Por Abel Guerrero
En Pueblo Viejo las casas
se van muriendo:
padecen de musgo gris
y de silencio
como lunas sorprendidas
por diez cangrejos,
abandonadas guitarras
sin su concierto.
Están enfermas las noches
sin agujeros
y mordidas por las copas
de su sombrero.
Mas, pálidas y calladas
llevan por dentro
tristes cantos olvidados
y nuevos versos.
De: Papá, me compras un mar.