Por Silvia Valdés
Cuando cantan los gitanos,
las voces suelen crecer
en panales escarlatas
donde calientan la miel
para brotar por los labios
como vino de jerez
y el cante con las guitarras
les va saciando la sed.
Cuando bailan los gitanos,
se oye mágico tropel,
pues los corazones quieren
salir a bailar también
el flamenco. Qué pasiones
les va creciendo en la piel
si levantan las hogueras
con la leña de sus pies.
Pero cuando a la alegría
la va cortando la hiel
con los cuchillos amargos
y se quebranta la fe,
el cauce de Federico
de aquel año 36
vuelve a surcar los recuerdos
como tinta de clavel.
Los toros y los gitanos
lloran al atardecer
y los versos son tan solo
lágrimas en la pared.