Por Mayda Palazuelos
Los amantes son los mismos; solo que ahora sienten que ese acto es más tierno; las caricias son más suaves, sentidas en ambos cuerpos.
Ella palpa su mano zurda como regodeándose cuando le acaricia suavemente la enrevesada melena. Mientras eso sucede, la leona une su cuerpo al de su amado y le lame todo el pecho con su lengua suave y tibia. Ambos, totalmente desnudos: sus ropas han rodado por cualquier esquina del colchón, vestido con sábanas blancas.
El amante zurdo tiene la piel muy perfumada: un perfume masculino hecho de celos, distancia y espera; ardiente perfume, exquisitas hormonas. Ahora él se regodea en repasar las manos por la ondeada melena de su leona, aún soñolienta; pero, dulcemente enamorada, lo besa.
Los dos susurran y se aproximan tanto, de una forma tan cómoda, que los cuerpos se funden, cual si fueran uno, en el fiero y tierno acto de la cópula.