Por Nicolás Águila
Mima y Pipo es el nombre de un destacado dúo de punto cubano. Fue muy popular en las décadas de 1940 y 1950. Y lo integraban Minerva Herrera y Ángel Martín Rodríguez (†), padres de Albita Rodríguez por más señas.
El dúo triunfó en el mundo sumamente competitivo de la música campesina de la época, en el que descollaban figuras de la talla de Nena Cruz, la Calandria; Chanito Isidrón, el Príncipe del Punto Cubano; Miguel Alfonso Pozo,
conocido como Clavelito; Joseíto Fernández, el Rey de la Melodía; Celina y Reutilio, así como otros afamados cultores del género.
Para brillar entre tantas estrellas se requería no solo ser un buen intérprete, sino también un artista estelar. Había que saber improvisar, cultivar una tonada propia, cantar bien y hacerlo además con gracia escénica. Mima y Pipo cumplían con creces esos requisitos. Su estilo era inconfundible. El dúo, conocido como “el matrimonio feliz que pelea cantando”, cifraba su marketing en ese largo pero acertado sobrenombre artístico.
Mima y Pipo se pintaban solos en la décima guajira. Sabían interpretarla lo mismo con la dulzura de un cumplido que con el enfado de un regaño, según viniera al caso, remedando las discusiones y los intercambios de reproches típicos de la pareja, pero sin escatimar buenas dosis de humor y doble sentido. Su actuación transcurría primero con el rifirrafe normal de una controversia, mas a medida que subía de tono se volvía una acalorada discusión en clave de punto espirituano. Más que un dueto, era un duelo a cuchilladas. Todo un espectáculo. Al punto de que una vez se saltaron las alarmas durante una memorable presentación del dúo.
Pipo había llegado con una mancha de lápiz labial en la guayabera (un ardid, desde luego, preparado de antemano como parte del show). Y cuando Mima vio la mancha de carmín, o hizo como que la acababa de ver, se armó la bronca. Allí mismo, en el escenario, le ripió la guayabera al esposo (según ha contado ella misma, había escogido una prenda vieja y gastada que fuera fácil de rasgar). Mas fue tal el verismo de la actuación, que parecía una pelea de verdad, tanto así que el director del programa y el maestro de ceremonias corrieron a escena para poner fin a la encendida disputa matrimonial.
Entre sonrisas triunfales, Pipo y Mima terminaron su actuación cantando al unísono la última décima, la de la reconciliación feliz, llevándose la palma y el aplauso de un público más que sorprendido, atónito. Nada, que entre marido y mujer nadie se debe interponer. Ni siquiera en una controversia guajira.