Por Vinicius de Moraes

De repente la risa se hizo llanto,
silencioso y blanco como la bruma;
de las bocas unidas se hizo espuma,
y de las manos dadas se hizo espanto.

De repente la calma se hizo viento
que de los ojos apagó la última llama,
y de la pasión se hizo el presentimiento
y del momento inmóvil se hiso el drama.

De repente, no más que de repente,
se volvió triste lo que fuera amante,
y solitario lo que fuera contento.

Por Bárbara Calderón

soy yo
y te pido por favor: no lo contestes,
que se queden en ausencia las agrestes
cortas sílabas distantes de un aló.
Que mi amor despilfarrado renunció
transformando mi palabra en un tabú,
cual si fueran las agujas de un vudú
enterradas en mi lengua. Y calla que,
al llenarme de silencio, pensaré…
si no suena mi teléfono: Eres tú.

Por Rolando Revagliatti

“...me acerco, casi en el cruce con Maipú, y digo que me gustaría saber si tengo alguna chance. Suspende la mirada mientras me oye. Se detiene toda. Transido parpadeo ante la aparición incuestionable de súbita trompita. Gira la cabeza hacia mí. Comienza a pesquisarme desde la barbilla. Sin entusiasmo expande las pestañas hacia una de mis orejas y hacia la otra. Saltea mi mirada, por lo que me impide contender. Escandalosamente me recorre los labios y un poco la nariz. Aunque ya dice cosas (sé de su voz pausada), no la oigo. A los ojos me mira. Y es ahora —no hay nada malo en su castellano— cuando la entiendo. Somos los que se miran mientras hablan. Me pregunta a mí (!) cómo me llamo. Musito mi gracia antes de atragantarme sin atenuantes. Y afirma llamarse Gabriela, un nombre en el que parece caber.

Por Vladímir Maiakovski

¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?

Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:

Por Stratís Tsirkas

Poco a poco le dejé que me sacara casi cien liras, por si se decidía a casarse conmigo. ¡Con qué sufrimientos y humillaciones había ahorrado yo el dichoso dinero, en total trescientas liras, mi dote! Puta me llamaban, los de mi familia y los conocidos. Por eso temblaba, por si me sacaba el dinero y lo perdía para siempre.

Pero aquel maldito domingo se lo regalaría todo. Llevaba una semana sin aparecer, y yo, acostumbrada como estaba a verle cada dos o tres días, me subía por las paredes. Dios mío, decía, que venga por un momento solamente, para tomar un café, y las cien liras para él, se las regalo. Tanto me había acostumbrado a él: le quería.

                                     XIII

Por Saint-John Perse  

¡Pájaros, lanzas levantadas por todas las fronteras del hombre!

El ala pujante y sosegada y el ojo levantado por secreciones muy puras, avanzan y se nos anticipan con las franquicias de ultramar, como en las Balanzas y Mostradores de un levante eterno. Son los peregrinos de una larga peregrinación, Cruzados de un eterno Año Mil. Y de igual modo fueron cruzados sobre la cruz de sus alas… ¿Ninguna mar cargada de barcos ha conocido jamás un concierto igual de velas y alas sobre la feliz vastedad?

Por Gabriel García Márquez

Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y solo entonces descubrieron que era un ahogado.

Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos.

Por William Faulkner

Cuando murió la señorita Emily Grierson, todo nuestro pueblo asistió a su entierro; los hombres por una especie de afecto respetuoso hacia un monumento caído, las mujeres sobre todo por curiosidad de ver su casa por dentro, que no había visto nadie en los últimos diez años excepto un viejo criado --una combinación de jardinero y cocinero.

Era una gran casa de madera, más bien cuadrada, que en otro tiempo había sido blanca, decorada con cúpulas y capiteles y balcones con volutas en el pesado estilo frívolo de los años setenta, situada en lo que en otro tiempo fue nuestra calle más selecta.

Por Julia de Burgos

Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas,
desde que hallé tu corazón
en la ventana de mi rostro enfermo.

¡Oh, pájaro de amor,
que trinas hondo, como un clarín total y solitario,
en la voz de mi pecho!
No hay abandono…
ni habrá miedo jamás en mi sonrisa.

¡Oh, pájaro de amor,
que vas nadando cielo en mi tristeza…!
Más allá de tus ojos
mis crepúsculos sueñan bañarse en tus luces…

Por Rolando Revagliatti

 1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

Fernando G. Toledo: Los actos en cuestión son dos y se parecen tanto —por su distancia en el tiempo, por la precariedad del pensamiento de ese entonces— que tiendo a confundirlos. Uno de ellos fue por la vía de la escritura, cómo no. La composición que la maestra me pidió no era la del tema ganadero habitual (“la vaca”) y no recuerdo, justamente, el tema. Sí, en cambio, la sensación de hallazgo sonoro y de sentido que se abría ante mí con esa combinación de materiales que hacía poco estaba manejando. Resultó una faena sin sudor, pero que dejó un eco profundo que siguió sonando después cuando, al entregar los trabajos, la maestra dijo haberse sentido sorprendida por lo que uno de nosotros había escrito y procedió a leerlo en voz alta. Al terminar me miró y lanzó sus felicitaciones. Una lástima que aquello se haya perdido, tal vez sí valía la pena entre todo lo escrito.