Por María Herrera

 

(Primera parte)

Níac Tité, el titaterrestreté, vino desde el planeta Titán Titetatilandia; era un día soleado y su pequeña nave espacial azul aterrizó en la rama de un cerezo, viajó desde lejos para mostrar su universo.
     Trajo una maleta que tenía tres zapatos para tomar el té, pues en el mundo de Níac Tité todo se ve de otra manera y sirve para otra cosa. En el planeta de Níac Tité los zapatos se llaman tecitita y sirven para tomar el té y el agua de títitos, una fruta que crece en su planeta y que no es redonda ni ovalada, sino estrellada.
     Níac Tité quiere hacer amigos; pero él habla titetainés y un pequeño gusanito que habita en el cerezo donde aterrizó, lo mira ansioso detrás de su amiga Verdecita, la hoja.
     —Tetité tato lalila teti teti telaté —dijo con entusiasmo Níac Tité al gusanito.
     —No entiendo nadita —dijo Olivio el Gusanito, que habla haciendo todo pequeñito.
     Olivio se puso nervioso y a Níac Tité se le borró la sonrisa que tenía desde que llegó, donde mostraba sus dientes: solo tiene tres, uno bien adelante y los otros detrás y él está feliz con su dentadura. Su color de piel azul claro se puso oscura, eso le pasa cuando está triste. Olivio cortó una cereza y le dio mientras le sonreía y Níac Tité sonrió y empezaron a su manera a ser amigos.

     Níac Tité decidió enseñarle su mundo a Olivio y se tomará unas largas vacaciones en el planeta Tierra, aunque es tímido y sensible a colores y ruidos fuertes; por eso vive miedoso y está siempre detrás de Verdecita la hoja.
     Níac Tite, con la mente en su galaxia, no mira a los ojos: entiende y escucha todo; pero a su forma, él abraza mostrando que los respeta y también desea ser aceptado y comprendido. Níac Tité se acercó de golpe y abrazó con fuerzas a Olivio, y este se puso muy contento.
     Olivio y Níac Tité aprendieron a aceptarse y a buscar con paciencia y respeto cómo comunicarse y entender al otro, y así se hicieron amigos.


(Segunda Parte)

Era la temporada de lluvia y Níac Tité casi no quería entrar a su nave azul. Amaba saltar, bailar, cantar en titetainés y jugar bajo el aguacero; le saltaba a Verdecita, la hoja a su alrededor y ella le sonreía, pero la mayoría de las veces estaba solo, no sentía frío ni calor, ni el peligro de caerse de la rama por resbalarse o que podía enfermarse. A medida que pasaron los días Olivio notó que Níac Tité era muy dulce, sensible; aunque tenía mucha fuerza y era de contextura grande, parecía un oso tierno, sin nada de maldad; pero también muy inocente, y esto no le preocupaba sino que sintió la necesidad de protegerlo doblemente. Fue hilando barandas en la rama con sus pies, para que Níac no se cayera del árbol. También tejió alfombras y techos para que tuviera donde resguardarse por ratos de la lluvia. Olivio trabajó sin descanso; pero se puso triste, porque sintió que Níac  Ttité nunca se dio cuenta de todo el esfuerzo que hizo.
     Una tarde, después de que Olivio terminara de hilar todo para su amigo, empezó a sentirse mal, estornudaba y estornudaba, su color naranja se puso amarillo claro. 
     —Ay, gargantita que dueles un poquito, pobrecita —repetía suavemente Olivio.
     Todos notaron que algo le pasaba a Olivio, pues él nunca esta recostado, le cuesta dormir y siempre está en movimiento. Pasó un tiempo y Níac Tité lo fue a ver, lo quiso levantar, le agarró un pie, lo movió y nada, luego otro y nada: Olivio no le prestaba mucha atención. Níac Tité quiso llorar, porque se frustra rápidamente cuando no puede lograr algo. Entonces, agotado de no poder levantar a su amigo, decidió llevarlo despacio bajo el techo que tejió su amigo y se recostó al lado de Olivio, lo abrazó fuerte y le dio abrigo. Olivio se quedó dormido y Níac Tité se quedó ahí quieto hasta que también se durmió.
     Unos pequeños rayos de sol que daban en la cara de Olivio lo despertaron y vio a su amigo abrazándolo y estiro sus patitas y lo abrazó también. Olivio se sentía mejor de la garganta, ya no estaba triste y entendió que Níac Tité tiene su manera de agradecer y demostrar interés, muy diferente, pero no menos valiosa e importante.