Por Ian Rodríguez

 

—¿Por qué soy un perro?
—Tú mismo lo decidiste.
—Pero no pensé tener seguidores.
—Tampoco Dios.
—¿Cómo es posible que no puedan decidir por ellos mismos?
—Tampoco Dios enseña cómo no vender el alma al Diablo.
—Debe haber alguna manera de cambiar las cosas.
—La alimentas o la domesticas, pero lo mejor es morderte la lengua.
—Todavía no encuentro respuesta a mi pregunta.
—Te responderé con otra: ¿en verdad ya no quieres que te olfateen el trasero?
—Temo que otros se aprovechen de esa fidelidad que con tanto fervor me profesan.
—Entonces procura no atender a sus ladridos ni cuestiones ciertas costumbres que desprecias por no ser las tuyas, comprenderás mejor el silencio de sus miradas.

 

Tomado de: Cabeza de manada. Ediciones Mecenas, Cuba, 2024. (N .del E.)