Por Miguel Arévalo

 

Es una isla lejana el otoño

cubierta por un manto de hojas secas y amarillas

una canción de amor en la memoria

una triste melodía de trinos oscuros      

                en la desnuda arboleda de la tarde.

Otoño, un sol ámbar, frías paredes de lluvia

y árboles que lloran hojas secas

                       sobre los campos sombríos.

Canta un frío viento entre ramas de sauces

entre árboles dorados del ocaso

canta un petirrojo en el parque

en el viento sus trinos

        su breve relámpago en el cielo.

Súbita imagen entre danzantes pinos

¡ah bosque sembrado de ruinas!

Estación isla impregnada de soledad

como el dulce aroma del café

                       a las seis de la mañana.

Cuánto abandono

sobre el triste jardín de los rosales.

Sin flores, sin estrellas,

                árboles sin sus nidos

y el murmullo de un río de cristal

frío caudal, en el laberinto gris de la memoria.

Aquí está el otoño que se alza como la verdad

y como un solitario aeropuerto

donde yacen los recuerdos

murmullos, voces, ecos y cantos

de los solitarios amantes

que, en una fugaz tarde de verano,

                    fundaron el amor y el infinito.

Es el otoño una isla triste y vacía

y a pesar de todo luminosa

                como una alta luna llena de octubre

es viento, agua, polvo, lluvia y hojarasca

una mirada fija en el horizonte lejano

y un anémico sol rojo

        entre las frías paredes del invierno.

 

Equinoccio

En la cumbre de la milenaria pirámide

ancestral arquitectura

una pausa de la tarde…

Es inútil capturar el viento en burbujas de vidrio

o en el mar construir muros de agua

o en las fronteras muros de odio

murallas de ignominia:

                   la gloria y el poder son efímeros.

Es en vano pintar óleos de gaviotas muertas

o paisajes de invisibles árboles.

                   Es estéril trabajar de sol a sol

y dibujar orquídeas y violetas

de sangre azul que el tiempo ha oscurecido:

la fama y las riquezas son fugaces.

En la cumbre de la magistral pirámide

escucho lamentos del viento

cantos de la pertinaz lluvia

                   sobre los escalones de negras rocas.

Fugaz equinoccio de primavera:

su luz y sus sombras

                   forman y crean serpientes de piedra

que se arrastran y descienden hacia la explanada.

Observo con claridad y asombro

hasta la misma piel de las serpientes

               sus células y sus escamas son piedras.

Sombra de Kukulkán que desciende de su templo

para fertilizar la negra tierra

y allá en la espesa selva

oculto entre arbustos

el gran jaguar rojo devora una ardilla

      y lame el brillo de sus manchas de jade.

Mis cansados pasos se alejan de la pirámide

cuando el sol en el ocaso

es una roja llamarada entre las nubes

                         y la tarde sin retorno

cae en un oscuro precipicio

sembrado de ruinas.

 

Mural pétreo

Tenue luz sobre la gran ciudad,

resplandor en altos rascacielos de cristal,

lanzas de luz de un rojo sol

                          entre nubes ámbar,

horizonte en doradas llamas

          de la tarde fugaz en el verano.

Claridad, luz púrpura, que se incrusta

se queda dormida

y se convierte en piedra

           sobre la fachada de una antigua casa.

Tiempo… implacable tiempo

que ha dejado sobre las sólidas canteras:

verdes musgos que son rostros de profetas

azules sombras que son trazos de reptiles.

Acuarela de un instante y de todos los instantes

                             espectral visión de incendio.

Paisaje alucinante de cuerpos multiformes

ecos del pasado resucitan en el muro,

acuarela pétrea que crece

             gran mural pétreo que se expande,

imágenes que nunca mueren

y se guardan en la memoria y en el alma

como el relámpago escarlata

de un fugaz petirrojo

          internándose en el bosque espeso.

 

Algo nuevo bajo el sol

                      Homenaje al Rey Salomón

No existe algo nuevo bajo el sol

no hay ninguna cosa inmarcesible

          bajo las milenarias estrellas

solo un lento fluir de agua en el río del tiempo.

                       

Todo cambia y se transforma

todo evoluciona

y sin embargo, tarde o temprano

             se convierte en rutinario.

El tiempo... el implacable tiempo

                   ¡todo lo convierte en nada!

Ya no hay nada nuevo en la Tierra

nada nuevo en el inmenso mar

ni en sus playas vírgenes ningún

                  Cantar de los Cantares.

Nada novedoso en la penumbra

su oscura noche

solo lágrimas que derrama el universo

                 en forma de luceros azules.

Pero escucha, ¡escucha!

Solo aquello que brota del corazón

         es algo nuevo bajo la luna y el sol.

Solo aquello que emerge del alma

        es hermoso bajo las milenarias estrellas…

 

Noche de muertos

Termina el día, huye la tarde y su ocaso

bañando con sangre el lejano perfil del horizonte

invade la oscuridad al mundo

con su inmenso y morado manto

       cae la noche sobre los techos de tejas rojas.

Flota la luna llena sobre un profundo lago,

brillan las milenarias estrellas en lo alto,

fogatas ámbar danzan

      sobre el suelo de arena fértil en la isla.

El cementerio es un templo de cruces muertas,

la gente del pueblo ha reunido flores amarillas

y ha hecho una obra maestra en cada tumba

con altares que brillan

tapizados de cirios encendidos.

                   
Canta el frío viento entre los sauces

y comienzan los rezos y los llantos.

       Los vivos esperan alrededor de las tumbas

serenos, anhelantes, pensativos

               el regreso de las almas de los muertos...

    

Sus miradas tristes contemplan las ofrendas

el pan, la copa de vino tinto,

la cerveza y las frutas

los tamales con su atole, el pozole

y el pescado blanco con tortillas de nopal

que esta noche cenarán

              las almas de sus queridos muertos.

Son árboles deshojados por el viento

                           en el corazón del invierno

son pájaros mutilados por el hielo

y sin embargo

la poesía emerge en la tormenta de nieve

               ¿La escuchas entre las olas del lago?

 

Mi padre el guardabosques

La muerte es una vida vivida.

La vida es una muerte que viene.

Jorge Luis Borges

Interminables senderos de espesos bosques

que murmuran entre la hojarasca

los minerales anhelos

de un médico de profesión

que soñaba con ser un guardabosques.

                          

En ese mismo claro de luna

donde los halcones reales vibraron

              las entrañas de oscuros acantilados.

Era su mansión de robles vivos,

su guarida de atardeceres sombríos.

¿En qué madrugada habrá despertado

contemplando el resplandor de un sol naciente?

¿En qué tardes de otoño

habrá caminado meditando senderos de plata

y orillas de un río de cuarzo fulgurante

para contener sus temores?

Aún brota inminente

la cristalina savia de los duraznos

                  en los manantiales verde agua

donde él su gran sed saciaba.

Siempre lograba mi padre

contemplar la hermosura de las nubes

y los ocasos en inéditos cielos de octubre

        durante sus caminatas y cacerías vespertinas.

Sin embargo

los laberintos de pinos y sauces

son de los guardabosques vivos 

mas no de los que han muerto en sus profundidades.

                       

                        Es el río agua en libertad

aún hoy es de mármol líquido y ondas turquesas

y los peces rojos nadan libres,

sigilosos entre sus transparentes olas.

Cuantas veces te busqué padre mío

gritando tu nombre

en la profundidad del bosque

y en las húmedas cavernas

y solo encontrando tu recuerdo

vibrante bajo espesas veredas

     saturadas con las ramas de pinos.

En las sonoras soledades de esos bosques

y en el corazón de las montañas

soy propietario de múltiples recuerdos tuyos

                           y tu linaje lo he establecido

en la fugaz visión de un tímido venado

a orillas de un ojo de agua

y en las platinadas y húmedas bellotas

cubiertas con hilos de seda

                       por el telar de una tarántula.

Bajo la sombra de un alto roble

construí mi cabaña sombría

y cómoda como un hogar

         donde el brillo dorado de las fogatas arde.

Desde allí contemplo ahora lo que fue tu reino

que abarcaba todo lo que abarca el viento

lo que nunca logró consumir el fuego

y la oscura noche invade

                      con sus milenarias estrellas.

He regresado en el último invierno

y he vuelto a gritar tu nombre

preguntando por ti a las tinieblas

y a la nada de las gélidas cavernas

                    ocultas en aquellos bosques infinitos.

Y solo los ecos de la obstinada voz

de un guardabosques perdido

                              me responde

sin lograr encontrar

un pasadizo de salida

al laberinto cruel

     de tu destino mortal y confundido.