(Yalta, Ucrania, 1974-Moscú, Rusia, 2002), estrella tan precoz que a su lado Rimbaud parece un aprendiz. Nacida en Yalta, a mediados de los setenta, Turbiná mostró ya al poco de nacer rasgos que tan bien podrían ser geniales como preocupantes. Con ocho meses balbuceaba sonidos que, según la leyenda familiar, parecían palabras rusas e inglesas, sin que supieran el origen de estas últimas. Durante año y medio cayó en un silencio absoluto hasta que a los dos años, de repente, empezó a hablar fluidamente en ruso con una naturalidad inexplicable para la familia. Pero a Nika no le gustaba hablar y cuando quería decir algo lo hacía cantando.
Con tres años empezó a recitar usando un lenguaje lleno de metáforas e imágenes poéticas que su madre y su abuela redactaban, y con cuatro escribió su primer poema. Al cumplir seis años el escritor Julián Simónov la conoció y escribió a Moscú diciendo que había conocido a uno de los espíritus poéticos más especiales de la Unión Soviética. Para explicar quién era Nika dijo de ella que “su vida es fácil, pero su poesía difícil”. En aquellos años Nika empezó a escribir versos; con ocho redactó uno de sus poemas más famosos, una declaración de intenciones de su obra poética, en la que afirmaba que su intención final era “convertir el sabor amargo de los días en palabras”. Fue a los diez cuando publicó su primera obraPrimer Borrador. Otros libros publicados en vida de la autora son Pasos hacia arriba, pasos hacia abajo y Para no olvidar.