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Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
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By John Lennon
“When you do something noble and beautiful and nobody noticed, do not be sad. For the sun every morning is a beautiful spectacle and yet most of the audience still sleeps.”
No estés triste
Por John Lennon
“Cuando hagas algo noble y bello y nadie lo nota, no estés triste. Porque el sol cada mañana es un bello espectáculo; sin embargo, la mayoría de la audiencia todavía duerme”.
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Por Naizomi Getav
Lluvia en lunes por la noche,
lluvia fría de noviembre...
y te extraña el latido de un corazón,
te extraña mi ser
bajo esta luna
que apenas se ve.
Contradicción...
Estallan los colores en esta alma mía,
el luto y su vestido me persiguen todavía,
la muerte y la vida, ríe la algarabía
me mira una lágrima, vibra la agonía.
Estallan los colores en esta alma mía,
prenden cual pólvora a la venida de la llama.
¿Aún muero? ¿Acaso es de mañana?
¿acaso estos colores vienen de mi alma?
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I
En un pequeño lugar de Aragón; y allá por los años de mil trescientos y pico, vivía retirado en su torre señorial un famoso caballero llamado don Dionís, el cual después de haber servido a su rey en la guerra contra infieles, descansaba a la sazón, entregado al alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates.
Aconteció una vez a este caballero, hallándose en su favorita diversión acompañado de su hija, cuya belleza singular y extraordinaria blancura le habían granjeado el sobrenombre de Azucena, que como se les entrase a más andar el día engolfados en perseguir a una res en el monte de su feudo, tuvo que acogerse, durante las horas de la siesta, a una cañada por donde corría un riachuelo, saltando de roca en roca con un ruido manso y agradable.
Haría cosa de unas dos horas que don Dionís se encontraba en aquel delicioso lugar, recostado sobre la menuda grama a la sombra de una chopera, departiendo amigablemente con sus monteros sobre las peripecias del día, y refiriéndose unos a otros las aventuras más o menos curiosas que en su vida de cazadores les habían acontecido, cuando por lo alto de la más empinada ladera y a través de los alternados murmullos del viento que agitaba las hojas de los árboles, comenzó a percibirse, cada vez más cerca, el sonido de una esquililla semejante a la del guión de un rebaño.
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1.- Rolando Revagliatti: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
Cristina Mendiry: Era 1966, casi septiembre. Estaba en tercer grado de la Escuela Primaria. Escribí una poesía de verso libre. Tenía nueve años. Quería homenajear a la primavera. Después ya no pude dejar de escribir.
2.- RR: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
CM: Los torbellinos me pintan. Me arrebatan. Me camuflan. Me corroen. Me destrozan. Me tiemblan. Me alientan. Me iluminan. Me inspiran. Me vuelcan. Me tardan. Me adelantan. Me sublevan. Me lloran. Me sonríen.
3.- RR: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?
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En el recuerdo está el olvido
y en el olvido habita el recuerdo.
Busco en mi memoria
tu rostro surcado por mil derrotas
que no supiste combatir.
Siglos de vientos
agolpados en los muros de mis caminos
me traen tu voz ahogada por lamentos,
desatinos vivenciales,
elegiste morir en vida
y en vida morir.
Recuerdo y olvido cohabitan,
uno está siempre al acecho del otro
como fiel compañero que obligado rememora
los caminos donde lucha nuestro existir.
Olvidando te recuerdo,
porque dando pasos en tu camino
he ido desasiendo tus huellas.
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El poeta buscó sus gafas para leer, ya no era joven y tenía que ver a través de ellas. El tiempo resultaba un amigo incómodo, no era el mismo. La luz de la computadora le molestaba, sus antiguas máquinas mecánicas estaban en el cuarto de los objetos guardados y olvidados, que solo acumulan polvo y arañas. Sin embargo, las extrañaba, así como su juventud en que no tenía que usar anteojos para escribir ni pagar internet. Caminó hacia el comedor, echó un rápido vistazo, solo vio los platos sucios llenos de restos de comida. Había bebido dos días seguidos sin haber perdido el juicio, era un buen bebedor. Ahora su vista recorría el sofá donde se había dormido esperando a las musas, que esta vez no llegaron. Llevaba varios días sin poder terminar una novela, acerca de la frivolidad y la condición humana en muchos escritores. Le faltaba el último capítulo, que prácticamente era innecesario, pues en los anteriores había descuartizado con satisfacción extrema a sus colegas. Miró el reloj de pared, marcaba las 10:00 a.m. Pensó que era tarde, se dispuso a preparar un café, encendió un cigarrillo, a pesar de las advertencias médicas de un posible enfisema pulmonar si seguía fumando. Ya con el café en la mano, volvió al estudio y se dispuso a continuar la novela, que trataba de un grupo de amigos que se decían escritores y poetas; los mismos creaban grupos, asociaciones, con la finalidad de publicar sus obras en todos los posibles espacios culturales y en las redes sociales.
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Por Maria Herrera
No era un simple sueño del amor en las ideas,
alimento cual aire en la garganta;
mi última morada es toda noche perfecta,
la de luna, la de lluvia,
la de los sueños sin eternidad.
¿La vida continúa? ¿Cuál vida?
Estableceré imperativamente que mi carne hastiada
crepite cual vientos intensos
las mentes de quienes a veces me quieren.
No hay verdad en este, mi universo;
solo lo que decido creer,
pero… duran poco mis decisiones…
y… la verdad yace en el mundo
de los vanidosos que se creen “razón”.
Y yo…
yo uso cristales de arcoíris.
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A León Ostrov
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
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Por Maria Herrera
El inicio de la noche
abraza las vísceras de cada día,
el pecho se convierte en piedra,
queriendo asustar…
y seguís allí,
encerrando el alma en cera
con promesas lustradas,
con tu voz cavando la fosa
para mi voluntad.
Yo revivo los muertos
de mi pasado otra vez y otra…
hasta el último ápice de culpa
atada a las espaldas doblegadas que cargo;
nada invade la mente que te adorna.
Pero… la esencia de tanto caos
finalmente se impregna en mí
y ya nada es tranquilo como una tumba.
Tus mil y unas lenguas ahora están muertas
y todo volvió a ser silencio después de morir,
hoy, me devolví a la vida
y en ella no estás.
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