Al amanecer del domingo
vinieron unos hombres a pintar en mi patio
los árboles que después yo sembraría.
Los enterraron inmaculadamente,
con prisa,
como quien entierra
cargas de explosivos mortíferos
porque se acerca un enemigo,
sin imaginar los frutales
del mañana,
sin pensar en los pájaros
que anidarán después;
los sembraron
y se fueron con las palas y los picos en alto
enrojeciendo carcajadas,
trotando,
hasta los camiones y tanques de guerra,
calculando la suma de los plantados
después de sembrar también los del vecino
(que odiaba los bosques).
Tomado de la Antología Poetas de fin de siglo en San Felipe de Cumanayagua, Ediciones ¡Ánimo!, Cienfuegos, Cuba, 1999. (N. del E.).