Por Nicolás Águila
A Plácido Domingo lo quieren linchar. Se aparecieron nueve mujeres anónimas —menos una que dio la cara llorosa y compungida— y lo acusaron de actos de acoso sexual que se remontan a la ya lejana década de 1980. Las nueve cantaron al unísono en perfecta armonía coral. Cosa que a mí me suena a trampa y complot.
A Alain Delon, hace poco, también le salieron acusaciones retrospectivas de acoso sexual. Algunas supuestas acosadas se oponían a que le otorgaran la Palma de Oro Honorífica del Festival de Cannes por su destacada trayectoria. Como si Alain Delon hubiese sido en sus años mozos un tipo tan poco atractivo que necesitara andarse por ahí asediando a las mujeres.
A él las chicas le hacían cola, igual que al tenor español o incluso a Pello el Afrokán, que era feo a matarse. Pero los organizadores del Festival no cedieron y se negaron a retirarle el prestigioso galardón al mítico actor francés, alegando que décadas atrás no regían los estándares actuales sobre la interacción profesional entre hombre y mujer. Plácido Domingo, en un comunicado entre humilde y caballeroso, sin llegar a dar el do de pecho, recurrió en su descargo al mismo argumentario, recalcando las diferencias entre las normas de ayer y las de hoy, además de pedir disculpas en caso de que hubiese ofendido a alguna mujer en escarceos amorosos que él suponía consensuados y de mutuo acuerdo. Por lo pronto, más le vale retirar del repertorio aquella conocida aria de “Rigoletto”, misógina y machista a tal punto que considera a la mujer un ser voluble e inconstante: “La donna è mobile qual piuma al vento. / Muta d`accento e di pensier…”, pues entonces sí que lo trucidan y se le acaba para siempre la placidez dominical.
Es cierto que hasta el otro día, como aquel que dice, se veía casi como natural que algunos jefes intentaran aprovecharse de su ascendiente sobre las subordinadas. Lo que también podía ocurrir en la relación asimétrica entre una figura estelar como el famoso tenor y las sopranos aspirantes a figurar en el elenco de alguna ópera, aunque solo fuera con un papel secundario. No digo que eso estuviera bien, pero entonces era lo “normal” y lo aceptado por ambas partes. Peor me parecen las exageraciones y acusaciones retrospectivas de hoy en día.
Tampoco es menos cierto que algunas mujeres han empleado y siguen empleando sus armas femeninas para alcanzar sus objetivos. Con lo cual no se pretende aquí denigrar ni mucho menos al mal llamado sexo débil, que por cierto sabe defenderse bien y contratacar mejor. En la batalla de los sexos, como en la guerra misma, cada cual se vale de los recursos a su alcance, idealmente sin apartarse mucho de las reglas del juego.
Uno, al fin y al cabo, viene de otra época y puede echar de menos el cumplido, el halago, el piropo, el avance, el disparo y hasta la “recholata” con orden en la oficina. Pero hay que poner el reloj en hora y ajustarse a los nuevos tiempos. Ya se sabe, nunca mirar a una muchacha durante más de 15 segundos porque puede costar caro.
No queda otra, aunque yo personalmente prefiero con todos sus defectos aquellos tiempos de guerra fía en que Federico Fellini le daba una nalgada a la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova en una recepción oficial, y no por ello se acababa el mundo. Al contrario, todos le celebraron la gracia. El cineasta italiano se había pasado tres pueblos y no pasó nada. Era simplemente la genial ocurrencia de una figura irreverente.