma se hizo viento
que de los ojos apagó la última llama,
y de la pasión se hizo el presentimiento
y del momento inmóvil se hiso el drama.

De repente, no más que de repente,
se volvió triste lo que fuera amante,
y solitario lo que fuera contento.

Por Rolando Revagliatti

 1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Fernando G. Toledo: Los actos en cuestión son dos y se parecen tanto —por su distancia en el tiempo, por la precariedad del pensamiento de ese entonces— que tiendo a confundirlos. Uno de ellos fue por la vía de la escritura, cómo no. La composición que la maestra me pidió no era la del tema ganadero habitual (“la vaca”) y no recuerdo, justamente, el tema. Sí, en cambio, la sensación de hallazgo sonoro y de sentido que se abría ante mí con esa combinación de materiales que hacía poco estaba manejando. Resultó una faena sin sudor, pero que dejó un eco profundo que siguió sonando después cuando, al entregar los trabajos, la maestra dijo haberse sentido sorprendida por lo que uno de nosotros había escrito y procedió a leerlo en voz alta. Al terminar me miró y lanzó sus felicitaciones. Una lástima que aquello se haya perdido, tal vez sí valía la pena entre todo lo escrito.

Por Khalil Gilbran

Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo... mira para atrás, para todo el día recorrido, para las cumbres y las montañas, para el largo y sinuoso camino que atravesó entre selvas y pueblos, y ve hacia adelante un océano tan extenso, que entrar en él es nada más que desaparecer para siempre.

Pero no existe otra manera. El río no puede volver.Nadie puede volver.Volver es imposible en la existencia.El río precisa arriesgarse y entrar al océano. Solamente al entrar en él, el miedo desaparecerá, porque apenas en ese momento, sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino volverse océano.

Por Vladímir Maiakovski

¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?

Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:

Por Bárbara Calderón

soy yo
y te pido por favor: no lo contestes,
que se queden en ausencia las agrestes
cortas sílabas distantes de un aló.
Que mi amor despilfarrado renunció
transformando mi palabra en un tabú,
cual si fueran las agujas de un vudú
enterradas en mi lengua. Y calla que,
al llenarme de silencio, pensaré…
si no suena mi teléfono: Eres tú.

Por Rolando Revagliatti

El dieciocho de agosto de mil novecientos ochenta y dos, la enfermera que acompaña a Miguel en el vehículo que efectúa su traslado desde el Instituto Ricardo Gutiérrez, nos proporciona los primeros datos: Miguel nació en Tucumán el ocho de diciembre de mil novecientos sesenta y seis. Sus arranques agresivos eran cada vez más azarosamente neutralizados por el personal del Instituto. El médico de guardia anota en la historia clínica al internarlo: “Hijo de madre soltera. Al año y medio enfermó de meningitis y fue abandonado. Permaneció en un hospital de Tucumán durante tres años, hasta que la madre es obligada a retirarlo. A los cinco años todavía no hablaba ni caminaba.