Por Sylvia Zárate

 

En tus viejas calles de cantera he dejado mi aliento,
mis ojos saborean al caminar
el marco idílico que te protege, lugar de paseos,
peregrinaciones y amores,
que ocultos en sus bancas de piedra rosa
besan sus cuerpos y almas.
Recorrido monacal y estudiantil
cuyas antiguas casonas dan albergue a creencias religiosas,
leyendas, y proporcionan alimento al intelecto.
Hermosa la calzada de Fray Antonio de San Miguel
que desemboca en mi lejana Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Una alfombra verde te cubre Morelia.
En un pasado nostálgico
se reflejan los paseantes en el lago de San Pedro,
hoy los patos que habitan en su espejo
nos dan un bosquejo de lo que fue un paraíso.
El viento juega en las ramas de los árboles y hace volar
a los diferentes pájaros que pueblan el espacio de esmeralda,
en su viejo castillo resuenan los pasos de mi padre
y se escucha su voz colmada del saber universal.

Entre la Calzada y el Bosque Cuauhtemoc
existe un portentoso enamorado de Morelia,
con 253 arcos rosa abraza al antes llamado Valle de Guayangareo
que en una época de su vida bañaba cálidamente la ciudad,
ante él tres hermosas mujeres indígenas con el torso desnudo
sostienen eternamente una batea con frutas deliciosas,
de una raza valiente, combativa y digna.
El manto rosado se extiende por la columna vertebral de mi Morelia,
cuna de movimientos insurgentes y de héroes nacionales,
en su cuerpo bello sobresalen dos torres señoriales
de cuyos campanarios emana el tañer
del bronce llamando a oficio.
En el interior su órgano monumental
emite una cascada de voces armónicas
que envuelven la hermosura de su valiosa ornamentación
vestida de música, luces y colores los sábados por la noche.
Tu antiguo Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo
resguarda en sus gruesos muros reliquias de próceres
y un corazón reformista que sigue latiendo a través de la historia.
Un eco dimana en el exseminario tridentino que atesora el paso
del Generalísimo José María Morelos y Pavón.
Bajo un cielo multicolor donde las estaciones del año cubren tu rostro
y dejan su presencia en el remanso de cultura, música y arte,
en el barrio de Las Rosas
destaca una construcción conventual del Siglo XVIII.
Los silentes muros alojan las voces angelicales
que me acompañaron en una etapa de mi vida.
El Valle de Guayangareo da testimonio de lo que ha sido tu tierra,
lugar de mentes preclaras, héroes, artistas y constructores,
que bordaron con cantera obras de arte que hoy se admiran
y se reconocen como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

 

Los surcos

Te quedarás en los destellos de un recuerdo,
en los pasillos de una estación aérea,
enredado en mis dedos
que no pudieron tejer tus sueños,
en el aire que sostuvo nuestras ilusiones
cubiertas de nieve.
Guardaré tu emoción que cimbró la aparente fortaleza
de un corazón latiendo azogado.
La fotografía que no tengo retendrá el instante eterno.
Mis caminos velarán la historia que no quisiste escribir
y tu voz perecerá en el enjambre de mis años
surcados por tu añejo recuerdo.

 

El grito

Un grito de amor cimbró todo mi ser
y con ello derrumbó mil diques de orgullo
que se oponían al libre fluir de la vida.
Un grito de amor desgarrando mi alma
cual alba que rasga la noche oscura del silencio.
Un grito que emergió desde lo más hondo del alma
invadiendo todo mi doloroso ser.
Un grito que se esparció por todo el universo
eclipsando a las luces silenciosas
de esa oscura profundidad que te vio nacer.
El grito que provocó tempestades en mis ojos
nublando mi visión por el mar agolpado en las cuencas
que se desbordaron formando en mi rostro
tu hermoso nombre mitológico.

 

Amor

Amor de todos mis siglos,
sombra de mi vida,
misterio de mis recuerdos,
realidad de mi existencia.
Amor fugaz que partiste a tierras lejanas y extrañas
donde añoras y lloras la ausencia de un amor.
Tiempo eterno en que te recuerdo,
tierno como el niño asomado a un nuevo camino.
Amor que creció y maduró en el olvido
inundando el silencio de mis siglos.

 

Somos nostalgia

Mi almohada que el alba delinea
me ha traído haces de color ámbar,
ellos custodian mi historia.
He despertado,
cada uno posee rostro diferente,
me miran todos,
intento palparlos,
abruptamente se desvanecen.
Corro tras la niña que juega,
una adolescente entorna los ojos,
en el pináculo de un monte
una mujer destila belleza y sensualidad.
Palabras de amor se multiplican,
el recién nacido entona el canto a la vida,
el pasado despide aromas conocidos
con sonidos de piel ajada por el tiempo
y ojos que penden en las esfumadas ramas del ayer.
La mañana se vuelca en recuerdos,
caras amadas se precipitan sin estar,
entonces somos lágrimas
y orbitamos alrededor de la exánime alegría.
Una voz enmudecida se desliza por la gruta de los mil rostros,
estacionándose frente a mí.
El camino se hace derecho,
pierde sinuosidades,
la flor de la satisfacción respira,
extiendo mi mano,
la memoria me acompaña y hace una revelación:
a determinada edad somos nostalgia,
pulida, en los ramajes del tiempo.