Por Reynaldo de la C. Fernández
Oriol es el teatro. Nada escapa de su praxis de hombre conmovedor. Golpeado y bendecido al unísono, en una suerte de exorcismo mefistofélico. Es un libreto inconcluso de Grotowski. Una invocación al drama y la comedia, de una vida apasionada. Como el Ave Fénix, una y otra vez desde las cenizas. Como Hamlet, existencialista entre ser y no ser; escéptico, entre no ser y ser. Como Brecht, a veces distante en un mundo ambivalente de altibajos, pero cálido e involucrado en la cercanía, como Stanislavski. Un híbrido lorquiano. Una bufonada de Molière. Oriol es teatro puro, inmaculado, irreversible. Una mezcolanza de personajes indefinidos que hacen delirar a los amigos que le han tocado de cerca, en historias de amores y desamores. Tal vez relegado en su condición municipal, pero temerario en la pelea contra el olvido y el prejuicio intelectual. Su historia no cabe en una viñeta. Pero me arriesgo a perecer en el intento.
La imagen más lejana que tengo de él, se pierde en agosto de 1975, cuando coincidimos en La Habana en uno de aquellos Festivales Nacionales de la FEEM. Después vinieron los días del preuniversitario “Tony Santiago”, en La Carranchola. Lo recuerdo frágil y huesudo, arrastrando unos enormes espejuelos plásticos de color negro (que lejos de su ambigüedad, resultaban una advertencia ante su escuálida figura), lanzando voces para alinear al tumulto de estudiantes apetentes y anárquicos a la hora de la merienda; único día que podíamos hacerlo de manera sosegada. Desde entonces, ya se avizoraba el líder aglutinador y el espíritu obstinado, tenaz y emprendedor de este genuino artista1.
Siendo yo parte del grupo de Teatro del Tony Santiago, participé junto a él, de la primera y única película de mi vida: “Asamblea de ejemplares”. Un mediometraje de aficionados sobre el fraude, producido por Teatro Escambray, y utilizado en los debates con los estudiantes. Oriol sería el motivador más excelso de aquel proyecto. Su pasaporte al Instituto Superior de Arte (ISA) era definitivo.
En 1980, bajo infames circunstancias, es expulsado de forma definitiva del ISA. Víctima dela convulsión ideológica del momento, cuando lo más insignificante te convertía en paria del destino, es involucrado en un proceso intencionalmente ejemplarizante con el que intentaban ceñir los desafíos de una libertad insípida. Era el fin de un sueño. El apocalipsis de un juego amasado desde niño en la finca de su padre Baldomero, cuando desafiaba la incomprensión de ser actor en un mundo de bueyes y carretas. Pero a cada ruptura se descubre una Siberia que redima rebeldías e inconformidades. Y Moa sería el purgatorio donde expiar el pecado mortal de la “debilidad” de sus ideales no convencionales y heterodoxos. Allí marcharía como obrero de la construcción, a una tierra que le impregnaría de colorado el tuétano, de risas y llantos.
Exasperado por la brutalidad del rudo trabajo, zanjea la tierra a golpe de pico y pila, hasta el día bendito que le llega Jesús Díaz, director de cine y autor del afamado “Las iniciales de la tierra”, cuando aquellos recónditos sitios de la Isla se convertían en escenario para la filmación de “Polvo Rojo”. Por la bendición de Lázaro Buría, el mismo que años después sería el gestor de la serie juvenil “La Semilla escondida”, se levanta como asistente de dirección del mencionado filme. El fin del maleficio había comenzado.
Con obreros aficionados del lugar forma teatro Tierra Roja. Viaja por todo el país cargado de lauros y recomendaciones que como patente de corso sería clave en la suspensión de su excomunión. Lo improbable se convierte en realidad. El milagro ocurre, y es aceptado nuevamente al ISA, donde en 1991 se gradúa de Licenciado en Actuación, bajo la mirada-égida de Herminia Sánchez, una década después de su confinamiento oriental. Decide regresar a Moa como director de Teatro del Este con actores profesionales de su graduación, los mismos que años después serían estrellas de la televisión y el cine: Osvaldo Doimedios, Francisco Gaturno, Laura Fernández, María Isabel, “la gorda” de Una novia para David, y otros. El proyecto es pasajero y regresa a La Habana.
El año 1992 marca para él, el comienzo de una nueva era. Ahora Romelia (su madre)ya puede lucir feliz su nuevo vestido de flores con su pequeño Pucho (sobrenombre familiar de José Oriol), graduado y sin el estigma del pasado. Han quedado atrás los tiempos de estudiante, de cuando volaba en avión cada mes, desde Moa hasta la Capital, a terminar por el sistema de encuentros el tercer año trunco en 1980.O se comprometía por encargo con actos y reuniones interminables. Un tiempo de simbolismo épico. Un monologo interior entre el frenesí introspectivo y la vocación del ser social apremiante que lo obliga a buscar nuevos conceptos teatrales y una ética más cercana a la motivación, a la creación originaria. Un arte no complaciente de vanguardia. Ese era el reto.
La Casa de las América le abriría sus puertas y Machurucuto, sede de EITAL (Escuela Internacional de Teatro de América Latina) lo convierte en productor y asistente del conocido dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, entonces director de los Talleres Teatrales de grandes grupos de la región como: La Candelaria y Creación Colectiva de Santiago García, ambos de Colombia; Teatro Yuyascary, de Perú; Rajatabla, de Venezuela; Teatro Ambulante, de Puerto Rico y el más influyente en su nueva cosmovisión: Odin Teatret de la International School of Theatre Anthropology de Dinamarca, con Eugenio Barba. Aquí estaría el germen de su relación con los cuatro elementos. Años después comentaría: “Con la presencia de los elementos: agua, tierra, viento y fuego pretendemos hacer homenaje al origen; si observas con detenimiento en nuestros espectáculos, de algún modo estos están presentes; para nosotros constituyen el basamento de una estética teatral muy particular que de algún modo nos distingue”2.
Un lustro como itinerante lo lleva junto a estudiantes de actuación de la ENA por lugares de complejidad social. El barrio de Romerillo en La Habana durante 1991. En Barranca, Santiago de Cuba, conviven con una comunidad de descendientes de haitianos en 1992. Llega a Jacksonville, Cocodrilo, Isla de la Juventud en 1993. Forma parte del documental “Circo de la muerte” de la realizadora Belkis Vega, filmado en los pabellones del Presidio Modelo.
Teatro de los Elementos nace en 1996. Cumanayagua es el destino final, junto a un grupo de actores graduado de la ENA. “La historia de un pueblo”, pasacalle multitudinario que involucra a todo el pueblo sería el Opening del grupo. Cumá, el aborigen indómito; vendedores ambulantes, remakes de comercios republicanos, la boda del aviador Menéndez Peláez y Ofelia, saltimbanquis, malabares y patinadores, soldados del Ejército Rebelde y toque de claxon. Un espectáculo cinematográfico insuperable para la historia cultural de Cumanayagua.
Después vendrían otras puestas en escena: Inmigrantes, Ten mi nombre como un sueño, La casa mágica, Los cuentos del Decamerón, Una casa en la frontera, Historia de un caballo y Montañeses, obra que mereció el Premio Villanueva de la Crítica 2019.
José Oriol es un hombre místico, y aclara que su concepción materialista del mundo no lo obliga a una renuncia total de la espiritualidad. Adora santos africanos que no puedo asegurar que existieran realmente, pero que se magnifican en milagros cotidianos. Cuenta que cierto día, después de la muerte de su madre, una paloma mensajera choca con los balaustres de la reja de la ventana de su casa y cae exhausta ante los pies de él y de su hermana Maritza; estaba sedienta y cansada, le dan agua, descansa y continúa vuelo; era día de Pentecostés y está escrito que ese día que el Espíritu Santo baja a la Tierra en forma de paloma. “Te confieso que lo tomé como una señal del Cielo”, termina diciendo.
Su vida es una paradoja de inquisición y ternura; a veces intolerante al sentido común de los amigos, y otra altruista hasta con desconocidos. No quiso ser padre... pero se colgó al pecho -en un "para siempre"- bien cerca del corazón, a Adoney, el "niño de chocolate" brotado de un "quimbo" oriental allá por Barrancas. Cada cuenta del rosario es un enigma y no oculta una sátira agudísima a partidistas y disidentes. Evoca sosegado, su expulsión del Instituto Superior de Arte en el 1980 por “debilidad ideológica”, mostrando sin resentimiento y sin jactancia la Distinción por la Cultura Nacional en el año 1998. Pudiera leer con igual vehemencia a Cabrera Infante o a Nicolás Guillén. Ama hasta la locura toda referencia a la cultura africana y se deja seducir por una sonata de Joan Sebastián Bach. Su materialismo esotérico es a la vez racional y desconcertante. Es ecologista, pésimo chofer y orador insuperable. No es ateo y asegura que el teatro es útil para sacar demonios.
[1] “Para espantar demonios”, Reynaldo Fernández Chávez, Revista Fides, 1999.
2 Ibidem, Reynaldo Fernández Chávez, Revista Fides, 1999.
En diciembre de 2021, José Oriol González Martínez fue condecorado con la Orden Juan Marinello, por la obra de toda la vida. (N. del E.)