Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con solo un puñal.

Por Fernando Andrés Chelle Pujolar

En el mes de junio del año 2015, después de publicar  El cuento latinoamericano fantástico en Río de la Plata, me propuse continuar con los ensayos de carácter literario, sobre cuentistas que incursionaron en el cuento fantástico, ya no solo de la zona del Río de la Plata, sino que mi interés era extender esos estudios a diferentes autores, en principio, latinoamericanos. De esos ensayos, salvo el que se refiere al cuento "El almohadón de plumas", de Horacio Quiroga, ese relato que narra la muerte inexplicable de una mujer, tras ser víctima de un animal extraño que vive en un almohadón, todos los demás fueron publicados inicialmente en las páginas de Vadenuevo.

Por Khalil Gilbran

Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo... mira para atrás, para todo el día recorrido, para las cumbres y las montañas, para el largo y sinuoso camino que atravesó entre selvas y pueblos, y ve hacia adelante un océano tan extenso, que entrar en él es nada más que desaparecer para siempre.

Pero no existe otra manera. El río no puede volver.Nadie puede volver.Volver es imposible en la existencia.El río precisa arriesgarse y entrar al océano. Solamente al entrar en él, el miedo desaparecerá, porque apenas en ese momento, sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino volverse océano.

Por Gabriela Quintana

I

 Un movimiento eléctrico recorre los dedos de mi mano derecha. Por alguna extraña razón no percibo el resto de mi cuerpo, solo esta sensación involuntaria que se propaga como un cosquilleo desde mis uñas hasta mi hombro. Respiro profundamente y advierto un fuerte hedor a humedad, quizá a tierra mojada, a moho.

Comienzo a sentir un dolor punzante en mis piernas, el cual se va quitando poco a poco para dar paso a un frío que me llega hasta los huesos. Aún continúo sin poder moverme, y no comprendo por qué. El sueño me sigue pesando acompañado de un cansancio extenuante. Realmente siento unas ganas de seguir reposando, no me preocupa nada en este momento. A pesar del estupor, mi mente vagabunda y confundida, se dispone a recordar. Con los ojos cerrados, mi memoria repasa los últimos sucesos…

                       A Carlos HeitorCony

Por Thiago de Melo

ARTÍCULO I. Queda decretado que ahora vale la verdad,
                        que ahora vale la vida,
                        y que, tomándonos las manos,
                        todos trabajaremos por la vida verdadera.

ARTÍCULO II. Queda decretado que todos los días de la semana,
                        incluso los martes más cenicientos,
                        tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

ARTÍCULO III. Queda decretado que, a partir de este momento,
                        habrá girasoles en todas las ventanas,
                        que los girasoles tendrán derecho
                        a abrirse dentro de la sombra,
                        y que las ventanas deberán permanecer, todo el día,
                        abiertas hacia el verde donde crece la esperanza.

Por Rolando Revagliatti

El dieciocho de agosto de mil novecientos ochenta y dos, la enfermera que acompaña a Miguel en el vehículo que efectúa su traslado desde el Instituto Ricardo Gutiérrez, nos proporciona los primeros datos: Miguel nació en Tucumán el ocho de diciembre de mil novecientos sesenta y seis. Sus arranques agresivos eran cada vez más azarosamente neutralizados por el personal del Instituto. El médico de guardia anota en la historia clínica al internarlo: “Hijo de madre soltera. Al año y medio enfermó de meningitis y fue abandonado. Permaneció en un hospital de Tucumán durante tres años, hasta que la madre es obligada a retirarlo. A los cinco años todavía no hablaba ni caminaba.

Por Julio Cortázar

              Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;

                               le llamaban la guerra florida

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla.

En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y —porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre— montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Por Gabriela Quintana Ayala

Se encontraba triste, meditando sobre su próximo aniversario de bodas. Cuatro años habían pasado desde que el prematuro fallecimiento de su mujer convirtiera aquellas celebraciones en un desgarro doloroso y puntual. Abandonado a sus pensamientos, descansaba tendido sobre un diván descolorido y viejo, pero confortable, en el que solía recostarse para el leer el periódico todas las mañanas. Para esa hora ya había recorrido el olivar y revisado sus frutos, de un verde precoz ese verano. Se dejó caer en un profundo sueño sin percatarse del humo que, de manera incipiente, se colaba por las ventanas.

Por Oliverio Girondo

¿Me extravié en la fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
En la duda?
¿En el rezo?
¿En medio de la herrumbre?
¿Asomado a la angustia,
al engaño,
a lo verde?…
No estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la ausencia,
mezclado a la ceniza,

Por María de Burgos

Éramos tres…
Una naciendo de una espiga
Una rompiendo un alboroto
trágico de las fórmulas.

Una amontonando el corazón de Dios
para darle justicia al universo.
Una recogía estrellas.
Una era feria triste de retazos azules.
Una sabía crecer sobre su nombre
desde un maligno eco.

Éramos tres…
ausentes,
taciturnas,
como tres barcos anegando un puerto.