Por María C. González

 

     De tanto contar cuentos, la abuela se quedó a vivir en ellos. Unas veces amanece princesa, otras hada, y a veces bruja buena. Cintya sabe que cuando no la conoce es que se convirtió en uno de esos personajes. Por eso no se explica por qué los mayores se preocupan tanto.
     La abuela ya no puede caminar, pero su silla de ruedas se convierte en carroza como en La Cenicienta. Cintya ve pasar por sus ojos los campos de trigo, los ríos, todo el paisaje hasta llegar a palacio y le dice al oído para que nadie la oiga… Recuerda, abue, debes volver antes de las doce… Entonces ella se ríe, alzando con sus dos manos el vestido imaginario y la nieta la ve perderse escaleras arriba con un repiqueteo de zapatos de cristal. Cintya sabe que un día no volverá del mundo de los cuentos o se convertirá en hada para siempre porque nadie tiene tanta magia.
     Esta mañana la abuela amaneció muy quieta sobre la cama. Todos en casa están muy tristes, pero la niña ve su expresión tranquila y sonríe.
     A ella no la puede engañar, sabe que esta vez se ha convertido en Bella Durmiente y tendrá que esperar por un beso de amor. Lo que la deja un poco preocupada es pensar que dentro de cien años ninguno de ellos estará allí para verla despertar.