Por Teresa Cárdenas

         A Cristian, de Córdoba.


Una vez Olofi sintió compasión por los ancianos maltratados del mundo y decidió llevarlos consigo. Para ello, creó una isla mágica, exuberante, con hermosos paisajes, lagos transparentes y frondosos árboles frutales, peces, plantas medicinales, días y noches sin frío ni calor excesivo.
     —Aquí vivirán en paz  —les dijo reuniéndolos—. Mas, si algún día quisieran regresar a lo que fueron, no los detendré —y con un breve gesto dibujó en el aire un camino de nubes.
     —Por este pasaje volverán a sus casas —agregó y subió flotando hasta perderse en un brillo de sol.
     —El primer día, los viejos estaban aliviados y contentos. Conversaron llenos de alegría, disfrutaron de la abundante comida, pasearon bajo el rumor quedo de los árboles y, a la medianoche, cantaron olvidadas melodías de antaño.  Luego, durmieron uno al lado del otro, bajo la luna y los luceros. Al despertar, descubrieron con agrado que eran totalmente libres. No había obligaciones que cumplir y podían hablar y hacer lo que deseaban sin miedo. Y lo mejor: no estorbaban a nadie. Nadie se quejaba de sus pasos lentos ni se burlaban de sus cabellos escasos ni de sus voces temblorosas. Eran felices y solo deseaban vivir para sí mismos. Al final del tercer día comenzaron a hablar de los hijos y sus preocupaciones. Rieron imaginando lo mal que les iría sin ellos. Sin embargo, al quinto día, cuando alguien mencionó a un nieto, al instante todos  se cubrieron de recuerdos y sonrisas.

     Después que pasaron siete días, Olofi bajó a la isla nuevamente y la encontró vacía.
     Adivinando lo sucedido, se dijo:
     —Aunque tengan el paraíso, los ancianos siempre preferirán vivir al lado de los suyos —y de un soplido, desapareció la isla.


Tomado de: ¿Cuánto cuestan los abuelos? Editorial Cauce, Pinar del Río, 2012. (N. del E.).