Por Bárbara Calderón

soy yo
y te pido por favor: no lo contestes,
que se queden en ausencia las agrestes
cortas sílabas distantes de un aló.
Que mi amor despilfarrado renunció
transformando mi palabra en un tabú,
cual si fueran las agujas de un vudú
enterradas en mi lengua. Y calla que,
al llenarme de silencio, pensaré…
si no suena mi teléfono: Eres tú.

                                     XIII

Por Saint-John Perse  

¡Pájaros, lanzas levantadas por todas las fronteras del hombre!

El ala pujante y sosegada y el ojo levantado por secreciones muy puras, avanzan y se nos anticipan con las franquicias de ultramar, como en las Balanzas y Mostradores de un levante eterno. Son los peregrinos de una larga peregrinación, Cruzados de un eterno Año Mil. Y de igual modo fueron cruzados sobre la cruz de sus alas… ¿Ninguna mar cargada de barcos ha conocido jamás un concierto igual de velas y alas sobre la feliz vastedad?

Por Mário de Andrade

Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora.

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
         Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
         Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Por Stratís Tsirkas

Poco a poco le dejé que me sacara casi cien liras, por si se decidía a casarse conmigo. ¡Con qué sufrimientos y humillaciones había ahorrado yo el dichoso dinero, en total trescientas liras, mi dote! Puta me llamaban, los de mi familia y los conocidos. Por eso temblaba, por si me sacaba el dinero y lo perdía para siempre.

Pero aquel maldito domingo se lo regalaría todo. Llevaba una semana sin aparecer, y yo, acostumbrada como estaba a verle cada dos o tres días, me subía por las paredes. Dios mío, decía, que venga por un momento solamente, para tomar un café, y las cien liras para él, se las regalo. Tanto me había acostumbrado a él: le quería.

Por Julia de Burgos

Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas,
desde que hallé tu corazón
en la ventana de mi rostro enfermo.

¡Oh, pájaro de amor,
que trinas hondo, como un clarín total y solitario,
en la voz de mi pecho!
No hay abandono…
ni habrá miedo jamás en mi sonrisa.

¡Oh, pájaro de amor,
que vas nadando cielo en mi tristeza…!
Más allá de tus ojos
mis crepúsculos sueñan bañarse en tus luces…

Por Arturo Sosa

Mis pies se diluyen en charco de dolor
sienten la caricia de tu pena
En mi afán de procurarte
vivo erguido sobre tu lágrima
protegido por la risa
que pretende secarla
Cual funámbulo que sostiene hastíos
logro el equilibrio aferrado a una canción
inclino el peso del aire
y balanceo la ecuación del ánimo
con alegría frágil colgada de alfileres
soy marioneta de cristal
ando en bicicleta cuesta abajo

Por William Faulkner

Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo asistió a su entierro; los hombres por una especie de afecto respetuoso hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por curiosidad de ver su casa por dentro, que no había visto nadie en los últimos diez años excepto un viejo criado --una combinación de jardinero y cocinero.

Era una gran casa de madera, más bien cuadrada, que en otro tiempo había sido blanca, decorada con cúpulas y capiteles y balcones con volutas en el pesado estilo frívolo de los años setenta, situada en lo que en otro tiempo fue nuestra calle más selecta.

Por Rolando Revagliatti

1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Jorge Castañeda: Mi primer acto de creación, si así puede llamarse, fue en el cuarto grado de una escuela primaria del barrio de La Falda, en la bonaerense ciudad de Bahía Blanca, donde la maestra nos pidió que redactáramos una composición.

Por NikaTurbiná

Como una muñeca rota soy.
Olvidaron poner
en mi pecho un corazón,
abandonándome inservible
en un oscuro rincón.
Como una muñeca rota soy.
Al despuntar la mañana oigo
el suave susurro del sueño:
“Duerme, cariño, mucho, mucho,
y al despertar, la gente de nuevo querrá
cogerte en brazos,
arrullar, jugar un rato –
y tu corazón latirá”
Sólo el esperar miedo me da.

Por Rolando Revagliatti

“...me acerco, casi en el cruce con Maipú, y digo que me gustaría saber si tengo alguna chance. Suspende la mirada mientras me oye. Se detiene toda. Transido parpadeo ante la aparición incuestionable de súbita trompita. Gira la cabeza hacia mí. Comienza a pesquisarme desde la barbilla. Sin entusiasmo expande las pestañas hacia una de mis orejas y hacia la otra. Saltea mi mirada, por lo que me impide contender. Escandalosamente me recorre los labios y un poco la nariz. Aunque ya dice cosas (sé de su voz pausada), no la oigo. A los ojos me mira. Y es ahora —no hay nada malo en su castellano— cuando la entiendo. Somos los que se miran mientras hablan. Me pregunta a mí (!) cómo me llamo. Musito mi gracia antes de atragantarme sin atenuantes. Y afirma llamarse Gabriela, un nombre en el que parece caber.