La noche en su esplendor
nos ofrece sus laberintos
por los que tropezamos una y otra vez.
Todo son preguntas tal vez
como nosotros eternos perseguidores de sombras
los que intentamos ordenar las palabras
los que clasificamos lo que pueden ver los ojos
porque lo que no vemos
está en la oscuridad del mar con sus duendes y sirenas
con su olor a jazmín que nos inunda las terrazas
y el vientre hasta germinar esta maldita curiosidad
por saber cómo son los que nos acompañan.
Así, entre tanto desconcierto elijo un buen abrazo
uno solo pero que remueva la tierra que pisamos
que sane el corazón de tanto frío
aunque solo sea un instante
y como un cisne salvaje desaparezca
entre los árboles frondosos de la noche.
(Del cuaderno, Huecos en el viento, Huesca, 2008). (N. del A.).