Por Nicolás Águila

 

La juventud es apenas un trámite. Una enfermedad que se cura con el tiempo, como bien se ha dicho. De modo que a este desengañado de bares y cantinas también se le pasó su cuarto de hora, cayendo de un bolerazo en la crisis de la mediana edad. Un vendaval sin rumbo me había dejado en las tinieblas de la noche y sin ninguna orientación, como un Tejedor de lobregueces. Tenía con qué y dónde, pero no tenía con quién. Y salí a la calle, una tarde temprano, dispuesto a tomar La Habana por asalto. Total que vine a terminar la noche a solas con mi añejo doble en un rincón de la cantina, al estilo Jalisco, oyendo al solista que animaba la penumbra del bar Las Cañitas con su voz de gallo ronco. “A mí me pasa lo mismo que a usted… Nadie me espera, lo mismo que a usted”, me disparó a mansalva. Y me rodó un lagrimón en tiempo de bolero.