A Eustaquio Velázquez
Desde allí donde nos miras
en tus pasos hechos plumas
la ciudad
es
pez callado
escurriéndoseme
dentro
a descifrar tu mudez,
penetra por los cristales
de tu ventana tan seria
con un lejano silencio.
El vencedor sin corona
por los caminos del aire,
ya tan cerca del laurel
bajaba todo peldaño
arañándose lo vivo
para volver a correr.
La tarde nos sometía,
recostada a su bruma,
a su modo de
pasar,
con la lluvia repentina
abrazándose al mar fiel
en lucha por dar azul
desde la marea de Jagua,
y te dejó
sin
el
día,
pero trajo tu corona
con las manos de mi madre.