Por Mayda Palazuelos
En primer orden de cosas: linda flor me has regalado; si es natural, de nuestro pueblo, es doblemente bella. Pocas veces veo cosas así. No sé si la vejez me ha hecho ver de nuevo otras cosas que había creído olvidar.
Hoy amaneció el día despejado, un poco fresco y cuando me fui a cepillar los dientes, tuve la sensación ambiental de haber entrado por primera vez a la calle San Rafael # 257, en La Habana (frente a la antigua tienda El Encanto). Trabajé en ese lugar muchos años. Recordé lo joven e inocente que era en ese entonces, pensé en toda esa gente y vi muchos rostros. No me lo dijeron, no me preguntaron de dónde venía, se me notaba, yo era diferente; en ese entonces estaba aún cargada de inocencia, venía de otra galaxia, de Cienfuegos (en esos años los habaneros eran los de siempre con diferentes costumbres).
En ese edificio había o hay un elevador que nunca había visto y un fuerte aire acondicionado.
¡Oh, mi San Rafael!, ¿por qué te recuerdo hoy y muchas otras veces?
Igual o parecido me ha sucedido con esa flor que me regalaste; desde temprano escuché en mi ombligo el deseo de estar hoy, en un cementerio cualquiera, escuchando los sonidos del viento y ese olor del aire tibio de mi boulevard, camino a mi casa, al pasar por el Duplex, que está al doblar.
Y hasta aquí este relato corto; aunque en mi pecho, en mis dedos ha quedado mucho más: mi pajarera y mi patio, en nuestro pueblo de Cuamanayagua. Hoy he visto aquella niña o jovencita sentada ahí, pegada al tronco de ese árbol; he sentido el fresco natural de las tardes, esa joven de tez blanca y ojos claros que se comunicó siempre con gallinas, pájaros y flores como la que me has regalado hoy.