Por E. Annie Proulx

Lo que Jack recordaba, y anhelaba con un ansia que no estaba en su mano dominar ni comprender, era aquella ocasión en el remoto verano de la Brokeback en que Ennis se le acercó por detrás y lo estrechó entre sus brazos, aquel abrazo silencioso que satisfizo un hambre compartida y asexuada. Permanecieron así largo rato frente a la hoguera, rojizas tajadas de luz incandescente y danzarina, las sombras de sus cuerpos como una sola columna sobre la roca. Los minutos pasaban medidos por el tictac del redondo reloj que Ennis llevaba en el bolsillo, por los palos que se transformaban en ascuas en el fuego. Las estrellas rasgaban las onduladas capas de calor sobre el fuego. Ennis respiraba pausada, reposadamente, tarareaba, se balanceaba apenas a la luz chispeante, y Jack se reclinó sobre los regulares latidos de su corazón, las vibraciones del canturreo como un leve zumbido eléctrico, y así de pie, se hundió en un sueño que no era sueño sino algo diferente, extasiado arrobamiento, hasta que Ennis, rescatando de los tiempos infantiles previos a la muerte de su madre una frase oxidada pero todavía en buen uso, dijo:

Por Naizomi Getav

Canta la voz del viento,
y en los campos verdes,
se mece el cuerpo grácil
de silvestres flores.

Madruga la aurora
en múltiples lilas y rosas,
buscando vida
en valientes mariposas.

Canta la voz del viento,
y gozan de un vals las espigas;
se entrelazan, se abrazan,
mis pupilas, observan y se dilatan.

Cierro los ojos, y respiro...
cierro los ojos, y vivo...
mi voz se eleva sin hablar,
lecciones de vida, en el viento que va.

Por Maria Herrera

No quiero tener las manos
ásperas de acariciar cenizas,
necesito terminar de colapsar
por ojos que ven y no miran
más que oscuridades de la noche.
¿Culpa por no sentir culpa?
Como un pájaro enjaulado,
sin alas y sin canto, estoy.
No deseo morir esperando
la sonrisa de la luna,
mitigadora de dolores.
Ya no quiero que mates lo que amo
y lo que siento ser…
Nada complementa el alma
más que ser mi propio amor.

Por Naizomi Getav

En el caos,
en la oscuridad,
en el temor,
en el miedo,
en la tristeza,
en la desdicha...

Sigo siendo yo.

Con demonios a cuestas,
al tropiezo del día,
donde se esconde el sol
y a la fuerza de la penumbra...


Sigo siendo yo.

Por E. Annie Proulx

Ennis del Mar se despierta antes de las cinco, el viento mece el remolque, silba al entrar por los marcos de aluminio de la puerta y la ventana. Las camisas colgadas de un clavo ondean en la corriente. Ennis se levanta rascándose la cuña gris de la tripa y el vello púbico, se acerca al hornillo de gas arrastrando los pies, vierte los restos de café en un desportillado cazo esmaltado; las llamas lo envuelven de azul. Abre el grifo y orina en la pila, se pone la camisa y los vaqueros, las desgastadas botas, taconea sobre el suelo para calzárselas bien.
     El viento brama sobre la curvada superficie de la casa remolque y bajo su atronador embate Ennis oye el rasposo roce de la gravilla y la arena. Ir por la autopista con el remolque de caballos quizá no va a ser fácil. Tiene que recoger sus cosas y marcharse esa misma mañana. El rancho vuelve a estar en alquiler, ya han despachado los últimos caballos, las cuentas las saldaron la víspera y el dueño dijo:  
     —Dádselas al buitre de la agencia inmobiliaria, yo me largo —y depositó las llaves en manos de Ennis. Tal vez tenga que pasar una temporada con su hija casada antes de conseguir otro trabajo, y, sin embargo, lo embriaga una sensación placentera porque ha soñado con Jack Twist.

Por Guy de Maupasant

El señor Lantín la conoció en una reunión que hubo en casa del subjefe de su oficina, y el amor lo envolvió como una red.
     Era hija de un recaudador de contribuciones de provincia, muerto años atrás, y había ido a París con su madre, la cual frecuentaba a algunas familias burguesas de su barrio, con la esperanza de casarla.
     Dos mujeres pobres y honradas, amables y tranquilas. La muchacha parecía ser el modelo de la mujer honesta, como la soñaría un joven prudente para confiarle su porvenir. Su hermosura plácida ofrecía un encanto angelical de pudor, y la imperceptible sonrisa, que no se borraba de sus labios, parecía un reflejo de su alma.
     Todo el mundo cantaba sus alabanzas; cuantos la conocieron repetían sin cesar: “Dichoso el que se la lleve; no podría encontrar cosa mejor”.
     Lantín, entonces oficial primero de negociado en el Ministerio del Interior, con tres mil quinientos francos anuales de sueldo, la pidió por esposa y se casó con ella.

Por E. Annie Proulx

(Continuación)

No quiso añadir que el capataz se había recostado en su rechinante mecedora de madera y había dicho: ¡Twist, no os pagué para que dejarais que los perros hicieran de niñera de las ovejas mientras vosotros cortabais florecillas! y se había negado a contratarlo de nuevo. Prosiguió— así-: Sí, ese puñetazo que me pegaste me sorprendió. No podía imaginar que eras de los que dan golpes bajos.
     -Yo voy detrás de mi hermano K E., que me saca tres años, y me molía a palos todos los días. Mi padre se hartó de verme llegar berreando y cuando tenía unos seis años me dijo que me sentara y me dice: -Ennis, tienes un problema, y si no lo arreglas va a seguir igual hasta que cumplas los noventa y K E. los noventa y tres-.
     -Ya-, digo yo, -es que él es más grande-. Y mi padre dice:

Por Maria Herrera

Entregándome a los sueños 
enrede mi cabello, 
saque los moldes de los zapatos, 
quite las impurezas del rostro 
y amordacé los fantasmas. 
En los escondrijos más ocultos 
de mis vísceras rotas, dormía el viento, 
y jamás nunca, se dio por vencido. 
Mi fortaleza no había sido tan fuerte 
ni tan perfecta, y en este, mi caos imperfecto, 
me amamanté siendo fiel 
a nunca ser menos que imperfecta. 
Enmarañadas emociones 
llevan a un constante duelo, 
no conozco la culpa ni debo controlarme, 
no evito dolerme pero si, sufrirme. 

Por Maria Herrera

Pido perdón a mi cara fingida
por la crueldad de obligarla
al momento capturado
en un jardín pintando
por imágenes de mundos artificiales...
Solo pido perdón
a una de mis sombras […]
lúgubre brillo.
Tengo derecho a bañar
los soles de mi rostro...
A empotrar mi destino
en claustro del silencio que no avanza.

 

 

Por María Herrera

Ahí donde el silencio rasga el alma 
y corta la piel, 
ahí donde quiero huir de las miserias… 
¿Cómo escapar del amor? 
Interpela en ecos el interrogante de tu ausencia. 
Exasperas los sentidos ,
desequilibra el silencio de tu voz; 
es como luchar contra el viento 
y querer aplastar los cerros con los pies. 
¿La vida deja más dolor que la muerte? 
¡Las de las antinomias, 
son las almas que tengo! 
Abruma el arrepentimiento. 
Ambigua debilidad. 
¡Beberé libertad!