Por E. Annie Proulx

(Continuación)

No quiso añadir que el capataz se había recostado en su rechinante mecedora de madera y había dicho: ¡Twist, no os pagué para que dejarais que los perros hicieran de niñera de las ovejas mientras vosotros cortabais florecillas! y se había negado a contratarlo de nuevo. Prosiguió— así-: Sí, ese puñetazo que me pegaste me sorprendió. No podía imaginar que eras de los que dan golpes bajos.
     -Yo voy detrás de mi hermano K E., que me saca tres años, y me molía a palos todos los días. Mi padre se hartó de verme llegar berreando y cuando tenía unos seis años me dijo que me sentara y me dice: -Ennis, tienes un problema, y si no lo arreglas va a seguir igual hasta que cumplas los noventa y K E. los noventa y tres-.
     -Ya-, digo yo, -es que él es más grande-. Y mi padre dice:

      -Tienes que pillarle por sorpresa, no le digas nada, hazle un poco de daño, retírate rápido y repítelo hasta que capte el mensaje. Hacer daño a alguien es la mejor manera de que te escuche-. Y eso fue lo que hice. Le pescaba en el cobertizo, le saltaba encima en las escaleras, me acercaba a él de noche, cuando estaba dormido, y le daba lo suyo. Funcionó en cosa de dos días. Desde entonces K E. nunca más me dio problemas. La lección fue, no digas nada y soluciónalo deprisa.
     Un teléfono sonó en la habitación contigua, sonó y sonó y se detuvo de golpe a media llamada.
     -A mí no volverás a pillarme -dijo Jack-. Oye, estoy pensando una cosa, tú y yo podríamos tener un ranchito juntos, un pequeño rebaño de vacas y terneros, tus caballos, sería una vida agradable. Ya te he dicho que me voy a retirar de los rodeos. No soy un jinete picha floja, pero me falta pasta para salir de la ruina en la que estoy metido y me faltan huesos para seguir rompiéndomelos. He pensado en todo, tengo un plan, Ennis, sobre cómo podemos hacerla, tú y yo. El viejo de Lureen, apuesto lo que sea a que me soltará la tela con tal de perderme de vista. Más o menos ya me lo ha dicho... -Para el carro. Eso no puede ser.
     -Es imposible. No puedo dejar lo que tengo, estoy atrapado en mi propio lazo. No puedo escaparme. Jack, no quiero ser como esos tipos a los que a veces se ve por ahí. No quiero que me maten. En mi pueblo había un par de viejos que llevaban un rancho entre los dos, Barl y Rich... mi padre siempre soltaba alguna guasa cuando los veía. Eran el pitorreo general aunque ya tenían sus años.
     Yo era un chaval de nueve cuando encontraron el cadáver de Barl en una acequia. Lo habían machacado con el gato de un coche, le clavaron un gancho y le arrastraron por el pito hasta que se lo arrancaron, no quedaba más que un amasijo de sangre. Y los golpes con el gato lo dejaron como si le hubieran chafado tomates quemados por todo el cuerpo, la nariz despachurrada después de haber barrido el suelo.
     -¿Y tú lo viste? -Mi padre me obligó. Me llevó a verlo. Por lo de K. E. y yo. A mi padre le hizo gracia el espectáculo. Cuernos, hasta puede que fuera obra suya. Si levantara la cabeza, la asomara por esta puerta ahora mismo, ten por seguro que iría a buscar el gato de su coche. ¿Dos tíos viviendo juntos? Qué va. Lo único que se me ocurre es que nos veamos de vez en cuando en algún lugar perdido en el quinto demonio.
     -¿Cuándo es de vez en cuando? -dijo Jack-. ¿Una puta vez cada cuatro Años?
     -No -dijo Ennis, absteniéndose de preguntar quién tenía la culpa de eso- Estoy jodidísimo de que te vayas por la mañana y yo vuelva a trabajar. Pero cuando algo no tiene remedio, hay que fastidiarse –dijo-
     - Mierda. He estado mirando a la gente por la calle. ¿Le pasa esto a otras personas? ¿Qué coño hacen los demás? -En Wyoming no pasa, y si pasa yo qué sé qué hacen, irse a Denver, quizá -dijo Jack a la vez que se incorporaba y daba la espalda a Ennis-, y me importa un carajo. Me cago en diez, Ennis, cógete un par de días libres. Ahora mismo. Vámonos de aquí. Echa tus trastos en la parte trasera de mi camioneta y larguémonos a la Montaña.
Un par de días decía mi nota, todavía atada al hilo, que no había tocado el agua en su vida, y como si la palabra “agua” hubiera sido una llamada a su prima doméstica, Alma abrió el grifo y enjuagó los platos.
     -Eso no significa nada.
     -No mientas, no trates de engañarme, Ennis. Sé muy bien qué significa. ¿Jack Twist? Jack Marrano. Tú y él... Se había metido en terreno vedado.
     Ennis la agarró por la muñeca; saltaron lágrimas, un plato se estrelló contra el suelo.
     -Cállate -le dijo-. No te metas donde no te llaman. Tú no sabes nada de eso.
     -Voy a llamar a gritos a Bill.
     -Adelante, grita todo lo que quieras. Pega un puto grito. Le haré tragarse el puto suelo y a ti también.
     Le retorció otra vez la muñeca dejándola con la pulsera al rojo vivo, se puso el sombrero echado hacia atrás y salió pegando un portazo. Esa noche fue al bar Black and Blue Eagle, se emborrachó, se enzarzó en una pelea breve y traicionera y se fue. Pasó mucho tiempo sin tratar de ver a las niñas, pensando que ya lo buscarían ellas cuando tuvieran el buen sentido y los años necesarios para irse de casa de Alma.  Ya no eran hombres jóvenes con toda la vida por delante. Jack estaba más metido en carnes por los hombros y las nalgas, Ennis seguía tan enjuto como un poste de tendedero y se paseaba con botas desgastadas, vaqueros y una misma camisa tanto en verano como en invierno, añadiendo un chaquetón de lona a su indumentaria en las épocas de frío.
     Un tumor benigno le había desplomado un párpado sobre el ojo, tenía la nariz ganchuda por una fractura que había soldado así.  Año tras año continuaron recorriendo prados alto cuencas fluviales, cargando los pertrechos a lomos de sus caballerías en ]a cordillera Big Horn, los montes Medicine Bow, las estribaciones meridionales de las Gallatin, las montañas Absaroka, las Granite, las Owl Creek, la sierra de Bridger-Teton, los montes Freezeout y los Shirley, los Ferris y los Rattlesnake, la cordillera de Salt River, se adentraron una y otra vez en los montes Wind River, en Sierra Madre, en Gros Ventre, en las Washakie y las Laramie, pero nunca regresaron a la montaña Brokeback.
     Entretanto, el suegro de Jack falleció en Texas y Lureen, que heredó el negocio de maquinaria para granjas, demostró grandes dotes de gestora e implacable negociadora. Jack se encontró con un ambiguo cargo ejecutivo que lo llevaba a visitar ferias de ganado y de maquinaria agrícola. Ahora tenía algún dinero y siempre encontraba la manera de gastarlo durante sus viajes de negocios. Un leve acento tejano sazonaba sus frases. Se hizo limar los dientes frontales y cubrirlos con coronas y remató la faena dejándose un espeso bigote. 
     En mayo de 1983 Ennis y Jack pasaron unos cuantos días gélidos en una serie de pequeños lagos de alta montaña, sin nombre y rodeados de hielo, luego continuaron ruta hacia la cuenca del río Hail Strew. Hacía un hermoso día mientras ascendían la ladera, pero las márgenes de la senda estaban encharcadas y se desprendían. Se desviaron por una sinuosa cortada llena de barro llevando por las riendas a los caballos entre quebradizos ramajes; Jack, con la misma pluma de águila en su viejo sombrero, alzaba la cabeza en el caluroso mediodía para aspirar el aire embalsamado por la resina de los pinos, la reseca alfombra de pinocha y las piedras calientes, el olor acre de las bayas de enebro aplastadas bajo los cascos de los caballos.
     Ennis, que tenía buen ojo para el tiempo, avizoró por el oeste posibles cúmulos calientes en un día como aquel, pero el nítido azul era tan profundo, dijo Jack, que incluso podría ahogarse mirando hacia arriba. Sobre las tres desembocaron por un estrecho desfiladero en la vertiente sur oriental, donde el poderoso sol de primavera había tenido oportunidad de dejar su huella, y descendieron por la trocha que se extendía ante ellos sin gota de nieve. Alcanzaban a oír el murmullo del río, como el traqueteo de un tren en la lejanía. Veinte minutos más de camino y sorprendieron a un oso negro en lo alto de un terraplén junto al que pasaban; estaba volteando un tronco en busca de larvas y el caballo de Jack se espantó y reculó, Jack gritaba: -¡SOO! ¡SOO!- mientras el bayo de Ennis caracoleaba y relinchaba sin llegar a encabritarse.
     Jack cogió el 30 - 30 pero no fue necesario; el oso, sobresaltado, se internó a toda prisa en el bosque, con un trote desgarbado que creaba la impresión de que estaba cayéndose a pedazos.
El río, de color de té, fluía poderoso con el agua del deshielo, una bufanda de espuma en torno a cada roca que sobresalía de la corriente, los remansos y pozas desbordándose. Los sauces de ramas acres oscilaban rígidos, las candelillas cargadas de polen como huellas digitales. Abrevaron los caballos y Jack echó pie a tierra y sumergió la mano ahuecada en las heladas aguas, gotas cristalinas se escurrieron entre sus dedos, su boca y su barbilla relucían mojadas.
     -Vas a pillar la fiebre del castor si haces eso -dijo Ennis, y luego continuo - Este sitio está bien -mirando la llana margen donde dos o tres círculos de piedras daban testimonio de antiguos fuegos de campamento de cazadores. Una ladera cubierta de hierba se elevaba desde la ribera al abrigo de un bosquecillo de pinos. Había madera seca en abundancia.
     Montaron el campamento sin apenas hablar, ataron los caballos a estacas clavadas en el prado. Jack rasgó el precinto de una botella de whisky, pegó un trago largo y cálido, exhaló enérgicamente, dijo: -ésta es una de las dos cosas que me hacen falta ahora mismo -enroscó el tapón y le lanzó la botella a Ennis.
     La tercera mañana aparecieron las nubes que Ennis esperaba, un frente gris que avanzaba vertiginosamente desde el oeste, oscura franja precedida por rachas de viento y pequeños copos. Al cabo de una hora quedó reducido a esponjosa nieve primaveral que formó una pesada capa húmeda. El frío se recrudeció al anochecer. Jack y Ennis se pasaban un porro, con la hoguera encendida hasta altas horas; Jack, inquieto y maldiciendo el frío, atizaba las llamas con un palo y no paró de dar vueltas al botón de sintonización del transistor hasta que las pilas se gastaron. Ennis dijo que había estado tirándose a una mujer que trabajaba a media jornada en el bar Wolf Ears de Signal donde él estaba ahora empleado en la cuadrilla de vaqueros de Stoutamire, pero aquello era caso perdido, la mujer tenía ciertos prob1emas de los que Ennis no quería saber nada.
     Jack dijo que se había metido en una historia con la mujer de un ranchero vecino de Childress, y que llevaba unos meses escabulléndose por las esquinas en espera de que si no era Lureen fuese el marido quien le pegara un tiro. Ennis soltó una risita y dijo que probablemente se lo tenía merecido. Jack dijo que no le iban mal las cosas pero que a veces echaba tanto en falta a Ennis que podría pegarle latigazos a un niño de pecho.
     Los caballos relinchaban en la oscuridad más allá del círculo de luz de la hoguera. Ennis rodeó a Jack con el brazo, lo atrajo hacia sí, dijo que veía a las niñas una vez al mes, Alma segunda estaba hecha una diecisieteañera tímida que había heredado su tipo larguirucho, Francine era un pequeño manojo de nervios. Jack deslizó la fría mano entre las piernas de Ennis, dijo que estaba preocupado porque su hijo era, sin lugar a duda, disléxico o algo por el estilo, no entendía nada a derechas, ya tenia quince años y apenas sabía leer, él lo veía muy claro, pero Lureen, la muy puñetera, se empecinaba en no reconocerlo y hacía como si no pasara nada, se negaba a buscar ni una maldita ayuda. Él no tenía ni puta idea de cómo resolverlo. Lureen manejaba la pasta y estaba al mando.
     -A mí me habría gustado tener un niño -dijo Ennis a la vez que desabrochaba botones-, pero sólo he tenido hijas.
     -Yo no quería ni a los unos ni a las otras -dijo Jack-. Pero ni una puta vez me han salido las cosas como quería. El viento nunca sopla a mi favor. Sin levantarse, Jack arrojó leña seca al fuego, del que se alzaron chispas llevándose sus verdades y mentiras, unas cuantas ascuas aterrizaron en sus manos y sus rostros, no era la primera vez, y ellos se revolcaron en el suelo. Había algo que nunca cambiaba: las brillantes explosiones de sus infrecuentes acoplamientos siempre quedaban oscurecidas por la sensación de que el tiempo volaba, nunca suficiente tiempo, nunca.
     Un par de días después, en un aparcamiento de camiones, con los caballos ya en los remolques, Ennis estaba listo para regresar a Signal y Jack para ir a Lightning Flat a visitar a su padre. Ennis se apoyó en la ventanilla de Jack y dijo lo que llevaba toda la semana posponiendo decir, que probablemente no podría escaparse hasta noviembre, después de que hubieran encajonado los terneros y antes de que tuvieran que empezar a echarles pienso a los animales en invierno. 
     -Noviembre. ¿Qué demonios ha pasado con agosto? Ya sabes que dijimos que en agosto, nueve o diez días. ¡Dios, Ennis! ¿Por qué no me lo has dicho antes? Has tenido toda la puta semana para comentarlo. ¿Y por qué siempre salimos a helarnos? Hay que hacer algo. Tenemos que ir al sur. Tenemos que ir a México algún día.
     -¿México?
     - Jack, ya me conoces. Mis viajes han consistido como mucho en dar vueltas a la cafetera buscando el asa. Y todo agosto me toca manejar la empacadora, eso es lo que pasa con agosto. Anímate, Jack. En noviembre podremos ir de caza, cobrar un hermoso alce. Voy a ver si Don Wroe me deja otra vez su cabaña. Aquel año lo pasamos muy bien.
     -Sabes, amigo, esta jodida situación es de lo más desagradable. Antes nunca tenías problemas para venir a verme. Ahora es como pedir audiencia al Papa.
     -Jack, tengo que trabajar. En los viejos tiempos siempre dejaba colgados los trabajos. Tú tienes una mujer con dinero, un buen trabajo. Te has olvidado de cómo se vive cuando se está siempre sin blanca. ¿Has oído hablar de la pensión en concepto de alimentos? Llevo años pagándola y aún me quedan muchos por delante. Permíteme que te diga que esta vez no puedo dejar el trabajo. Ni me dan tiempo libre. Ha sido muy difícil conseguir estos días... algunas vacas siguen de parto. No es momento para marcharse. Eso no se hace. Stoutmire es de los que montan broncas y me montó una buena por tomarme una semana libre. No le faltaba razón. Seguramente no habrá podido dormir ni una noche desde que me marché. El trato fue que a cambio trabajaría en agosto.
     - ¿Se te ocurre algo mejor? -En su momento se me ocurrió -lo dijo con tono resentido y acusador. Sin replicar, Ennis se enderezó despacio, se frotó la frente; un caballo pateó el suelo dentro del remolque. Ennis se dirigió a su camioneta, posó la mano en el remolque, dijo algo que sólo los caballos oyeron, dio media vuelta y regresó pausadamente.
     -¿Has estado en México, Jack?
     -Como México no había nada. Eso había oído decir. Con esto Ennis estaba cortando la alambrada y arriesgándose a que le pegaran un tiro por traspasar el límite establecido.
     -Pues sí, qué coño, he estado en México. ¿Algún problema? -tantos años preparado para un ataque que llegaba tarde y a destiempo. -Tenía que decírtelo alguna vez, Jack, y va en serio.
Lo que no sé -dijo Ennis-, todas esas cosas que no sé, podrían costarte la vida si llegara a enterarme de ellas.
     -¿Y a ti qué te parece esto? -replicó Jack-, sólo te lo voy a decir una vez. ¿Quieres que te diga una cosa?, podríamos haber vivido muy bien juntos, cojonudamente bien. Pero tú no quisiste, Ennis, así que ahora nos queda la montaña Brokeback. Todo se basa en eso. Es todo lo que tenemos, tío, ésa es la puta verdad, y espero que te enteres de una vez por todas aunque nunca te enteres de lo demás. Cuenta las veces que nos hemos visto en estos malditos veinte años. Mide la correa con la que me tienes atado muy corto, y luego pregúntame sobre México, y luego dime que me vas a matar por necesitar algo que casi nunca me das. No tienes ni puta idea de lo mal que se pasa. Yo no soy como tú. No me bastan un par de polvos de alta montaña una o dos veces al año. Me tienes destrozado, Ennis, hijo de la gran puta. Ojalá supiera cómo dejarte.
     Todo lo que no se habían dicho durante años y ya no se podían decir, confesiones, declaraciones, vergüenzas, culpas, miedos, se alzó entre ellos como enormes nubes de vapor de un manantial de aguas termales en invierno. Ennis se quedó como si le hubieran atravesado el corazón de un tiro, el rostro grisáceo y con las arrugas muy marcadas, una mueca en los labios, los párpados atornillados, los puños apretados, las piernas cediendo, cayó de rodillas en el suelo.
     -Dios -dijo Jack-. ¿Ennis?
Pero sin darle tiempo a salir de la camioneta, mientras trataba de adivinar si había sido un infarto o un desbordamiento de cólera incendiaria, Ennis se puso en pie y, tal como una horquilla se desdobla para abrir la cerradura de un coche y luego se devuelve a su forma original, se las arreglaron para tensar la situación y dejarla casi como estaba antes, porque lo que se habían dicho no era ninguna novedad. Nada terminaba, nada comenzaba, nada resuelto

(Continuará)