(Segunda parte y final)

Por Pedro Hourruitiner Díaz

10:40 p.m.

De regreso a la escena del crimen, reciben una llamada de la oficina. Increíblemente se ha presentado un testigo para declarar; pero ya es tarde: están cansados y deciden ir por un trago.

Miércoles, 7:36 a.m.

Becket encuentra la oficina convertida en escena del crimen. Han asesinado a cinco oficiales y al testigo; en las paredes se leen amenazas:

—¡Vaya loco nos ha tocado! —gruñe y enciende un cigarro, mientras lee: —PONEN EN PELIGRO A LAS PERSONAS AL CONVENCERLOS PARA QUE TESTIFIQUEN EN MI CONTRA. MIENTRAS MÁS TESTIGOS, MÁS SANGRE HABRÁ.

Acorralado, el detective redacta un informe del caso para remitirlo a un nivel superior; pero antes, debe ser aprobado y firmado por el capitán, que no se encuentra en la comisaría. El informe esperará hasta mañana.

Jueves, 8:30 a.m.

Nuevo día. Becket y George descubren al oficial de guardia muerto con una nota en el pecho: “¿Acaso me tienen miedo?” El informe del caso ha desaparecido. ¡Siempre está un paso por delante! Sabe demasiado cómo funciona nuestro departamento. Reflexionan, convencidos de que el criminal está infiltrado. Minuto a minuto su lista de sospechosos va desapareciendo: solo queda el secretario Justin. Backet, desesperado, analiza todas las pruebas.

—¡El asesino perfecto! ¡Necesito interrogarlo! —grita mientras corre hacia la secretaría.

Al abrir la puerta, encuentra al secretario muerto, iluminado por la pantalla de la computadora donde se lee: “Reúnete conmigo en la Estatua de la Libertad a las 8 y 45 de la noche. Ve solo”.

8:45 p.m.

Michel Becket se encuentra en el lugar indicado.

—¡Un espejo! ¿Qué demonios está pasand…?

Viernes, 12:57 a.m.

El detective nunca logró escuchar la respuesta. Quedó tirado en la calle, muerto por un disparo en el pecho. Su asistente George Smith lo encontró junto a un espejo roto y una nota en la acera firmada con sangre que decía: “Lo siento…”.